Al camarada David Gaxiola
Así como el poema fue el primer mecanismo de la humanidad para manifestar asombro ante los diversos prodigios universales a través del lenguaje, la novela fue el modo que se utilizó para hacer una exploración del ser interno, y entender “no una única verdad absoluta, sino un montón de verdades relativas que se contradicen” (Kundera).
La contradicción ha sido la materia prima de la novela para entender la vida y superar la muerte. Por medio de la poesía se nombran las maravillas o los desastres individuales y de la naturaleza, con la novela se intenta encontrar una explicación a las diversas cosas de la existencia, más no una conclusión, y se elige el relato de una historia para lograrlo.
A través del poema se nombran las cosas, se enuncia el misterio, se elaboran conjuros, hechizos y se hace posible la magia. Por medio de la novela se cuenta el origen del amor, el impacto de la guerra en el individuo o en las sociedades, el nacimiento de la felicidad o el surgimiento de la tristeza, y el modo en el que el hombre y la mujer se enfrentan a esos sentimientos, a esas ideas, a esas realidades y viven con ellas. Tal vez por ello D.H. Lawrence asume que el propósito de la novela es vivir y comunicar la vida.
La novela no tiene una aspiración de absoluto sino la aceptación de “la relatividad esencial de las cosas” (Kundera). Las personas, el mundo, estamos formados de pequeños detalles, de diminutas circunstancias inevitables que nos diferencian de los demás y distinguen una historia de la otra, tal vez por ello las novelas no tienen la prioridad de contar la vida de grandes personalidades, sino narrar la anécdota de seres comunes y corrientes y a partir de ahí dar forma a un mundo propio de cada novelista.
La ciencia, la filosofía, la historia pretenden explicar la realidad a través de la confección de una noción de verdad. La novela intenta, únicamente, trazar el camino de la búsqueda de la verdad, pero, acaso, no llegar a una conclusión definitiva sobre ella, sino dejar todas las posibilidades abiertas, tal vez para que el lector haga su trabajo de interpretar la realidad y vivir la vida.
Si nos remontamos a la antigüedad clásica, los grandes poemas narrativos de tipo épico como La Iliada, La Odisea o La Eneida, trataron de contar las hazañas de héroes o la construcción de un imperio a través de personajes imaginarios. Los poetas épicos se montaban en la ficción para dibujar una realidad posible; pocos ejemplos de la epopeya griega o latina tuvieron el propósito de contar la vida de grandes personalidades públicas o privadas, esa circunstancia quedó en el plano de la historia (con Hesíodo, Tucídides o Tácito).
La novela, en su permanente búsqueda, desde la antigüedad hasta el instante moderno, intentó contar la vida de seres desconocidos, pues más allá de la peripecia de un personaje determinado lo que se pretendía era profundizar en la existencia y, a partir de ahí, proponer una noción de aventura, de heroísmo, de pasión, o hacer una instantánea de los estragos físicos y emocionales que supone el transcurso del tiempo.
Los primeros ejemplos de novela antigua intentaron retratar la vida de su sociedad, así el Satyricon de Petronio narra las costumbres buenas y malas de la sociedad romana durante el siglo I del Imperio, a través de la autobiografía de vicio y exceso de su protagonista Encolpio. Otro ejemplo de novela romana es el Asno de oro, en la cual el protagonista y autor de la obra (Lucio Apuleyo) narra su viaje a Tesalia para aprender las artes mágicas. Al ser convertido en asno puede observar la situación de pobreza y abuso en que viven los esclavos a manos de los poderosos, circunstancia que lo hace tomar conciencia de su propia miseria, dedicarse a la vida mistérica y encomendar todos sus esfuerzos al culto de la diosa Isis.
En su evolución, esos ejemplos de protonovela se decantaron hacia la aventura. Con la novela de caballería ya no sólo se narra la vida del héroe, sobre todo su viaje: momento de transformación en el que el protagonista pasa de la iniciación a la adquisición de la gracia, a partir de un conocimiento que sólo él posee, porque el destino se lo tiene reservado. En este sentido –afirma György Lukács– “la epopeya da forma a una totalidad de la existencia. La novela busca descubrir y construir la totalidad de la vida. Los personajes de la novela son sus buscadores”.
En la búsqueda de nuevas posibilidades, los protagonistas de las novelas no intentan certezas, pero sí el encuentro de objetos, elementos o circunstancias que les permitan la transformación de sí mismos y sus realidades cotidianas. La antigüedad clásica buscó entender su realidad. El medievo y el renacimiento buscaron una evasión de ella y la construcción de una poética de la acción, por medio de la aventura. György Lukács lo resume claramente: “La combinación de los supuestos de la épica y la novela y su síntesis en una epopeya se basa en la estructura binaria del mundo de Dante: la coincidencia entre vida y significado en una trascendencia posible […] pues la experiencia vivida de su héroe constituía la unidad simbólica del destino de la humanidad en general”.
La novela cuenta la historia de la humanidad, a través de ejemplos singulares, y esas personas que viven sus vidas en las novelas, en un esquema paralelo, observan y experimentan (o reproducen azarosamente) la existencia de alguien más que los lee, los escribe y los vive Así, del momento trascendente que planteó Dante se llega a un espacio donde la persona común, en toda su insignificancia, adquiere trascendencia a través de la palabra al ser contado, en sus múltiples dimensiones como personaje de ficción. No es casual, por ello, que Kundera defina a la novela como: “una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios”. En ese contexto de imaginación, la novela propone una alternativa a todas las situaciones y una respuesta a una pregunta ineludible: “¿qué es la existencia humana y en qué consiste su poesía?” (Kundera).
La novela puede experimentar en las más diversas formas literarias para ahondar en los aspectos de la existencia, a través de elementos más inesperados: el humor, la fantasía, la demencia, el vicio, lo absurdo o lo grotesco. La poesía tiene un ámbito de acción más limitado; con el poema la revelación no le apuesta a la fealdad, la belleza es un principio necesario para el funcionamiento del poema. Del lado contrario, la novela puede experimentar con lo feo, lo intrascendente o lo contradictorio, puesto que la realidad siempre tendrá una manifestación precisa: por cada Quijote, Jacques el Fatalista u Hombre sin atributos, habrá un hombre o una mujer que comparta las características de los personajes literarios, de modo que el lector se sienta identificado con un loco, un ingenuo, un criminal, o con ese ser pasional que intenta vivir su vida, en medio de la contradicción.
En ese plano, afirma Karl Ove Knausgard: “Solo una novela es capaz de mantener a la vez lógicas contradictorias, y solo una novela es capaz de plantear los conflictos más importantes con los que nos encontramos sin encerrarlos en definiciones, sino dejándolos abiertos a sentimientos y experiencias”.
En el plano de la novela moderna, la apertura es el leit motif de la creación. La antigüedad clásica se ocupó de la descripción de las costumbres. En el medievo y el renacimiento, la pulsión narrativa encontró en la aventura su mejor motivación para contar una historia. En la época moderna, del trazo del viaje se llegó al espacio del juego y el experimento, en el que la fantasía puede ser manipulada por circunstancias inferiores que denotan humanidad, como la locura o el vicio, y convertir esas características en protagonistas de la realidad, igual que los comensales de un bar se convierten en actores principales de una trifulca, después de horas de alcohol y diversión, de modo que la realidad de los beodos toma la forma de las peores expresiones de la naturaleza humana y con ellas una fotografía perfecta de la realidad.
En su afán de fotografiar los instantes, la novela moderna se ha servido de las manifestaciones humanas más y menos encomiables para sobrevivir. En Don Quijote de la Mancha, la locura es el vehículo para reflexionar sobre la bondad, la generosidad y la virtud. En Gargantúa y Pantagruel, Jacques el fatalista, Cándido o el Tristam Shandy, el juego, el absurdo y el viaje, son los instrumentos para explicar la naturaleza humana, cambiante, poco digna de confianza y egoísta.
En Robinson Crusoe se construye la parábola del progreso, la adaptabilidad y la primacía del hombre frente a la naturaleza y los demás seres. Con la Comedia Humana o la Summa Flaubertiana (La educación sentimental, Tres cuentos o Madame Bovary) se elabora desde el realismo un edificio histórico, pero sobre todo se comunica una percepción sobre la cotidianeidad y su impacto en el ser individual. En el mismo ambiente realista Dostoyevsky y Tolstoi tuvieron la consistencia espiritual suficiente para trazar la imagen de la gran alma rusa, a través de la confección de personajes que se asimilaron a una noción del alma universal, por medio de la presentación de seres humanos que encarnaron en asesinos, tahúres, ladrones, sinvergüenzas o, en su contra parte, con santos, místicos, o con el recuerdo de la mujer atormentada por el sufrimiento.
En la primer mitad del siglo XX inicia un cisma en el que el abordaje de la existencia se hace desde la forma; novelistas como James Joyce, Virginia Woolf, Marcel Proust, Thomas Mann, Franz Kafka, Robert Musil, Jean Paul Sartre o Hermann Broch, ya no sólo intentaron contar una historia, delinear a un personaje, o profundizar en el ser interior, hicieron una reflexión de la circunstancia humana a través de una nueva propuesta de estilo literario, de modo que figuras como el monólogo interior, la antinovela o las pruebas retóricas y de sentido, se convirtieron en herramientas estilísticas a través de las cuales la narración ya no sólo analizó la personalidad o la circunstancia desde el diván psicológico, sino desde la frontera de la innovación, el riesgo y el experimento. En ese escenario ya no fue suficiente contar y revelar la densidad del ser, sino hacerlo accediendo a los secretos de los personajes explicando los vericuetos de su existencia, pero también los del escritor, convirtiendo la confección de la novela en una nueva reflexión sobre el arte de escribir.
En su famoso ensayo Why novel matters, D.H. Lawrence le da una importancia suprema a los dedos de la mano frente al resto del cuerpo porque con ellos escribía, pulsaba las teclas de una máquina de escribir y llenaba de tinta y de historias, páginas enteras que antes fueron blancas, sin colorido, sin vida.
La poesía enuncia la ternura, el amor, el odio. La novela cuenta el proceso a través del cual se logra la ternura, se conquista el amor y se vence el odio. Tal vez por eso el narrador inglés se atrevió a subrayar su importancia y primacía frente a otras artes, o con respecto a la técnica y la ciencia, porque sólo la novela se sirve de la vida (absoluta, sanguínea y sin freno) para descubrir una realidad que, de otro modo, estría condenada a estar oculta. La novela exhibe la vida del ser y la convierte en relato.