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viernes 27 diciembre 2024

La oposición en la encrucijada

por Rosario Robles

No se puede combatir la ilegalidad en la que flagrantemente actúan los precandidatos presidenciales del partido oficialista con ilegalidad. Por eso es preocupante que los partidos de oposición y las organizaciones de la sociedad civil que están en la cruzada por construir un gran frente nacional no hayan cuidado los tiempos para marcar la diferencia también en este aspecto, y sobre todo dar la pelea legal. Sin embargo, lo trascendente aquí es la idea de una gran alianza, que parte del análisis de las elecciones del 2021, en las cuales la opción para la gente era muy clara: o Morena mantenía una mayoría calificada en la Cámara de Diputados o se generaba un contrapeso arrebatándole esa posición privilegiada que le permití hacer cambios en nuestra Constitución, sin mediar el diálogo y la discusión. Para las y los ciudadanos la disyuntiva era obvia. Podemos decir que, en ese momento, la elección se volvió plebiscitaria como lo fue en el año dos mil, cuando la voluntad ciudadana sabía que se trataba de sacar al PRI del poder. 

No queda claro que la del 2024 tenga estas características, sobre todo porque de manera ilegal el presidente de la República fomenta y promueve (porque así le conviene) la idea de los dos polos, para poder descalificar, para meter en un mismo saco a todas y todos y tildarlos de conservadores, de los que quieren que regresen sus privilegios, cómo si él no estuviera rodeado de ellos de muchos que se han enriquecido al amparo del poder.

La elección del Estado de México permite por lo menos formular la duda. ¿En una elección de dos, pierde Morena? Hasta ahora los datos crudos nos dicen que no. Que siempre gana. Pierde cuando se fractura, y cuando la competencia se aleja de la idea que será promovida una y otra vez de “los mismos de siempre”. Aunque si a esas vamos, el bloque oficialista no está compuesto por una nueva clase política. La única diferencia de los Barlett, de las Laydas Sansores, de los Napoleón Gómez Urrutia, de los Ignacio Mier, por poner algunos ejemplos significativos, es que ya han sido purificados por la decisión de un solo hombre. Es falso que el partido en el poder haya construido una vertiente política que es novedosa en el país, pues la mayoría de sus cuadros abrevan del PRD y del PRI. Empezando por el propio presidente.

Pero más allá de la legítima duda de si es o no mejor una elección polarizada, lo que sí es destacable es el enorme esfuerzo que han hecho las organizaciones ciudadanas y, sobre todo, la marea rosa que se expresó masivamente en las calles y que obligó a abrir el ostión. Primero, a mantener la alianza “Va por México”, porque más allá de los procesos electorales, ha dado ya frutos muy importantes deteniendo reformas constitucionales regresivas. Segundo, se logró que el proceso de elección del candidato o candidata de este bloque se aleje de los métodos tradicionales de los partidos y se incorpore la participación ciudadana. Sin embargo, tienen razón, desde mi punto de vista, quienes cuestionan las prioridades en el proceso que se ha anunciado el día de ayer. La experiencia de juntar firmas no es precisamente alentadora y favorece, en primera instancia, a quienes están en los partidos políticos y cuentan con las estructuras para realizar esta tarea no sin ciertas dificultades. El dobleteo en las firmas, los muertos que resucitan y otros bemoles que este procedimiento puede tener, no dejan de generar dudas.

Se entiende que este fue un proceso arduo de negociación en el que todos tuvieron que ceder para poder llegar a un acuerdo. Así es la política y el purismo en estos momentos no ayuda mucho porque se está enfrentando a una maquinaria que con un cinismo no conocido antes se despliega para garantizar la permanencia en el poder de Morena. No es que esté mal que un partido político aspire a preservar sus posiciones. Lo que es cuestionable es que, para ello, para este fin, no importen los medios, aunque estén más empañados y sucios que los que con cierta frecuencia se cuestionaban. Pero la idea de una amplia participación ciudadana parece ser que quedó relegada a un último lugar y, en cierto modo, restringida al padrón que al parecer se conformará con las firmas que en su mayoría serán las de los militantes de los partidos políticos. 

La audacia de la marea rosa que se atrevió a tomar la calle primero en Reforma, y después asumir el enorme desafío de llenar el Zócalo y arrebatarle a López Obrador la patente de corso de ese espacio que es de todas y todos los mexicanos, parece haberse disminuido ante el miedo de una posible intromisión del gobierno en una elección primaria. Ni duda cabe de que esta intención puede estar presente, pero si esto no se puede frenar desde ese momento, mucho menos en el día de la elección, por lo que haber restringido el ejercicio es un costo importante que las organizaciones civiles han tenido que pagar para lograr la unidad. Se les reconoce, desde luego, pero no se puede dejar de señalar.

No cabe la menor duda que este es un procedimiento diferente al del gran elector. Al dedazo disfrazado de encuesta que se hará desde palacio nacional. También lo es al método clásico de los partidos. Pero se queda lejos de la intención inicial de mover corazones, de ir acumulando fuerzas, de recorrer territorio, para la gran batalla final. De no haber una verdadera sorpresa, algo que realmente modifique el escenario, se puede prácticamente apostar quienes serán los tres finalistas en esta contienda. Pero el hecho de que se involucre a un órgano ciudadano con autoridad moral para encabezar este proceso en el que no estén solamente cuadros partidarios es un paso muy importante que da certeza y confiabilidad.

Sin embargo, considero que la oposición se encuentra en una gran encrucijada. La ilegal y anticipada precampaña de Morena obliga a centrarse en la definición de su candidata o candidato. Pero la aleja de los grandes y graves problemas nacionales. Si no se está con las causas de la gente, si no se les acompaña hoy en el abandono en que se encuentran, si no se es empático con quienes todos los días pierden a sus hijos e hijas por esta criminal ola de violencia, si no somos solidarios con las mujeres que no tienen con quien dejar a sus hijos (porque se les desaparecieron sus escuelas de tiempo completo, las estancias infantiles, los comedores comunitarios), si no luchamos a lado de médicos, residentes, enfermeras por recuperar un sistema público de salud que hoy está colapsado, lejos se estará de tocar la emoción y mover el corazón de la mayoría. 

Es correcto impedir que se llene todo el espacio con la narrativa oficial y con la precampaña de sus corcholatas. Lo vacíos no son buenos. Y la alianza que quiere cambiar el país lo ha entendido perfectamente. No pueden quedarse fuera, porque de por sí ya desde hoy en la contienda se ha roto uno de los principios básicos: la equidad.  Y todo esto frente a un INE timorato, medroso, que no ha entendido la enorme responsabilidad que tiene frente a quienes salieron a defenderlo contra viento y marea y que esperan que garantice la legalidad del proceso. Hasta ahora no lo ha hecho. 

Pero el espacio hay que llenarlo también de otra manera. Recorriendo el país, hablando con la gente, abrazándola en su dolor. Transitar el territorio, ir a los lugares más pobres, y a las ciudades más prósperas a escuchar, a dialogar, a convencer de que es necesaria otra ruta, de que es fundamental defender nuestras instituciones y detener la deriva autoritaria, que sin seguridad no hay libertad, que, sin políticas públicas productivas, con crecimiento y desarrollo, y con empleo no hay igualdad, y mucho menos la hay si las mujeres son violentadas, sometidas, asesinadas. Que tampoco hay solidaridad en un ambiente de crispación, de odio, de polarización. 

Si la oposición cree que la elección del año que viene es un referéndum pienso que está equivocada. Los resultados electorales, las encuestas (las confiables, desde luego), señalan otra cosa. Por eso, abandonar el territorio pensando que con debates y con presencia en redes es suficiente no es el camino adecuado. Porque enfrente hay una estructura implacable que hoy son “servidores de la nación” y mañana son operadores electorales de Morena. Se conoce perfectamente el modus operandi porque es una réplica de las brigadas del sol que creó el PRD, y de las cuales López Obrador ha tomado el modelo, entre otras cosas porque él en ese momento era su presidente. 

El Estado de México demostró que no basta con la estructura de los partidos. También que las clases medias no están todavía tan enojadas como para salir a votar masivamente: la encuesta de salida de Roy Campos demostró que quienes ganan entre 3 y 5 salarios mínimos (es decir, entre 18 y 31 mil pesos mensuales) sufragaron masivamente por Delfina Gómez. La candidata aliancista, Alejandra del Moral sólo ganó en los que perciben más de cinco salarios. Entonces muchos de los supuestos todavía no tienen bases sólidas, y mucho menos cuando hay fracturas, desprendimientos, en los partidos opositores.

Para ganar hay que emocionar. Construir el ejército. Y elegir democráticamente a la o el mejor. Todavía falta mucho que caminar en ese sentido. En estos días se dieron los primeros pasos. Y como dice la queridísima Ivonne Melgar hay que confiar en que se llegará a buen puerto, porque México merece que se le rescate de esta tragedia. 

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