domingo 07 julio 2024

La pandemia del odio

por Berenice Aguilar Vázquez

En la era de las redes sociales, presenciamos una degradación en el diálogo público. Los discursos de odio se propagan rápidamente y el rechazo de quienes se oponen a ellos de buena fe, no hacen más que amplificarlos. Aquellos que rechazamos esta tendencia debemos idear nuevas estrategias para contrarrestar la deliberada dehumanización causada por esta violencia.

La fusión de la política y el discurso de odio tiene consecuencias dramáticas, como evidencia el siglo XX donde el régimen nazi de Adolf Hitler utilizó la propaganda para fomentar el odio hacia grupos étnicos como los judíos, gitanos y homosexuales, lo que resultó en el Holocausto y millones de muertes. En el siglo XXI, la política no debe contaminarse con odio ni repetir ciclos de terror y olvido. Sin embargo, sectores minoritarios aprovechan esta violencia para ganar poder. 

El sentimiento de odio ha adquirido un papel esencial en el discurso de los líderes populistas con el propósito de respaldar sus objetivos. Un claro ejemplo es el presidente Andrés Manuel López Obrador quien ha empleado canales de comunicación oficiales y plataformas de redes sociales para hostigar a sus detractores y a la oposición política. Su táctica mediática es “La Mañanera”, la conferencia matutina que supuestamente es un “diálogo circular” pero en realidad ha sido utilizada para exonerar a sus familiares y miembros de su partido, negar las tragedias, además de exhibir, amenazar y calumniar a periodistas, grupos sociales, adversarios políticos, instituciones autónomas y a la clase media mexicana. 

La estrategia del líder populista tiene objetivos muy claros: el primero de ellos es silenciar al otro. El odio es, entonces, enemigo de uno de los derechos fundamentales de la democracia: la libertad de expresión. Lo virtual es real. Así es como estos sectores minoritarios y violentos, desde el anonimato que garantizan las redes, logran visibilidad.

AMLO ha logrado aglutinar y construir su gran liderazgo alrededor de discursos de odio. Se edifica un marco de ideas que abarca desde las teorías conspirativas y el individualismo extremo hasta la negación del discurso científico.

Cuanto más se degrade el debate público menos posibilidades habrá de intercambio plural y democrático. Así es como Andrés Manuel ha ganado tanto poder y ya no necesita de la política ni de la democracia a las que tanto desprecia.

Si de verdad aspiramos a construir una sociedad donde el odio sea marginal, debemos asumir nuestra responsabilidad y fortalecer lazos comunes. Permitir la propagación de los  discursos de odio del presidente, es incumplir con esta responsabilidad. Para prevenir la deslegitimación democrática, es crucial que la democracia aborde las preocupaciones de la mayoría. 

Los dirigentes -independientemente de su color político- que trabajan para construir una atmósfera saludable de discusión política, deben redoblar esfuerzos. 

Las diversas fuerzas políticas con verdadero espíritu democrático deben mostrar que es posible un camino de diálogo. Un diálogo en el que las discrepancias y los argumentos se impongan sobre el odio y la descalificación.

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