Manuela es hija del prominentísimo político mexicano ya fallecido, don Jesús Maquío. Es una mujer de 60 años. Tiene la voz templada, es delgada y alta, su cara recuerda a un oso hormiguero con su nariz alargada y sus ojos así de juntos. Pero, sobre todo, detrás de esa apariencia también se exhibe una mente rústica y dogmática.
A pesar contar con credenciales de prestigiosas universidades, Manuela Maquío es fundamentalmente ignorante, vulgar y carente de ideas propias. Esas características, sin embargo, le han sido favorables dentro de la hegemonía del populismo autoritario que se cierne sobre el país. “La tía Manuela”, como le dicen en el argot de las redes sociales, se dedica a descalificar a los oponentes de sus jefes, repite frases conocidas, a veces sin entender su significado, y detona la atención de quienes no comprenden cómo es que un ser tan rústico tenga reflectores. Es decir, paradójicamente, la ignorancia y el lenguaje rústico de Manuela la hacen eficaz durante los procesos electorales. Su capacidad para simplificar los mensajes y para conectar con las emociones de las personas han hecho de ella una abeja rezumbona dentro de las mieles del discurso populista.
Manuela representa todo aquello contra lo que su padre había luchado: el presidencialismo y la tutela de un solo partido, los cacicazgos políticos y los militantes políticos convertidos en rebaños. Don Jesús era un hombre bragado, franco y echado para adelante. Un potro indomable para los jefes priistas y sus actitudes autoritarias. La tía Manuela, en cambio, es promotora de la regresión autoritaria encabezada por un solo líder y ella misma es oveja de rebaño. No obstante, está convencida de que sus maneras son las correctas y de que su padre había sido un ingenuo al creer en la democracia y en la participación ciudadana, en la pluralidad. Por cierto, ésta última palabra, “pluralidad”, para ella es un término neoliberal y corrupto.
En las campañas electorales Manuela Maquío es una maestra para impulsar campañas negras contra los adversarios. Sus recursos limitados brillan en los medios de comunicación porque, entre otras cosas, reflejan el resentimiento social que se incubó durante décadas por la enorme desigualdad generada en gobiernos anteriores. Su voz cavernosa y su cara de oso hormiguero difaman sin que se le altere un solo músculo de la cara.
Ella es fría y calculadora. Sabe cómo desviar la atención de los temas principales que exhiben la ineficacia del gobierno que ella misma representó cuando fue secretaria de Estado. Para esos afanes distractores una vez difundió que la construcción del Tren Maya, que ha sido una auténtica tragedia ecológica para el país, tenía la misma importancia que cuando el hombre pisó por primera vez la Luna.
Cuando le preguntan por las evidentes fallas del gobierno ella simplemente responde “no sé”, las veces que sea necesario. Alguna vez le dijeron en X que ella había sido despedida como empleada del presidente y en respuesta enarboló una tesis digna de Max Weber o alguno de esos exquisitos autores: “No le estés buscando chichis a las hormigas porque las hormigas no tienen chichis”.
En otra ocasión, junto a Emperatriz, la esposa del presidente, lanzó la famosa seña del “elefante enano” que puede ser traducida con varios conceptos académicos del tipo: “Huevos, cremas, mocos, caracoles” y otros así de encumbrados dentro de lo más selecto de la Real Academia Española. No hay que tomar en cuenta sus faltas ortográficas, sólo puede decirse que ella es capaz de escribir “canser” en vez de “cáncer”, “presupesta” y no “presupuesta” o “propucimos” y no “propusimos”.
A pesar de su eficacia, “La tía Manuela” es una figura solitaria. Hace tiempo difundió una fotografía que la retrata bien, como un osito desguarecido en la esquina de una habitación sujetando su teléfono. No tiene amigos, sólo tuercas y tornillos que forman parte del engranaje de la propaganda populista. Su siguiente aventura fue hecha pública hoy, confinada a una oficina que no significa nada.
