Qué más quisiera yo, lo digo en serio, que poder creer que bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador el país renacerá. Qué más quisiera que entregarme al optimismo, a la esperanza que dan sus bien calculadas frases.
Reconozco su talento para tocar los resortes emocionales de las personas. Y una parte de mí, cómo no, quisiera únicamente llevar la cuenta de lo positivo y simplemente creer. Se siente bien. Es más cómodo, da más tranquilidad. No hay disonancia, ni inquietud.
Sin embargo, en ejercicio de mi honestidad intelectual y mi racionalidad, debo admitir que el panorama no es tranquilizador por lo que toca al desempeño del nuevo gobierno. A las escasas decisiones acertadas, se contrapone una masa de acciones erróneas, de muy largo alcance.
Desgraciadamente, los errores de AMLO están ocurriendo en las partes sustantivas de la vida nacional: la economía, la democracia y la seguridad nacional. Los aciertos, muy pocos, en áreas de menos calado. Sus aciertos no alcanzan a revertir la enormidad de sus equivocaciones.
Lo político, más que nunca, está imbricado en nuestras vidas diarias. Muestra de ello es la intensidad con la que vivimos la campaña, las elecciones, la transición y el primer mes de gobierno.
Lo político es ya cotidiano.
Y por ese motivo, me permito recordarles que también nosotros como ciudadanos tenemos que tener parte en la cosa pública. No únicamente, como se dice con frecuencia, cumpliendo nuestra parte al no tirar basura, no pasarse los altos y bla bla, acciones que sin duda tienen un gran valor para la vida diaria pero que no impactan en el desempeño de los gobiernos.
También nos toca aprovechar al máximo y de manera responsable una herramienta que nuestra generación posee, única en la historia de la humanidad: internet y las redes sociales.
Seamos contrapeso del poder, he exhortado en varias ocasiones. Hagámoslo analizando, criticando, opinando, denunciando y exponiendo. Con ética, con respeto, con información verificada.
La mala noticia es que nos gobierna una persona ávida de poder, poco informada y sin estatura de estadista. Nada nuevo, hemos tenido muchos pero este señor es peor, porque se siente imbuido de un sentido de misión sagrada.
La buena noticia es que es sensible al escrutinio y a la crítica. Le duele no ser aplaudido. Le duele no deslumbrar. He ahí un resquicio para nuestro poder ciudadano.
No nos dejemos callar.
De mi parte, hago caso omiso a quienes me dicen que no debiera hablar tanto de AMLO, que mejor “hable de otras cosas”, a quienes me dicen que me pagan para golpearlo, a quienes me dicen “ya cállate”, a quienes aseguran, como si vieran mi exigua cuenta bancaria, que soy una chayotera o que busco el éxito comercial (inserte aquí carcajadas con tos).
Hago caso omiso porque soy una periodista honesta y solo respondo ante mi conciencia sobre mis puntos de vista y la elección de mis temas. Cobro por mi trabajo, sí, como cualquier trabajador, pero nadie, y digo nadie, me dice jamás qué decir, cómo, ni con qué matices.
Hago caso omiso porque para aplaudir a AMLO hay muchos. Para criticarlo, somos menos. Y la crítica es esencial.
Durante el 2019, si sigo en este planeta, seguiré mi modesto trabajo periodístico, tanto si hace un cambio como si no, porque es lo que sé hacer y es la manera en que yo concibo el mundo.
Gracias a todos por leerme durante todo este año.
Nos vemos mañana, en el 2019. ¡Felicidades!