El populismo no es un campo de ideas, sino un estado de ánimo. No es guía para la aplicación de políticas públicas, sino conjunto de proclamas que brindan esperanza frente a la tozuda y compleja realidad.
El populismo se basa en la propaganda, no en la información, en mimetizarse con las creencias de un monolito al que llama “pueblo” al que promete todo si hay austeridad y se vence a un enemigo real e imaginario. La impotencia del populismo como programa implica siempre culpar a otro de los males. Porque la “bondad” del populismo siempre choca con la “maldad” de los conservadores.
El populismo se asentó en México como una victoria cultural. Millones de ciudadanos creen en este, y ellos configuran la apabullante victoria que Claudia Sheinbaum obtuvo en las urnas. Ella ganó con esa dimensión, los porcentajes del PREP no tendrán mayores cambios. La realidad es dura, pero es la realidad.
Durante su carrera, AMLO no aceptó derrotas. Más bien aprovecho esa pulsión emocional del mexicano promedio, para afirmar siempre que hubo trampa. Ahora, muchos de los derrotados no aceptan el resultado y creen o elucubran, pero jamás demuestran, la existencia de fraude. Y culpan, igualito que AMLO, a una entelequia o a un gran ardid fraguado en las sombras, de una realidad que no quieren ver. Pero no, incluso quienes, desde el periodismo y la política, fueron adversarios formidables del gobierno, reciben diferentes epítetos y acusaciones. Hasta Xóchitl Gálvez ha sido insultada o difamada. Eso se debe también a políticos irresponsables que buscan acomodo en ese estado de ánimo para alentar la idea de un fraude que no existe. Y a medios marginales que también intentan sacar raja del enojo y la frustración.
En vez de clamar por un espacio dentro de la democracia, aquellos sectores no se explican cómo es que no ganaron, si llenaron cuatro veces las calles y entre esas, dos veces el Zócalo. Igual que los seguidores de López Obrador en 2006, no creían en la victoria de Felipe Calderón porque ellos veían en las calles otra cosa. Debemos exigir, eso sí, que se corrijan todas las anomalías.
Expreso mi solidaridad a quienes han sido agredidos por no sumarse a la exacerbada respuesta de quienes no aceptan la realidad. Reitero mi reconocimiento a Xóchitl Gálvez y al trabajo informativo de medios y analistas que desde el domingo entendieron (entendimos) el golpazo de realidad que recibimos producto de un aluvión de votos de quienes no les importó el desastre en salud, el aumento en la violencia ni la corrupción. Xóchitl Gálvez concitó la esperanza y medios como Latinus fueron valientes para ofrecer noticias que fueron difundidas por muchos que ahora le cuestionan. Carlos Loret y la candidata fueron difamados por el gobierno, ahora lo son por los más recalcitrantes exponentes de la oposición. Pero eso es el periodismo, el registro de hechos y la opinión sobre ellos, que por definición se aleja de la propaganda.
Ganó la 4T. Su victoria fue avasallante. Perdimos muchos que estamos convencidos de que el país debería ser distinto. Mientras más rápido se procese esto, mejor, aunque se haya abierto un mercado para políticos trepadores y medios oportunistas que buscan arroparse en ese estado de ánimo.
Revista Etcétera nunca dirá lo que quiera oír el respetable. En el registro de los sucesos y la exposición de su punto de vista, no busca banderas de lucha. Nos preocupa ahora que estén plenamente representadas las minorías en el Congreso y forzar al populismo para que esa oposición no sea vista como enemigo. Además, tenemos claro que el PRI y el PAN nunca entendieron la operación de Estado impulsada por AMLO, para sentar en la silla presidencial a su criatura.
En estos tiempos, la información fidedigna y las posturas responsables son más relevantes. No vamos a arengar sobre noticias falsas ni a engordar el caldo a políticos oportunistas. Aceptar las derrotas también es cosa de valientes.