Todavía recuerdo aquel Sexto Informe Presidencial de José López Portillo. La bomba de tiempo activada por los malos manejos económicos, la caída del precio del petróleo y por la pésima “administración de la abundancia” ya había estallado.
Las versiones se superaban, unas a otras, sobre lo que el presidente de la República podría anunciar ante la que sería su última comparecencia de relevancia, el último jalón de su poder.
Muchos pensaban que revelaría la lista de “los saca dólares”, los nombres de quienes especulaban contra las finanzas nacionales.
Lo que ocurrió resultó más espectacular: se nacionalizó la banca privada y se estableció un control generalizado de cambios. La información sobre la decisión se había mantenido en la máxima discreción, porque el análisis y los pasos para su ejecución los encargo a personas de su entorno más próximo, su hijo, José Ramón López Portillo junto con Carlos Tello Macías, José María Svert y José Andrés de Oteyza.
Cuando hizo el anuncio la ovación en la Cámara de Diputados se volvió atronadora, o eso se escuchaba en la transmisión televisiva, pero también se observaban una cara larga, muy larga: Miguel de la Madrid, el presidente electo y quien al final del día tendría que lidiar con la medida.
Momentos antes, ante una integración legislativa, la del Congreso de la Unión, que ya no le respondía ni correspondía, el presidente percibió un ambiente helado y hostil.
Años después, en una entrevista que le hice a López Portillo, para etcétera, el expresidente diría que aquel 1 de septiembre fue la culminación, el cénit máximo del Estado Revolucionario y de las facultades del presidente de la República. Tenía razón, ya ningún mandatario tuvo ni la fuerza ni el atrevimiento para una determinación semejante.
La vida y la política enseñan que hay momentos en los que se tiene que apostar y ese fue uno de ellos. Con el paso del tiempo hay análisis que sostienen que se erró y la medida le costó mucho al país, pero también existían evidencias y problemas que requerían que el Estado retomara el control de la economía en un escenario mundial bastante adverso y ante una situación nacional que se deterioraba.
Para López Portillo se trató de una medida correctiva ante el riesgo del derrumbe de un proyecto político nacional, para afirmar la soberanía del Estado frente a las presiones.
En una visión futurista, López Portillo expresaría que “Es evidente que el crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo. Pero es importante no cometer el error opuesto, el suponer que es posible… desarrollo social sin crecimiento económico y sin generación de empleos.”
Los Informes Presidenciales son eso, momentos de explicación y retratos de un momento.