martes 12 noviembre 2024

Los farsantes de la 4T

Apareció el segundo volumen del libro de ese nombre. Tomando ambos volúmenes, en este proyecto editorial colaboramos Angélica Recillas, Orquídea Fong, Ariel Ruiz Mondragón, Audelino Macario, Fernando Hidalgo, Alejandra Escobar y yo, con Marco Levario como coordinador. Es muy fácil describirlos: son libros de crítica a la propaganda que ahoga al país.

Hay propaganda sin obradorismo pero no hay obradorismo sin propaganda; no hay obradorismo sin exceso propagandístico, lo que quiere decir que no sólo hace propaganda sino que le es consustancial, e indispensable e insustituible (AMLO no suele sustituir la propaganda electoral por políticas públicas sino al revés). No es algo que acompaña a la esencia obradorista sino parte de la esencia misma; este gobierno es en buena medida una máquina propagandística y su efecto. Claro está desde hace años: la transformación de la que hablan sólo existe en sus dichos, en el discurso, en la retórica, en la mentira, en la propaganda. Y como bajo la orden de AMLO propagandear es medio y fin, se necesita mucha gente dedicada a esa acción. Varios de esos casos son la materia del libro.

También hay muchos tipos de propaganda oficialista. De la extinta, como la de Gibrán Ramírez –hoy farsante “crítico” sólo por haber perdido en la grilla-, a la vigente, como la de nuestros criticados; con pseudónimo digital o con descaro total; o la más agresiva y la menos agresiva. Por eso un libro como el nuestro no es inexplicable y está justificado. Entre todos ellos han sumado, y no poco, a lo que a diario hace López Obrador, el engaño como gobierno; han mentido, difamado, calumniado, exagerado y/o igualado absolutamente a quienes son bastante distintos. Por tanto, el libro es duro, pero no hacemos lo que ellos: no mentimos, usamos sus palabras, los reflejamos en ellas. Como no mentimos sobre sus palabras, ni sobre sus hechos, esa dureza no nos iguala a los criticados: nos distingue.

La agresividad amloísta es falsaria, totalmente totalizante, priistamente prepotente, esto es, impulsada por el poder de partido y de gobierno. La nuestra no. Crítica agresiva con razón y en respuesta a la agresión sin razón no puede ser lo mismo.

Regresando a los tipos de propaganda, existen, además, la que insulta típicamente y la que insulta con buenos modales, como la de Jorge Zepeda Patterson, acaso fundador de un tipo en sí mismo: la barroca calmada (bajo volumen de la voz, alto volumen de vueltas ociosas, inútiles excepto para ocultar la verdadera intención de defender a AMLO); también la propaganda “seria”, con la que se mezclan Zepeda o Genaro Lozano, y la “chistosa” como la de Jairo Calixto Albarrán, en la que lo único gracioso es que se crea que tiene gracia; la tontísima de Lord Molécula y la “magisterial”, sea en versión “seria” de Lorenzo Meyer o exaltada de Epigmenio Ibarra, quien evidentemente cree ser un maestro de la argumentación (eso sí es chistoso). O la grotesca y torpe de itamitas como Attolini o el tal Chapucero, la más o menos inconsciente de doña Poniatowska, la de ultratumba o la que le imponen a nombres como Monsiváis, la de pose “progre”, es decir, no progresista sino políticamente correcta e incongruente, que les encanta hacer a Genaro  y Hernán Gómez mientras no hacen las críticas que deberían hacer al jefe de la más clásica reacción priista. En fin, hay muchos tipos y subtipos, y combinaciones. Pero todos son propagandistas.

Unos más que otros, unos peores en formas o en fondos, pero en última instancia todos propagandistas, pues todos han inventando o repetido falsedades, cometido exageraciones y apostado por omisiones, con el fin de proteger a López Obrador y a su gobierno frente a la oposición. Ninguno dedica al presidente críticas duras, abiertas, directas y justas, ni constantes. Unos han hecho críticas mínimas e infrecuentes –por eso irrelevantes- para cubrir el hecho de ser propagandistas, pero la mayoría ni siquiera eso… Si la alcaldesa de Tecámac fuera “periodista” sería como esa mayoría –y si esa mayoría fuera gobernante morenista sería otra alcaldesa.

Por todo lo anterior, no puede ser extraño que los llamemos farsantes. No es gratuito. No es insulto. Si ellos han llamado o provocado que se llame indistintamente “sicarios” a los críticos, ¿por qué sería exagerado o injusto llamarlos farsantes? Quienes han cometido esos errores son ellos, no este libro. No, no es lo mismo, llamar sicarios y farsantes… Sicarios son quienes dispararon balas contra Ciro Gómez Leyva, no son sicarios quienes “disparen” críticas racionales al presidente y lo hagan sin corrupción; algunos también lo hacemos contra partes de la oposición (con lo que estoy diciendo que no defiendo y menos meto las manos al fuego por todo periodista antiAMLO). Sicario es una palabra que usada como la usan podría regresar para morderlos, de todos modos nosotros no la usamos, no somos como ellos. No somos sicarios y ellos sí son farsantes: mucho de lo que decían hoy lo contradicen, mucho de lo que defendían ya no lo defienden, mucho de lo que criticaban ya no lo critican, todo sin jamás mejorar ni reconocer y corregir un error.

Por último: vi la entrevista de Gómez Leyva a Levario. Dijo (Ciro) que el libro es despiadado, se dijo sorprendido por la inclusión de Meyer y preguntó “¿y después?”. Doy tres respuestas. No son ni malintencionadas ni agresivas, pues no hay razón para que lo fueran y no soy pejista… 1) El libro es efectivamente despiadado, pero ¿por qué tendría que ser piadoso? Hay que ver a quién se critica, y con qué: sus dichos, se les critica con sus dichos y con otros hechos. Eso incluye a Meyer, sí, porque debía incluirlo. Fue serio como intelectual público: fue, y no se ataca su pasado como historiador. El buen Meyer ahora sólo existe en bibliotecas. ¿Y luego? Pues eso, hablando de historia: hay historia e historiografía del periodismo y este libro es parte de la primera e insumo para la segunda. La memoria es justicia y necesidad. 

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