Los exámenes de admisión son de enorme utilidad, por más que hoy les anden poniendo caras. Son instrumentos de diagnóstico que permiten conocer las capacidades de los estudiantes en sus intentos por ingresar a la educación media superior y superior.
Desde hace tiempo las prepas caminan por senderos desiguales. Así como hay grandes hallazgos, también hay muchos problemas en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Efectivamente, lo ideal sería que todos los estudiantes que quisieran ingresar a las universidades públicas pudieran hacerlo. Sin embargo, el proceso del aprendizaje ha sido profundamente desigual y seguimos sin tener referentes precisos de reconocimiento de los estudiantes.
El problema es estructural. Un estudiante en la universidad requiere de un proceso de formación escolar que no lleve a las instituciones de educación superior a que en los primeros años se tenga que enseñar lo que no aprendieron en la preparatoria. El problema es integral porque en algún sentido termina por cuestionar el proceso educativo en su conjunto, al tiempo que lleva a una revisión de lo que está pasando en las preparatorias.
Todos tienen el derecho a acceder, pero la gran cuestión es si todos tienen la capacidad para hacerlo, lo cual termina por ser el reto como país. Una de las salidas ha sido la creación, por momentos indiscriminada, de universidades. La voluntad de hacerlo no necesariamente ha llevado a una apertura de los mercados laborales o a nuevos procesos de formación académica.
Hay evidencias del desigual proceso de enseñanza en las preparatorias. No se trata ante esto de colocar a la educación superior en ámbitos de elitismo, más bien estamos en la imperiosa necesidad de revisar qué anda pasando en las preparatorias y, sobre todo, tener claridad de la capacidad real que tienen las universidades públicas para permitir un ingreso masivo.
No se trata de que existan espacios educativos inalcanzables; de lo que se trata es de fortalecer y ahondar en las grandes virtudes que tienen las universidades. No se puede ingresar a la universidad para que los estudiantes terminen ahí la preparatoria, se tiene que conocer cuáles son sus niveles de conocimiento. En este sentido, es fundamental la existencia de vasos comunicantes entre las preparatorias y las universidades, estén incorporadas o no.
Los exámenes de admisión tienen virtudes y defectos. Pueden pasar muchas cosas previas y durante ellos, pero independientemente de esto, son los instrumentos más adecuados para tener un diagnóstico sobre los estudiantes, no es perfecto, pero es el referente.
Otra vertiente más está en la capacidad y el presupuesto de las universidades. Quieren y exigen una mayor matrícula, pero al mismo tiempo los presupuestos castigan. No pareciera que se valore y considere el gran esfuerzo en la UNAM, IPN y la UAM, para hablar de las universidades nacionales, y el de la UdeG, UANL, UABJO, UAG, UACH, por mencionar algunas.
En los últimos años, han abierto la matrícula con todo y los problemas internos que les provoca. Insistimos, un tema es el dinero, pero también son los espacios físicos, la labor de los maestros y el ambiente que se requiere para el trabajo académico.
Lo idóneo es alcanzar un sistema educativo que permita responder a las expectativas y aspiraciones de los jóvenes. En medio del desigual proceso educativo, reconocido en la “mal llamada Reforma Educativa” y en la recientemente aprobada, se tiene que reconocer que los exámenes por más odiosos y presionantes que sean permiten diagnosticar el perfil de los aspirantes.
Quitar los exámenes puede repercutir en el desarrollo de las instituciones de educación superior, las cuales son un eje para la transformación del país.
RESQUICIOS.
Este día es necesaria la prudencia y la sensatez. La importancia del movimiento estudiantil del 68 está en nuestro presente. Las marchas están cargadas de riesgos, que requieren del Estado de derecho, no más y no menos.
Este artículo fue publicado en La Razón el 2 de octubre de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.