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martes 17 septiembre 2024

“Marcelo, el eterno segundo”

por Marco Levario Turcott

Desde el horizonte de su infancia feliz y sus antepasados franceses, Marcelo Ebrard se recuerda siempre a la sombra de alguien. En el Colegio Simón Bolivar de la Ciudad de México, donde estudió primaria y secundaria, fue uno de los alumnos sobresalientes pero nunca pudo ser el mejor dado que los nervios le consumían el alma en los exámenes o en la exposición en clase. Se le conocía como “El ya merito”. En la Universidad La Salle donde estudió Relaciones Exteriores las cosas fueron igual a pesar de estar bien preparado. “Nunca jugará el quinto partido”, decían de él sus compañeros aludiendo a la selección mexicana de futbol que no pasa a semifinales en el Mundial

Marcelito fue un niño Gerber, un joven guapo y bien portado, dedicado a los estudios, que nunca pasó de perico perro como decían sus allegados para designar cariñosamente su mediocridad. Siempre fue el perro guardían de alguien, su guarura político o el alfil de un tablero para el que nunca tuvo la entereza. Así inició en el PRI, siguiendo los pasos de Manuel Camacho Solís y, luego , abriendo camino para que Andrés Manuel López Obrador accediera a la presidencia de México aún cuando él, Marcelo reunía mejores números en las preferencias para aspirar al cargo, que el líder de Macuspana. Algo pasaba en él que, a la mera hora, se le fruncía el ánimo o se achicaba, así como muchos jugadores mexicanos de futbol que, al ir al extranjero, se mean de miedo a la hora de la verdad y regresan para tener reflectores y ganar bien con el menor sacrificio posible. Ah, Chelo, Chelito, hasta al ubicarse como “El carnal Marcelo” decidió ocupar el papel segundón o de patiño de Germán Valdés “Tin Tan” (por mucho y que Marcelo Chávez fue buen actor y comediante, nunca accedió a los primeros planos).

Pero así como alguna vez el monstruo de Frankesteín se rebeló contra su destino, un día Marcelo creyó que podría romper su molde emocional. Y sacó chispas. No importaba que le llamaran corcholata igual que a los demás competidores a la presidencia de la República, en todo caso esa tapa es el elemento secundario de un refresco y él ya estaba acostumbrado a eso. Por un instante se sintió invencible como Ícaro con sus alas de cera y plumas que de volar tan alto el Sol las consumió, o como Hércules que al final fue derrotado por la astucia de Hidra de Lerna, la criatura del inframundo con forma de serpiente de mil cabezas. En ese instante creyó que podría desafíar los designios de Zeus pero al darse cuenta de que era inútil, no quiso ver devorado su hígado como Prometeo. Ganó la serpiente de mil cabezas, claro está, y Marcelo se inconformó y amagó con renunciar al Olimpo, pero sólo algunos días, él estaba negociando la mejor posición posible, así como intentó años atrás Camacho Solís cuando el dedo benefactor de Salinas no lo beneficio con la candidatura presidencial. Hizo el berrinche de un niño Gerber, lloró y lloró pero poco después saltó entre el aro como un pececito de colores feliz aceptando su derrota y elogiando a la serpiente designada por Zeus. Volvió a desvanecerse, sin el valor suficiente para desafíar su propia naturaleza pero esta vez no para quedar en segundo plano sino para ocupar un papel secundario en la orquesta política. Ni siquiera se planteó votar en favor del plan de destrucción del presidente llamado “Reforma judicial”. No, pidió licencia como Senador y decidió esperar a ocupar el cargo de consuelo que le dieron como titular de Economía.

¿Qué decir de los seguidores de Marcelo que con tanta enjundia combatieron a las huestes de la criatura designada por el Presidente? Uno están agazapados, otros decepcionados y unos más acomodados. El hecho es que ahora están mirando a quien fuera su jefe como si integrara una banda musical en la que a él le corresponde tocar el pandero y, a veces, hacer los coros, así como cuando Marcelo acompañó a Tin Tan a comer pancita con “Los Agachados”.

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