Martí Batres, el viernes pasado en su colaboración habitual que publica El Universal, aludió a “Las huellas de una generación” para referirse al movimiento estudiantil de 1986 en la UNAM, encabezado por el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y asociarlo con él y correligionarios suyos en Morena y el gobierno federal, como Jesús Ramírez Cuevas. Dicho de otro modo: el Senador de la República se cree la encarnación de aquella gesta política que tuvo grandes efectos en la democratización del país junto con sus amigos. Pero en el afán de auto promoverse y hacer propaganda, Martí se equivoca y miente.
Se equivoca, primero, porque aunque un movimiento social no se reduce a sus dirigentes, éstos sí son factor de análisis para comprender reflejos, expectativas, aciertos y errores, pero incluso hasta por decencia hay que decir que Batres o Ramírez Cuevas fueron marginales en relación con la dirigencia encabezada por Imanol Ordorica, Antonio Santos y Carlos Imaz. Mi afirmación se debe a que fui parte, también marginal como Batres y Ramírez Cuevas, de ese movimiento.
Martí Batres yerra, también, no sólo al omitir que él, como yo, fuimos parte de una corriente dentro del CEU que abogaba por acuerdos entre los estudiantes y las autoridades para dar sentido a una ruta de reforma (esto que escribo, desde luego, simplifica procesos complejos pero en esencia esa era nuestra definición) mientras personajes apenas presenciales como Jesús Ramírez Cuevas estuvieron asociados con posturas, digamos, más radicales que sin duda tuvieron la virtud de rebasar las paredes universitarias y plantearse temas culturales y políticos que fueron más allá de la UNAM. (Sobre Jesús Ramírez escribiré varias historias en otro momento)
En una segunda etapa del movimiento, Martí sí tuvo mayor relevancia, como integrante de la Comisión que hizo posible el Congreso Universitario en 1990 y como activista durante ese evento donde comenzó a tener opiniones más radicales. Pero hay que destacar que el CEU fue un mosaico heterogéneo y diverso en donde cupieron diferentes discursos y actitudes pero que, como dijo Imanol Ordorica, el principal dirigente del movimiento, estaba unido no solo para rechazar las reformas impulsadas por el rector Jorge Carpizo sino porque decenas de miles de jóvenes no estaban dispuestos a someterse al “principio de autoridad” sin chistar, vamos, sin demandar el concurso de su participación: una gran discusión en la Universidad. Imanol y sin duda también Claudia Sheinbaum –ella sí con una actuación muy destacada igual que Antonio Santos, el brazo organizativo del CEU, sin duda– fueron quienes más aludieron a la pluralidad y al papel que muchos jóvenes ceuistas jugarían en las elecciones de 1988 en apoyo al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y, luego, contra el fraude electoral operado por Manuel Bartlett.
El CEU tuvo una composición plural, insisto, por eso no extraña que varios de sus militantes sean parte del gobierno (como lo es Batlett), su antiguo adversario, como no debiera extrañar que otros cometieran errores graves como Carlos Imaz, unos más militaran en el PRI, el PRD, el PAN o en alguno de sus gobiernos, como pasó con el exceuista Hugo Gatell, y otros no militaran y sean ahora muy destacados profesionales de las ciencias y la educación, como Imanol Ordorica–para mí, nuestro mejor compañero– y, en su área que es la economía, Ricardo Becerra. Más aún, hay centenas de personas que fueron parte del CEU y que criticamos al gobierno actual porque consideramos que no representa las aspiraciones que tuvimos en aquellos años, en contra del fraude electoral, el principio de autoridad y la pluralidad política e incluso porque nada tiene que ver la izquierda en la que nosotros creemos con la violación del Estado laico o el contubernio con poderes fácticos como el que representa TV Azteca (prensa vendida cuéntanos bien, prensa venida no somos cien, gritamos miles frente a las instalaciones de Televisa Chapultepec, hace casi 35 años).
Martí Batres miente cuando al omitir nombres de otros destacados integrantes del CEU hace como si él y sus amigos hubieran tenido un papel destacado y no es así, Martí quiso serlo al principio pero no lo fue (luego tuvo un rol más o menos relevante, cuando la ruta estaba encaminada al Congreso Universitario), Jesús Ramírez fue una sombra, como si fuera parte de los ladrillos universitarios, eficaz en el balbuceo y la grilla en corto y sólo fulgurante en los bailes promovidos por el CEU o los que nos hicieron concurrir en la llamada “Casa vieja” a ritmo de Punk, pelos erizados, uñas pintadas y labios negros, para dar forma a un horizonte al que casi nunca faltó Carlos Monsiváis.
La huella de una generación está en el gobierno. Digamos que de un pedacito de generación si hemos de ser rigurosos. Y también honestos: hay otras huellas más de ese movimiento del CEU en otros espacios. Óscar Moreno, con quien casi siempre difiero, o Carlos Estrada y Alberto Monroy, con quienes casi siempre coincido entre decenas de hombres y mujeres más como Mireya Imaz o María Eugenia de la Garza, militante de un gran partido político llamado PRT. Entonces, hay también una huella de esa generación que advierte que el gobierno actual implica el riesgo de una regresión autoritaria, incluso dentro del INE hay ceuistas que se oponen al embate autoritario del actual presidente, como Ciro Murayama o Lorenzo Córdova. Vamos, hablo también de un pedacito de generación que ni antes ni ahora vamos a someternos a ningún principio de autoridad.