El doctor Arriaga no sólo es mediocre, es malo: es rico y él repite que “el pobre es bueno y el rico malo”.
Es rico, no de los más ricos pero rico, porque vive desde hace muchos años de los más altos sueldos del gobierno federal.
Sueldos que están dentro del 1% poblacional. Más de 100,000 pesos al mes. Es rico, por tanto, según él mismo, es malo.
No sólo es malo por ser rico, es doblemente malo: es hipócrita, finge no ser rico y hablar por y para los pobres.
Marx Arriaga es un farsante estupidizado.
En la realidad, Arriaga no representa en ningún sentido a los mexicanos pobres y no habla para ellos o en su beneficio: el doctor Arriaga, doctorado en la “odiada” España para ser en México un académico mediocre transformado en político burocrático por apoyo personal de una esposa influyente (la doctora Gutiérrez Müeller), habla en primer lugar para sí mismo, para inventarse un “espejo”, para sentirse bien, para mantener las apariencias (incluyendo la de su nombre), para calmar su conciencia.
La verdad histórica sobre la frasecita “el pobre es bueno y el rico es malo” no es una de las más difíciles sino una de las más obvias, aunque no deja de estar relacionada con la complejidad social: no todo pobre es bueno, como persona, no todo rico es malo; no todo pobre es malo ni todo rico es bueno, cualquiera que sea el sentido. Si lo de Arriaga es una hipersimplificación o de plano una estupidez, también es una estupidez o una necedad majlufiana que los pobres son pobres porque quieren, pues todos “son” holgazanes o incapaces, y que los ricos son ricos porque se lo merecen, porque “son” mejores y trabajan duro. Hay ricos que sí trabajan duro y hay quienes se volvieron ricos trabajando duro en algo que hacen mejor que otros, pero también hay millones de pobres que trabajan y son pobres no por tontos sino por el tipo de trabajo históricamente circunstanciado, así como pobres –y clasemedieros- que trabajan muy duro y no por eso llegan a la riqueza; asimismo, hay ricos que lo son por herencia multimillonaria, por robos, por narcotráfico y/o lavado de dinero, por corrupción típica, incluso por “chayotes”, o por ser socios no transparentes ni meritocráticos del Estado –el cuatismo capitalista.
Marx Arriaga es uno de los ricos que no son buenos. Es malo, hay que grabarlo para lo público y lo histórico, porque es un gran hipócrita que vive a costillas del pueblo al que no ha entregado ningún beneficio que no sea retórica. Sus textos “educativos” no producirán ni millones de comunistas ni mejores estudiantes con otro pensamiento crítico.
Si Arriaga es malo y doblemente malo, Epigmenio Ibarra es peor. Triplemente malo. Más incongruentemente rico que Arriaga, más hipócrita y más agresivo.
Más rico porque, además de propagandista, Ibarra es empresario televisivo con éxito comercial por sus producciones chatarra, y empresario beneficiado fiscalmente por el Estado, sobre todo gracias al presidente López Obrador.
Más hipócrita por lo anterior y porque entre sus productos chatarra están las narcoseries y recientemente una telenovela con la exesposa del expresidente Peña Nieto.
Y más agresivo porque ha sido así, estratégicamente, empeorado por el poder de su jefe AMLO. La agresividad crítica puede ser racional y relativa, ocasional y justificada, pero la de Ibarra es grilla, permanente e injustificada; puede verse en muchos lados, entre ellos su participación/cuota para el poder obradorista en el programa radial de Ciro Gómez Leyva. En ese programa, el episodio epigménico más reciente es lamentable, como tantos otros, pero era inevitable y no deja de ser sintomático de los tiempos de oscuridad mexicana. Es una agresividad que no sólo está al servicio del “nuevo” poder sino que está pensada para disimular ese servicio y paradójicamente para sustituir la falta de pensamiento. Pensamiento serio, profundo e independiente es lo que no tiene Epigmenio.
No es un intelectual, no es un analista, no es un académico ni mediocre –como Arriaga-, tampoco es exactamente periodista, ni siquiera es un hombre verdaderamente culto. Es un productor de televisión con un costado de propaganda política que llegó a opinar partidistamente en otros medios por la influencia del obradorismo al que representa.
Epigmenio Ibarra me recuerda la sentencia de Balzac: “Cuantas menos ideas se poseen, más se eleva el tono”. Eso es todo lo que él es.