En este mundo orate, donde abundan las fake news, la manipulación informativa y el maniqueísmo populista, no hay una teoría de conspiración que se respete la cual no incluya a George Soros, el perverso “titiritero” a quien se acusa de casi todo lo malo que ocurre en el mundo. En innumerables sitios web conspiranóicos se pueden leer versiones, relatos y acusaciones contra él donde lo retratan como un verdadero villano de película de James Bond dispuesto a moldear el mundo a su voluntad. ¡Millones creen a pie juntillas estos bulos! Lo acusan de tratar de erigir un NWO (New World Order) mediante una mega conspiración en la que está involucrada el feminismo, la diversidad racial, la inmigración, el control natal, los movimientos animalistas, el globalismo y hasta la corrección política.
Las teorías de la conspiración sobre Soros se han convertido en todo un fenómeno global. Dicen sobre él los locochones aficionados a las tonterías conspiranoicas: “Puede ser más peligroso que una bomba nuclear porque actúa desde la sombra con determinación, usando su dinero y poder para manipular la economía y la política”. Quizá esto es demasiado para quien, según Forbes, apenas es la 65ª persona más rica del mundo. Sencillamente no es un hombre del tamaño de su leyenda, alguien que pueda modificar al planeta a base de firmar talonarios y de aliarse con supuestas “fuerzas oscuras”, la cuales, bien miradas, resulta tienen objetivos e ideas muy distintas a las de este financiero húngaro.
A Soros lo odian por igual nacionalistas, conservadores, tribalistas, comunitaristas, racistas, socialistas y populistas. Tiene malquerientes en las izquierdas y las derechas. Para el trumpismo es una “fuerza diabólica” que pretende fulminar al “estilo americano de vida” al alimentar causas como los derechos LGTB, de las minorías raciales y religiosas, de las trabajadoras sexuales, la legalización de drogas y el aborto.
Orbán le ha acusado de querer “musulmanizar” a Europa, en Rusia las actividades de su fundación están prohibidas y Le Pen lo acusa de haber “inventado” a Macron. Las rancias monarquías del Golfo Pérsico lo señalan como el responsable de la Primavera Árabe, los republicanos más recalcitrantes lo describen como la mano negra detrás de los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, Putin lo culpa por la Revolución del Maidán ucraniana, y así un largo etcétera.
El encono de los autoritarios de hoy contra Soros tiene su origen en el odio que le tienen al liberalismo y a las sociedades abiertas. Soros es un convencido liberal quien fue alumno de Karl Popper, en cuyo pensamiento se inspiró para fundar, en 1993 las Open Society Foundations, en obvia referencia a La sociedad abierta y sus enemigos, la obra cumbre de Popper. En ella el autor defiende a una sociedad de personas libres capaces de evaluar su política, transformarla y elegir así cómo destituir a sus gobernantes democráticamente. Popper criticó a filósofos como Platón, Hegel y Marx, quienes postularon sociedades estáticas y opresivas. Cree que el progreso social debe basarse en la libre deliberación y en aplicar reformas graduales. También rechazó todo pensamiento político y filosófico que partiera de su propia infalibilidad, la cual es característica de las sociedades cerradas, donde la crítica no está permitida y las personas viven sin libertad de expresión, de creencia, o asociación. Asimismo, advirtió (haciéndose eco de Hölderlin) que “aquellos que nos prometieron paraísos en la tierra nunca produjeron nada más que infiernos”.
La crítica es para Popper la forma más importante de reemplazar las creencias establecidas por otras nuevas. No es la garantía para establecer la sociedad perfecta, pero es la clave para detectar y abolir injusticias, desviaciones y atrocidades sociales.
La aversión a la infalibilidad también llevó a Popper a criticar a los fundamentalistas del libre mercado. En su libro La lección de este siglo afirma: “Un mercado libre sin intervención no existe ni puede existir. La creencia incondicional en la libertad y el libre mercado a menudo conduce a la indiferencia hacia las personas que no pueden desempeñarse en la sociedad debido a la enfermedad o la vejez”.
Popper cree en un gobierno capaz de proteger el libre mercado de los monopolios y garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos, así como para ayudar a los enfermos, ancianos y discapacitados y para dar a los niños oportunidades educativas y de desarrollo.
En la obra de Popper el individualismo es un concepto importante. Muchas veces se malinterpreta al individualismo y se le asocia con “egoísmo, pero eso constituye un grave error. El individualismo que permite a las personas determinar su destino mediante el respeto por uno mismo, la autorrealización, el autodesarrollo y la emancipación ante las relaciones y grupos tradicionales. Es cierto que el individualismo va de la mano con el interés propio, pero no hay nada de malo en eso, porque es fuente de prosperidad y desarrollo. El individualismo es más que el interés propio. Es un proceso perpetuo hacia la libertad y la autosuficiencia”.
Es por todas estas razones que los colectivistas, nacionalistas, tradicionalistas, autoritarios y demás fauna deploran a Soros y lo pintan como una bestia de dimensiones casi mitológicas. No le perdonan al pensamiento popperiano pregonar que los individuos no son inferiores a la comunidad. Populistas y autoritarios abusan de un discurso y ejercen una acción política basados en los tribalismos colectivistas, apelan a las pulsiones latentes más profundas de sociedades cerradas y puramente colectivas Aborrecen la idea de una donde todos los individuos sean considerados en su propia singularidad y especificidad, pero son incapaces, a fin de cuentas, de producir genuinos mejoramientos en las condiciones de vida de la gente.