El 12 de diciembre, en la jurisdicción de la Virgen de Zapopan, el Atlas confirmó su heterodoxia encomendándose a la Virgen de Guadalupe. Después de setenta años de sequía, paladeó el triunfo. Como en tantas ocasiones, el futbol rebasó lo deportivo para alterar los sentimientos de la nación.
Quienes no tuvimos el privilegio de asistir al pletórico Estadio Jalisco seguimos la gesta por un medio que resulta exagerado llamar “de comunicación”, pues se dedica a abusar de los ojos de los televidentes.
Inspirada en la creencia de que si el país soportó 71 años del PRI, soporta cualquier cosa, la televisión comercial interrumpe las jugadas para que una hamburguesa ocupe la pantalla. Los partidos son una pausa entre anuncios.
Esto es posible gracias a la complicidad de los directivos con las televisoras. Basta ver una camiseta salpicada de marcas para conocer sus prioridades. El nombre del jugador ya no cabe en los dorsales y se coloca bajo las costillas, en el sitio que en las vacas corresponde a la arrachera y en los humanos al lumbago. La final ocurrió en medio del bosque de los logos. ¿Cómo explicar que la afición perdure?
Borges contaba que en un viaje a un pueblo argentino asistió a una representación de Hamlet. Ya estaba perdiendo la vista, de modo que apenas vislumbró lo sucedido; aun así, supo que atestiguaba un pésimo montaje. Todo conspiraba contra el arte y, sin embargo, el arte se imponía. Borges se conmovió ante el desdichado destino del príncipe de Dinamarca y entendió que la magia verbal de Shakespeare es indestructible.
Del mismo modo, el Atlas emocionó a pesar de los anuncios de la transmisión y a contrapelo de sus lances. Dominó el partido con infructuosa pasión, demostrando que es posible avasallar al rival sin ganar 4-0. Ajeno a la mera búsqueda de resultados, desperdició todo tipo de oportunidades con entrenada elegancia. “Le voy al Atlas aunque gane”, es el lema de sus seguidores. Su identidad depende del placer, no del marcador. Irle al Atlas significa sufrir con estilo, gran escuela para filósofos estoicos.
Doctorados en el buen toque, los rojinegros ganaron fama como los Niños Catedráticos, los Amigos del Balón o el Equipo de la Academia En la cantera atlista, un balonazo es pecado mortal; los pases deben salir talladitos, a ras de césped. En 1999, ese virtuosismo estuvo a punto de llevarlos al campeonato. Enfrentaron al Toluca en dos partidos épicos; fieles a su sentimiento trágico de la vida, perdieron en penales.
A veces, los protagonistas de un país vienen de otro. En Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener), Tom Wolfe narra la competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética para conquistar el espacio exterior. Los estadounidenses dependían de científicos de Alemania Occidental y los soviéticos de científicos de Alemania Oriental. En un momento crítico, el presidente Lyndon B. Johnson exclamó: “¡No me digan que sus alemanes son mejores que nuestros alemanes!”. Algo parecido pasa con el futbol mexicano: todos sudan y anotan los extranjeros. La suerte está en pies chilenos, ecuatorianos, colombianos o argentinos. El auténtico milagro de la Virgen en Guadalajara fue que el único gol anotado en tiempo reglamentario viniera de una cabeza mexicana, la de Aldo Rocha, quien, para perfeccionar el drama fratricida, nació en León.
Esto lleva a una consideración sobre las esencias nacionales. El Atlas representa lo inverosímil, la excepción a la regla, la pasión sin recompensas fáciles, el triunfo contra los pronósticos. Algo tan mexicano como irle al León, que en términos nacionalistas no canta mal las rancheras; en su estadio, la multitud entona “Camino de Guanajuato”, de José Alfredo Jiménez: “No vale nada la vida/ La vida no vale nada”. Si el Atlas es un adiestramiento para estoicos, el León no repudia la filosofía nihilista (aunque a veces la abandona para conseguir títulos).
Lo más singular de este duelo es que permite hablar de él sin mencionar jugadas. No en balde, Enrique “El Perro” Bermúdez, rojinegro de toda la vida, se refirió en su narración a la condena que Zeus impuso a Atlas, a los millones de seguidores que no conocieron el triunfo, a los héroes de otro tiempo, las fuerzas intangibles que justificaban sus lágrimas como cronista.
El futbol es un misterio que sólo a veces sucede en la cancha.
Este artículo fue publicado en Reforma el 17 de diciembre de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.