Javier Gerardo Milei, el nuevo presidente de Argentina, se ha declarado “anarcocapitalista” o “libertario”, doctrina desarrollada a partir de las teorías de, entre otros, Murray N. Rothbard y Hans-Herman Hoppe, quienes postulan la primacía o soberanía absoluta del individuo, ejercida a través de la propiedad privada y el libre mercado, frente a la soberanía del Estado, al cual se pretende minimizar de modo tal que sólo se preocupe por los temas de seguridad pública a través de las fuerzas policiales, militares y judiciales. Proclaman la libertad de mercado como el eje constitutivo natural de la vida social y económica de la sociedad, consideran el concepto de justicia social como una “aberración” en la creencia de que sólo el mercado genera un orden natural de las relaciones humanas. Por ello, opinan, el Estado no debe intervenir en los asuntos sociales y económicos. ¡Vaya forma paradójica de anarquismo esta donde todavía se necesitan fuerzas coercitivas! ¡Todo un oxímoron esto del anarcocapitalismo!
El denominado anarcocapitalismo tiene una notable presencia en los ámbitos académicos e incluso políticos en Estados Unidos, aunque allá prefieren denominarse como “libertarios”, lo cual tiene un significado muy diferente al que le dan en Europa. Viene de los tiempos de la conquista del Oeste, cuando la ley se imponía con una Colt 45 el Estado era una cosa lejana, prácticamente inexistente, obra de los atildados habitantes de la costa este, gente con levita y sombreros extraños de Filadelfia o Nueva York. En esta circunstancia fue forjada una mística del individualismo, del desprecio a los leguleyos y a todos aquellos que intentaran ampliar la autoridad del intervencionismo del Estado. Hoy, un sector de la extrema derecha estadounidense se declara hija de esa tradición. Son “libertarios” los que nutren las filas de la asociación del rifle y exigen el menor intervencionismo estatal posible en la economía. Reniegan de los impuestos y de las políticas sociales, pero sus actitudes en temas sociales y personales suelen ser contradictorias. Algunos están a favor de la legalización del aborto, del consumo de las drogas y de la ampliación de las libertades individuales, pero otros están en contra. En Europa, en cambio, el concepto “anarcocapitalista” tradicionalmente ha sido poco utilizado, aunque gracias a la moda actual está arribando con fuerza en algunos países. Pero eso es nuevo, hasta hace no mucho se hablaba de una especie de “anarquismo de derecha” que el cineasta Luis García Berlanga definió aludiendo a un sentido burgués y cómodo del anarquismo: “cerca de libertades y sentimientos, lejos de revoluciones y barricadas”.
Existen diferencias entre el libertarismo y el liberalismo tradicional. En términos generales, los liberales defienden el capitalismo, el mercado libre y los derechos individuales frente al poder coactivo del Estado, son contrarios intervencionismo en la política económica, a las subvenciones clientelares, a las barreras arancelarias proteccionistas y la ingeniería social colectivista. Quieren más sociedad y menos Estado. Ahora bien, definir así al liberalismo no deja de ser problemático. En realidad, es arbitrario. Es imposible determinar de forma objetiva qué tipo de Estado y en cuánta cantidad es aceptable para quienes se consideran liberales. Como tantas cosas en la vida, depende de preferencias subjetivas y no de verdades contrastables. No siempre es pertinente ni idóneo intentar definir la sociedad libre exclusivamente en función de las características del Estado. Más bien el proceso eficaz es el inverso, es decir, definir al Estado como un concepto complejo alambicado en función de la libertad individual como concepto básico. Pero dentro de esto los libertarios hacen una afirmación tajante y radical: el liberalismo con principios axiomáticos sólidos debe entenderse, sobre todo, como el respeto irrestricto a la propiedad privada.
Grosso modo, podemos decir que, si para los liberales el mejor Estado es aquel que menos gobierna, para los libertarios es el que no gobierna nada o casi. Justifican llamarse “anarcocapitalistas porque “El anarquismo es autogobierno y supone la defensa radical y consecuente de la libertad en una organización social espontánea, autónoma, no coactiva, un orden voluntario cooperativo basado en la ética objetiva y universal de la libertad y la justicia rectamente entendida como el derecho individual de propiedad privada”. Para esta curiosa (y pretendida) rama de pensamiento el anarquismo no significa caos sino simplemente ausencia del Estado monopólico. El anarcocapitalismo implica la abolición de las formas de Estado por innecesarias, peligrosas e indeseables, salvo las destinadas a defender la propiedad privada. En el anarquismo llamado “comunitarista” no se reconoce el derecho de propiedad. En el anarcocapitalismo existen instituciones, leyes y agencias de seguridad concebidas en una “estructura de red horizontal y no como una jerarquía vertical.
Otro de los grandes teóricos del anarcocapitalismo, Robert Nozick, en su muy célebre libro Anarquía, Estado y Utopía (1974) desarrolla una interesante idea de “Estado mínimo” dedicado a solo entrometerse en los casos de violación de los derechos individuales. Una utopía donde los ciudadanos no tendría impedimentos en unirse para formar pequeñas sociedades bajo los principios religiosos o políticos que consideren más convenientes. Desde luego, los potenciales conflictos entre propietarios y la posible existencia de delincuentes hace necesarios servicios de policía, defensa y justicia. Por eso reconoce a necesidad de un Estado mínimo estrictamente limitado (minarquía), cuyas únicas funciones son las de policía, defensa y justicia: “El Estado tendría el monopolio del uso sistemático de la fuerza sobre unos ciudadanos y un territorio, tiene el poder y la autoridad exclusivos para mandar y hacer cumplir reglas de comportamiento social”. Milei, por cierto, se define “filosóficamente anarcocapitalista, pero en el plano de la práctica minarquista”.
Sin embargo, para sus críticos el problema de este “minarquismo” es creer que el monopolio de la violencia puede ser eternamente eficiente sin corromperse jamás, y que su poder puede mantenerse estable y limitado por los ciudadanos en base a una especie de “bondad integral”. Los escépticos predicen la generación de una una “jerarquía coactiva” con fuertes incentivos para su propio crecimiento a costa de los gobernados. En los peores casos así podría imponerse un nuevo tipo de totalitarismo. También los críticos señalan que incluso un estado mínimo terminaría por fracasar en la tarea de defender el derecho de propiedad porque estaría tentado a violarlo sistemáticamente al no permitir a cada persona decidir cómo resolver pacíficamente sus problemas de seguridad y protección. Además, la extensión territorial de una minarquía no dejaría de ser muy problemática.
¿Podrá Milei establecer su utopía minarquista en un país tan complejo como Argentina, lastrado por décadas de populismo? Por lo pronto algunos observadores destacan las dificultades del nuevo gobierno para generar confianza en los factores de poder, a pesar de desde el triunfo en las urnas se han observado cambios, moderaciones y rectificaciones en las propuestas centrales del libertario. Desde tiempos inmemoriales en las democracias los políticos tienden a moderar sus propuestas a medida que se acercan al poder.