No tengo duda de las convicciones de muchos militantes de Morena. Conozco al menos a una centena de ellos porque soy parte de una generación que, hace un poco más de 30 años, se rebeló contra el principio de autoridad y dio forma al movimiento estudiantil más importante desde entonces. Nos animaron varios principios de la izquierda con todo y los matices que implica nuestra propia composición heterogénea que era ya, en ese entonces, expresión de la pluralidad en el país: en el orden interno ampliar la oferta educativa de calidad y en el orden externo contribuir a fortalecer una izquierda democrática y, en esa perspectiva, ampliar los derechos de la sociedad diversa: la despenalización del aborto, la legalización de la prostitución (ah, Claudia Colimoro y el PRT, ¿recuerdan?) y la libre manifestación de las preferencias sexuales (todos recordamos nuestras puterías y entre éstas a La Guillotina). En ese orden remamos a contracorriente de la cultura priista del presidencialismo omnímodo y la tutela de un solo partido; también remamos a contracorriente de la derecha y su visión conservadora que reduce todo a los principios de la familia y las enseñanzas de Jesús.
A esos militantes de Morena también me dirijo: el dirigente al que impulsan en este proceso electoral tiene un discurso y una práctica que atentan contra nuestra propia historia. No es lo que nosotros somos y dijimos que éramos (y yo estoy seguro de que no nos mentimos a nosotros mismos). Andrés Manuel López Obrador no es un líder de izquierda y sus ideales son diferentes a los que a nosotros nos animaron, nos animan o digan si ya no. Su talante mesiánico que abandona al Estado laico y que concentra en él las expectativas de cambio es, por mencionar sólo esos dos aspectos, diametralmente opuesto a las definiciones de una izquierda moderna que, por cierto, no puede ni debe aceptar que los derechos individuales sean sometidos a consulta pública. Ganar el poder no puede ni debe ser a costa de abandonar los principios o entregarse a un pragmatismo que implique ser como aquellos contra quienes se disputa ese poder. Es inadmisible que nuestra generación apoye a unas de las líderes más conspicuas del sindicalismo charro: Elba Esther Gordillo y Napoleón Gómez Urrutia; es inadmisible defender mediante la retórica que se quiera a uno de los perpetradores del fraude electoral de 1988, Manuel Bartlett Díaz (ustedes recuerdan: “El pueblo voto, y Cárdenas ganó”), no va con una trayectoria de izquierda justificar ladrones como Javier Duarte o integrar a las filas de la izquierda a quienes actúan contra los principios feministas y la diversidad con la que se integran las familias en el México moderno. No va con lo que fuimos ni ser guadalupanos ni usar el estandarte religioso para manipular creencias y conciencias, ¿o ya no somos eso que fuimos o dijimos ser?
Hace más de 30 años pugnamos por un Congreso Universitario en la UNAM que tuviera un carácter resolutivo, y lo logramos sin sugerir la desaparición del examen, más bien dijimos que ningún estudiante dejara la escuela por motivos económicos y, aunque no con el énfasis que al menos yo hubiera querido, también hablamos de rigor y calidad académica; asumimos que el Estado benefactor integró a los jóvenes en una especie de estacionamiento y masificó a la UNAM sin una reforma que atendiera a los nuevos sujetos que la poblaron (sus condiciones económicas y su capital cultural, por ejemplo). Repito: nos rebelamos y así atentamos contra el principio de autoridad, no estuvimos dispuestos a la línea discursiva de la orden directa sin que mediara discusión.
Les propongo retomar esos principios ahora e impulsar la discusión, en Morena es un asunto suyo, me refiero a nuestro intercambio público: si ustedes coinciden con su candidato a la presidencia, expongan eso con franqueza y debatamos, junto con ello es posible dejar de lado la descalificación, como aquella que nosotros padecimos cuando fuimos jóvenes y dijeron que a nosotros nos animaban intereses detrás, oscuros; en todo caso les sugiero romper el silencio para que la ausencia de palabras no sea cómplice de la disolución definitiva de los principios. Por cierto, ya no permitan más, ni un momento más, que le hagan a los otros lo que nos hicieron a nosotros y pongámonos a debatir como antes nos gustó, hasta la saciedad, con la exigencia del “concreto compañero” y al final dentro de la diversidad quizá también a cantar las mismas canciones. Hace más de tres décadas nos resistimos a ser la masa de maniobra de la tecnocracia, hagamos lo mismo ahora frente a los discursos que no tienen que ver con nuestras convicciones, estoy seguro, sino con un toque de pragmatismo que no puede ni debe dejar encantada a la inteligencia y al espíritu crítico, y convertirla en fanatismo.
Soy parte de su generación. Les guste o no. Les suscite las suspicacias que quieran. Lo soy, y en esa perspectiva les pido reflexión y análisis, pero acaso sobre todo les pido generosidad para emprender un intercambio público intenso y creativo. No aceptemos que nadie nos dicte una moral, rompamos lo establecido como hace más de treinta años y retomemos el valor de la izquierda relacionado con la diversidad y desde ahí que detonen las ideas. Estoy seguro de que aún es tiempo de que no nos convirtamos en aquello que combatimos cuando tuvimos un sueño en la piel. Ustedes, nosotros, somos parte de esto:
Queremos todo, lo siempre ajeno, lo nunca nuestro. ¡Lo tomaremos!
No abdiquen, no es tiempo de arriar las banderas.