Las campañas electorales son espectáculos oprobiosos para todo aquel que tenga al menos un par de dedos de frente. ¡Pero qué bajo se puede caer tratando de explotar la estolidez de millones personas! No solo se derrocha en ellas demasiado dinero, sino que se desinforma, se abunda en desplantes de hipocresía, mal gusto, vulgaridad, ridículo visual y degradación intelectual. ¡El imperio de las malas ocurrencias e improvisaciones! ¡Y los candidatos, esos impresentables! ¡Cuanta razón tenía Camus cucando advirtió que en temporada de elecciones se hacen visibles personajes extraños, oscuros, sin consistencia! Sin pudor alguno se convierten en espontáneos bailadores, cantantes, poetas y bufones de ramplón vodevil. ¡Y ni para eso sirven, a final de cuentas! ¡Malos (también) para la bailada y la cantada! Mienten, denigran, prometen y exageran a la par que brincan y mal bailan en el infame circo electoral.
Quizá lo más atroz de la actual campaña electoral que padecemos en México son eso de cutres jingles que circulan en internet. Dicen los “expertos “ en esto que pomposamente se ha dado por llamar la “comunicación política” que la “música electoral” juega un papel fundamental en las campañas porque movilizan las emociones. ¡Eso! Siempre deben ser las emociones, porque apelar a la razón -nos advierten,-es perder el tiempo. Por eso los candidatos abusan de la “música” y el baile para conseguir el voto de los electores. Nos aleccionan los genios de la mercadotecnia: “La música es una herramienta potentísima de comunicación política, ¡las campañas se volvieron taaan aburridas! Eso hablar de ideas, exponer plataformas y plantear críticas constructivas es demasiado tedioso. Al pueblo no le gusta. La gente ama el “jale”. Los eventos de campaña ya no funcionan sin música, entretenimiento, vacilada. Por eso conviene llevar artistillas, luchadores, deportistas, saltimbanquis y todo tipo de seres bizarros y caricaturescos. Incluso se vale postularlos buscando atraer más votantes”. Y, en efecto, se les postula cuando no se tiene nada más que ofrecer y se carece de liderazgos genuinos. Se ceba la extravagancia y mediocridad de quienes aspiran a ser parte del gobierno.
Alguna vez discutí con a uno de estos eminentes especialistas en ganar el voto. Justificaba los jingles de campaña diciéndome “Pedro, pero si hasta autores clásicos han sido utilizados políticamente, solo recuerda a Verdi”. ¡Válgame, comparar el “Va, Pensiero” con el sonsonete de “naranja, naranja”! El tipo incluso me citó himnos políticos como La Internacional, Cara al Sol, Hoch die Fahne! (ese no lo citó, pero me lo imaginé) como prueba de la importancia de los ritmos y melodías en alentar a las masas, porque nada comunica mejor que una tonadilla pegajosa “Y también las letras de las canciones”, se entusiasmaba mi interlocutor, “Piénsalo, se le puede dar mucho juego incluso a la ideología del candidato con una cumbia o un rap” me dijo como para matizar la vacuidad del recurso, “Los asesores políticos de ahora cuentan con ello. Admite que palabras como democracia, justicia, igualdad, y desarrollo ya se devaluaron, ya nadie cree en eso, perdieron significado, Pedro, ¡modernízate! Mejor lee menos a Sartori y aprende a bailar (¡decirme eso a mi, que soy un salsero aventajado!). Con la musiquita cada vez que les venga la melodía a la mente recordarán al candidato y al partido, mira, como esta tan movida que tú tanto críticas de naranja naranja, ¡es genial! ¡hasta cuando vean el color naranja o tomen su jugo mañanero se van a acordar de Convergencia, bueno del partido, pero también de la propuesta política, desde luego, porque de forma inconsciente se va creando un “nuevo tipo de militancia” (sic) teniendo en cuenta que, ciertamente, a los actos de campaña suele acudir el público convencido, pero también aquel que duda pero siente alguna atracción”.
Pese a la cátedra que recibí aquel día, no dejo de ser ingenuo, y tras zamparme algunos de los jingles de la actual temporada se me antoja pensar ante tan pedestres muestras de la estulticia humana que nuestros expertos en comunicación política se equivocan y no es del todo cierto que el pueblo se deje motivar por estas porquerías. Muchas encuestas lo dicen: los partidos son las instituciones menos confiables entre la ciudadanía, y mientras más abusiva es una campaña, más contribuye a deslegitimarlos. Sueño: “La gente empezará a devolver fuerza y legitimidad al régimen democrático, a exigir a los políticos que se atengan a observar y respetar objetivos éticos y valores como la honestidad, la veracidad, la coherencia, y actitudes que se refieren a detallillos como, digamos, cumplir las promesas y respetar la palabra dada. Los ciudadanos se rebelaran contra el abaratamiento de los procesos electorales. ¡La sociedad no está satisfecha con los partidos, desconfía cada vez más de los gobernantes! ¡La democracia es resultado de la racionalidad humana, por Dios! Y los partidos, por tanto, ¡a mejorar la oferta, trabajar mucho en la preparación de líderes de calidad! (Aquí es donde usted puede soltar la carcajada).
Como sea hoy, desafortunadamente, solo tenemos lo que hay, y a aguantarse, por que lo que hay es bastante malo. Otro día (¿siglo?) será cuando la sociedad exija, recuerde, precise, se empodere, deje de ser boba y -sobre todo- fortifique su autoestima para que no le sigan faltando al respeto los malos payasos. Urge cultura política, pero por el momento los saldos negativos inducen a los buenos ciudadanos a la abstención, el hartazgo, la automarginación o -tristemente- a votar por quienes considere los menos malos.