miércoles 03 julio 2024

Nixon en China

por Pedro Arturo Aguirre

Coincidiendo con el centenario de Henry Kissinger, por fin vi en YouTube la grabación (Metropolitan Opera House de Nueva York) de la estupenda ópera de John Adams “Nixon en China”, con el brillante libreto escrito por Alice Goodman, una obra dedicada a exhibir con agudeza y fino sarcasmo el esperpento de la política. La entrada es genial: un ominoso coro entonando doctrinas maoístas (The people are the heroes now) dan entrada al histriónico arribo del presidente de Estados Unidos, quien baja histriónicamente las escalerillas del Air Force One (entonces conocido como Spirit of 76) para estrechar, efusivo, la mano de Chou En-lai. Fue el 21 de febrero de 1972, un día gélido, ventoso y con algo de bruma. “News, news“, repite en la ópera obsesivo y machacón el barítono que representa a Nixon (News has a kind of mystery: when I shook hands with Chou En-lai on this bare field outside Peking, the world was listening). Genial también la escena de Chiang Ching, la fanática esposa del Gran Timonel, quien emprende un canto violentísimo (I am the wife of Mao Tse-tung who raised the weak above the strong.) con una partitura escrita a base de sobreagudos, saltos de tesitura, fraseos entrecortados. En fin, una obra divertida, original, llena de ironías sobre el poder y genialmente musicalizada. Jamás la veremos en México puesta en escena.

Escuchar esta ópera me llevó a leer el excelente relato de Margaret MacMillan sobre la histórica gira nixoniana. Dice la historiadora sobre la cumbre: “Se forjó a principios de la década de 1970 por un elenco tan improbable como se pueda imaginar. En el lado estadounidense estaba Richard Nixon, otrora campeón del anticomunismo, quien pretendía hacer de la política exterior el sello distintivo de su presidencia y se fijó en la apertura a China como su apuesta más audaz y con visión de futuro. A su lado acechaba Henry Kissinger, decidido a utilizar su posición como asesor de Seguridad Nacional para convertirse en un maestro diplomático global a imagen de sus héroes del siglo XIX (Metternich, Talleyrand), un jugador despiadado en los pasillos del poder de Washington y dedicado al secreto en la acumulación de poder. En el otro lado estaba Mao Tse-tung, el dictador comunista de oscura ideología quien presidía sobre la muerte de decenas de millones con una salud gravemente deteriorada. A su lado estaba Chou En-lai, el hijo de un mandarín, convertido en engranaje ejecutivo esencial del régimen”. MacMillan proporciona una narrativa magnífica que combina detalles y accesibilidad, llena de observaciones agudas y viñetas maravillosas.

Nadie puede negar la trascendencia histórica del viaje de Nixon, gracias al cual inició la distensión entre ambas potencias después de dos décadas de turbulentas relaciones. La cumbre duró una semana y cambió el curso de la Guerra Fría. Lo inimaginable había ocurrido tras casi dos años de negociaciones entretejidas por el hoy centenario Kissinger. Al día siguiente del anuncio oficial de la gira, The Washington Post afirmó: “Si el presidente hubiera dicho que se iba a la Luna, el mundo no se habría quedado tan estupefacto”. Pero el momento había llegado. Nixon era consciente de la imposibilidad de seguir excluyendo “al gigante asiático del concierto de las naciones”. Pero más allá de tan flagrante cursilería, Estados Unidos buscaba con esta jugada debilitar a la URSS y agravar el enfrentamiento interno del comunismo entre soviéticos y chinos. Irónicamente, la famosa pugna China-URSS había surgido cuando Nikita Jrushchov, propuso una “coexistencia pacífica” con el bloque occidental, lo cual el Gran Timonel rechazaba de plano porque “aplastar el capitalismo” era su principio irrenunciable. Además, en 1972 se celebraban elecciones y, tras un primer mandato exitoso, Nixon precisaba un golpe de efecto internacional para seguir reelegirse. Viajar a China se convirtió en la jugada genial.

Por su parte, Mao aspiraba a establecer relaciones con Washington porque temía un ataque de la URSS en las provincias que habían pertenecido al Imperio Ruso hasta mediados del siglo XVII. En especial, le preocupaban Sinkiang y Manchuria. Tan solo un par de años antes la Unión Soviética había invadido Checoslovaquia, y si Moscú se atrevía a ocupar un país amigo en el corazón de Europa, atacar China no sería un problema. Evidentemente, había dos grandes escollos en estas negociaciones: el estatus de Taiwán y la Guerra de Vietnam. Sin embargo, la imposibilidad de un arreglo a corto plazo en estos países facilitó las cosas, porque en principio se excluyeron de las negociaciones. La ideología, decía Mao, es mala consejera en asuntos internacionales. Por eso el comunicado oficial de la cumbre rezumaba pragmatismo, aunque sí estaba presente un claro aviso a la URSS: “Ni una ni otra parte deben pretender alcanzar la hegemonía en la región asiática del Pacífico y ambas se oponen a los empeños de cualquier otro país o grupo de países por establecer dicha hegemonía”.  

Kissinger presume a esta cumbre, en buena medida hechura suya, como el acontecimiento más espectacular de la presidencia de Nixon. Pero desde el punto de vista simbólico Mao se llevó la mejor parte. Recibió a Nixon en su despacho, una pequeña y austera estancia atestada de libros. El omnipotente dictador quería presentarse como un filósofo alejado del poder, por eso no quiso impresionar con un despliegue de símbolos majestuosos. Aun así (o, precisamente, justo por ello) logró imprimir la sensación de que Kissinger y Nixon fueron a Pekín como bárbaros acercándose algún emperador Ming. De hecho, para muchos historiadores con ello ayudaron a instituir en las relaciones de Occidente con China un patrón de rara deferencia rayano en la obsequiosidad, el cual prevalece desde entonces. Sin embargo, la verdadera trascendencia de la visita llegó una década después, cuando Deng Xiaoping inició su ambicioso programa de reformas económicas. Entonces la conexión estadounidense se convirtió en un elemento clave en el ascenso de China. El acercamiento chino-norteamericano de los años setenta empezó como un episodio táctico de la Guerra Fría y evolucionó hasta convertirse en la génesis de un nuevo orden mundial. 

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