La tosquedad de la propaganda de la 4T es uno de sus signos distintivos. Y el caso Lozoya lleva su chabacanería a otro nivel.
En términos sencillos: lo de Emilio Lozoya es como el compló del BOA, pero hecho con gente que sí acabó la preparatoria.
Sin duda que lo político es un teatro, pero las acusaciones de Lozoya contra Ricardo Anaya y gobernadores panistas abusan del deus ex machina: ponen en escena al villano con la explicación que viene como anillo al dedo para el protagonista, ese mismo “héroe” que está deseoso de anular a todos sus adversarios.
Y el delator secreto L desnuda al PRIAN, a un mes del comienzo formal del proceso electoral. Qué conveniente.
Ricardo Anaya me parece un sujeto limitado, que nunca debió ocupar la dirección del PAN, mucho menos la candidatura a presidente de México. Lo considero un arribista, usurpador, gandalla y fraude social. Pero las acusaciones de Lozoya contra él son ridículas, principalmente por tres razones, que a continuación recapitulamos:
1. Los montos del supuesto soborno son de risa, considerando las cantidades que se manejan en el cabildeo político y las campañas electorales. No quiero decir con esto que Enrique Peña Nieto y compañía no fueran el inverso de la aventurera de Agustín Lara —o sea, que ellos venden barato su amor, como demuestran las casas blancas—, pero las cantidades mencionadas por Lozoya son muy pequeñas para incentivar las supuestas corruptelas que le achacan a Anaya y a los panistas. Repartan 52 millones entre toda una bancada partidaria, acostumbrada a gastar muchísimo más en cualquier lujo o campaña: el unto poco compraría, por ello la narrativa de Lozoya es absurda: ¿a nadie le pareció curioso que la cantidad repartida, 54 millones, fuera casi la misma en que Anaya vendió “su polémica bodega”? Ni para narrar cuentos son originales en la 4T.
2. El ensamble de villanos es totalmente a modo de las necesidades políticas del pejeato. Aliados de Felipe Calderón, gobernadores panistas, el mismo Anaya. Vaya, sólo faltó que incluyeran a Loret, Claudio X. González y Gustavo de Hoyos. La trama de aplicación del dinero es poco racional, narrativamente forzada, como argumento de telenovela vespertina de Televisa o narcoserie de Epigmenio Ibarra. Tan burdo es el tinglado, que Tenoch Huerta salió a pedir el fusilamiento de los involucrados con la misma violencia que el delincuente que encarna en Netflix. Aplica la navaja de Ockham inversa: si la explicación resulta muy conveniente, lo más probable es que sea hechiza.
3. Es un testigo protegido, estúpido: va a decir lo que quieras oír. No voy a contar aquí el viejo chiste del elefante, el conejo y los judiciales, pero resulta claro que la credibilidad de Lozoya no está en sus dichos, sino en las evidencias que pueda aportar. Sin pistolas humeantes, lo del exdirector de Pemex son, como decimos en México, puras habladas.
El caso Lozoya sólo confirma la necesidad de mejores leyes contra calumnias y difamaciones. A pesar del pésimo marco regulatorio, Anaya tiene todas las posibilidades de ganarle un juicio a Lozoya, con el extra de que las afirmaciones del chihuahuense no se hicieron dentro de procedimiento. Toda persona que es difamada o calumniada debería reclamar judicialmente, aunque el chisme sea menor. Si bien muchos no pueden hacerlo, el excandidato presidencial debería demandar, no sólo por su reputación, sino para desmontar la patraña que armó el lopismo para distorsionar la contienda electoral de 2021, mediante la politización de la procuración de justicia. No hay ironía en que el López candidato se quejara de las elecciones de Estado y, ahora, el López gobernante haga lo mismo que cometieron sus enemigos: lo del presidente se llama cinismo e insultar la inteligencia de los ciudadanos, pero ya sabemos que no hay disparate sin clientela que lo compre…