Hernán Bravo Varela es un lector. En noviembre de 2024, editorial Era —casa de poetas, escritores e intelectuales mexicanos consagrados— ha publicado en un solo volumen sus dos más recientes libros de poemas: Ejercicios de respiración y El Estado empresario mexicano (que tuvieron una primera edición en España en la editorial Pre-Textos en 2023). Como lector consuetudinario, Bravo Varela es alguien que escribe un poema —quizá autobiográfico— en que la voz no teme describirse como “el joven que ya no leía a neruda”, porque los amores, aun los trascendentes, cambian. Es también un poeta que traza contrastes en estos términos: “tú del monte carmelo yo el aula salmantina/ […] tu forma de escribir mi forma de leer”.
Leer temas en la literatura es tan elemental como centrarse en tramas cinemáticas: es perder de vista lo que hace cine al cine y lo que podría llamarse poético en un texto. Pero esto no implica que los creadores no aborden asuntos e incluso que estos tengan alguna importancia. En este sentido Ejercicios de respiración se acerca a una suerte de diagnóstico médico personal, con elementos farmacológicos, en que: “Mi monstruo es la salud”. Pero el libro no se agota ahí: comienza. Un subsuelo que no duda en emerger es católico. En el poema “Fijación”, por ejemplo, cerca del final el poeta dota de extrañeza a una conjugación verbal —“herirá”— y remata con versos derivados de la lectura bíblica que mencionan el asesinato de un profeta, instigado por “un falso profeta” y operada por el poder político burocrático. A su vez el poema “Concentración” afirma: “[¿]es católico, y/ ama al prójimo porque/ lo desea?”. El pensamiento católico es interlocutor de Bravo Varela con el peso y en la seriedad de poetas devotos y Padres de la Iglesia. No obstante, en ambos títulos más que intención de comunicar o dialogar hay composición: la sustancia está en la exploración no en dichos terminantes. Aunque los asuntos subyacen lo que predomina en estos poemas recientes de Bravo Varela son ciertas atmósferas: “cuando las zonas francas dejaron de ser burdeles al aire libre y se volvieron hoteles terroristas colegios de amor células de ignorancia”.
La historia y los hechos sociales contemporáneos irrumpen en versos de Bravo Varela como lo hacen en la cotidianidad: de forma inesperada, casi siempre como trasfondo —acompañamiento imperceptible— haciéndose notar sólo cuando son o casi son catastróficos. Algo que suele ser catástrofe o bendición es más recurrente e importante para el poeta en este volumen: la figura del padre. En particular el segundo libro, El Estado empresario mexicano, toma su nombre de la tesis que el padre del autor escribió para titularse como abogado, de la que se reproduce su portada. Un par de páginas muestra también una carta inteligente, bien escrita y elegantemente combativa en que ese mismo hombre escribió —invitándolo a debatir frente a sus estudiantes— a un profesor que había sido contrario a otro Bravo Varela, quizá su primogénito, por no ceñirse a la historia de bronce acerca de Benito Juárez. Enfatizo: no se trata de la intimidad como fórmula de producción textual sino, quizá, de la atención a los tormentos del cuerpo y la memoria viva. Bravo Varela lo sabe: “qué hacen en un poema los poemas no tratan de cosas específicas”.
Leer literatura, pero también las demás artes y la realidad, no es tarea automática, sino proyecto vital inacabable; aunque algunos pasos parezcan decisivos y multitud de lectores decidan precozmente residir en ellos ignorando cuanto podría haber por venir. Hace algunos meses un recinto central de la cultura oficial mexicana alojó la exposición de un artista plástico nacional de considerable y prolongado eco internacional. Llamó mi atención la reacción adversa hacia la retrospectiva que me transmitieron varios artistas plásticos, particularmente porque no se trataba de juicios estéticos hacia las obras (que ni siquiera visitaron). Hubo alguien en especial que fue incapaz de compartirme las razones —que tampoco estaban relacionadas con la personalidad del expositor— para su enfático desdén; intuí que la actitud podía estar marcada por anhelo de mostrarse como guerreros marginales frente a lo calificado como “hegemónico”. También me pregunté si algunos de estos creadores serían equivalentes culturales de buena parte de los ahora gobernantes morenistas de México: cuestionadores en el pasado —frecuentemente con retórica moral— de quienes detentaban el poder burocrático, sólo porque ellos no eran quienes lo ejercían; pero que en el presente han encontrado plácido abusar igual y peor de prácticas disfuncionales. La rebeldía impostada es mala compañera si se trata de acercarse genuinamente a las artes: leer requiere de adentrarse en una materia para conocerla, no de suponerla desde prejuicios convenientes. En cambio, si uno quiere hacerse de relaciones basta con tomar dos o tres asuntos —el compromiso con ellos es lo de menos— y repetirlos con enjundia para colocarse donde uno aspira. La exposición, por cierto, era estupenda.
El concepto de generación como herramienta de explicación social es sumamente cuestionable por razones como la diversidad de los individuos debido a su clase social y otros factores cruciales. Cuando se encuentran semejanzas significativas en las creaciones de los artistas la noción de generación podría parecer más aplicable. Pero en muchas ocasiones la ilusión de coincidencia se desmorona ante un poco de análisis. Hay, no obstante, características que sí resultan recurrentes en algún periodo. Así, por ejemplo, los poemas de El Estado empresario mexicano y Ejercicios de respiración se distinguen de mucha poesía mexicana —quizá predominantemente, pero no sólo, de autores de mayor edad— que era altamente retórica, en el sentido de contradecir postulados de Pound alrededor de temerle a la abstracción: acumulación de inaprehensibles quizá en busca de lo “etéreo”. En cambio, como lector constante de poesía moderna y contemporánea global, Bravo Varela conoce y aprovecha recursos tipográficos y se maneja en la página como espacio para dibujar con palabras. También como lector dialoga con otros poetas como corresponde: con versos que intrigan porque interpelan sin necesidad de sentido, de ahí su misterio. La elaboración en la composición de los poemas es notoria: un poema es muchos poemas, pues sus límites no son definitivos, como los sucesos de nuestras vidas.
La sofisticación de los recursos del poeta no es sorpresiva. Hernán Bravo Varela arrancó su carrera literaria con el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en 1999 por su primer libro: Oficios de ciega pertenencia. Ensayista y traductor además de poeta, es editor desde 2018 del Periódico de Poesía (publicación de la Universidad Nacional de México). Bravo Varela es también “asesor cultural” de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, lo que implica la responsabilidad de organizar las actividades de ese espacio cultural. Ha sido becario del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Antologó tempranamente la poesía nacional del momento con Ernesto Lumbreras. En fin, Hernán Bravo Varela es figura central del mundo de la poesía mexicana más establecida y con relativamente más recursos, lo que —como bien conocemos quiénes estamos involucrados en estas cuestiones— conlleva bastante trabajo, incluyendo luchar por financiamientos. En mi perspectiva estos antecedentes no deberían condicionar la lectura de una obra ni favorable ni adversamente, si el interés es literario.
Una aspiración es leer sin prejuicios por lo que eso puede deparar. Esto no significa abandonar criterios construidos minuciosamente, por el contrario, implica depurar los motivos del juicio, al evidenciarlo. El proceso conlleva lidiar con mucho más que elementos estéticos. Hay contextos perniciosos: existen figuras consagradas que en vez de ser un beneficio son problemáticas para las artes, en particular en sociedades tan desiguales, patrimonialistas y arbitrarias como la mexicana. Generalmente la ponderación de tales actores no es tarea sencilla, pues, aunque hay charlatanes absolutos, no considero que sean la norma. El blanco y negro populista poco ayuda. Se me ocurre como ejemplo Luis de Tavira quien con facilidad provoca comentarios elogiosos de personajes públicos, quien es profesor apreciado por muchos y quien probablemente realizó puestas en escena apreciables durante algún tiempo quizá extenso. Actualmente, sin embargo, cada obra teatral suya, adolece diversas limitaciones, pero lo que no tiene restricción es su acaparamiento de espacios públicos que, al usarlos tan extensamente, niega la oportunidad a otros artistas para ocuparlos. Si se tratara de recintos privados no habría dilema alguno: sería su prerrogativa entregar sus espacios a de Tavira, pero este cacique cultural usa pródigamente lugares pagados con impuestos, en que carece de importancia si recupera costos: lo estamos subsidiando (destaco que mi crítica no tiene que ver con su edad: yo dudo que alguna vez haya sido tan notable como se cree y en esto, claro, tomo el riesgo de equivocarme). Esta línea es lo procedente: la crítica con fundamento, no la descalificación al dar por hecho que habría una pelea entre los de abajo y los de arriba. Es poco productivo cuando ocurre lo que pasaba con alguien que se enojaba ante la aparición de cada antología de poesía mexicana, por lo que invariablemente yo le decía: haz la tuya, sin que jamás lo hiciera y sin que fuera por falta de recursos. Si hay algo qué decir hay que expresarlo, no fantasearlo: la crítica tiene que ser pública y si eso provoca represalias hay que continuar la crítica. Leer, en particular poesía, requiere del quimérico ejercicio de despojarse de condicionantes: acercarse a tal imposibilidad se asemeja a crear el estado para vislumbrar la poesía.
En estos poemas recientes Bravo Varela es un curioso paseante por el lenguaje. Andar el camino que ha llevado a las mejores realizaciones del género —y del arte— puede propiciar esos raros hallazgos que componen la tradición perdurable, valorada independientemente de los círculos a los que uno se adscriba. En El Estado empresario mexicano y Ejercicios de respiración uno encuentra un trabajo con el lenguaje digno de un lector habitual o, como anota Bravo Varela, de una especie de “aprendiz de murciélago”. Cabe la pregunta, ¿se experimenta desde la ensoñación? Y quizá el poeta ofrezca una respuesta —o provocación para reflexionar— cuando parafrasea a Borges: “La elaboración es menos admirable que la invención”. En un poema que alude a su tocayo, el autor asienta su apertura a las experiencias: “cierta tristeza es buena y necesaria sin la noche cortés no hubiese sido el capitán de dios”. El horizonte de cualquier lector entregado está en capitanías notables.
El Estado empresario mexicano y Ejercicios de respiración coincide en su publicación con libros que me hacen pensar en la madurez de sus autores. Por limitación lectora personal —nadie que no se aboque sistemáticamente a ello, aprovechando múltiples recursos, tiene una visión apenas amplia del panorama poético de una nación— pienso en Escribir el paraíso: Cook en Kealakekúa (2024) de Ricardo Cázares (1978) y Poeta griego arcaico (2024) de Luis Felipe Fabre (1974). Al escribir “madurez” no me refiero a la edad de estos poetas que son coetáneos de Bravo Varela (1979); ni siquiera a la destreza técnica que cada uno ha alcanzado en sus distintas aproximaciones al lenguaje. Me refiero, en cambio, a una sosegada certidumbre: la de su idea de la poesía. Esto no es inevitable, pues lo común es el mero anquilosamiento en cierta ruta debido al paso del tiempo. Hablo en cambio de una certeza que, no obstante, se conserva abierta al arrebato aun al interior de proyectos coherentes (por mi parte, no dejó de reivindicar la sana duda, la continuidad de preguntas incluso en ideas clave). En este sentido en Ejercicios de respiración seguido de El Estado empresario mexicano, Hernán Bravo Varela ofrece poemas de perfil alcanzado, de redituable recorrido —para lectores comprometidos— en una vía en que, afortunadamente, hay trecho por andar y, sobre todo, abundan las posibilidades de un camino encontrado.