Juguemos a robar una alegoría calderoniana. Quieto presidente no se llene de urticaria se trata de Calderón de la Barca, escritor español ups ( eso también le puede causar un exabrupto). Ni modo, el espectáculo debe seguir: Imagine un teatro a modo de país, en él un grupo de actores dominaron la escena por años. Un sector olvidado como la prima fea, a quien nadie saca en los bailes, comienza a ser tomada en cuenta. La política de López Obrador se sustentó en escuchar y aprender a hablarle al grupo de olvidados y también al creciente grupo de idealistas que, hartos de los abusos, del monopolio del poder, de la corrupción que corroe las simientes del teatro escuchó también. Hoy sordo se envuelve en la bandera y apaga la luz. Mareas rosas reclaman su ausencia, su ceguera, su inoperancia. Ciudadanos partidarios de la democracia, mujeres hartas de la inseguridad y la injusticia.
Entre la audiencia palcos y butacas delanteras son silenciosos, el drama viene y va pero no se manifiestan, están sentados en montes y montes de caca que no les permiten ni pestañear. El juglar vende su historia como alternativa pero a pesar de tener el don de convencer con su argumento, carece de pericia para hilar una buena trama. El viejo teatro comienza a derrumbarse y la escena se torna francamente ridícula. Imagine a ese juglar dando de tumbos desenmascarando los vicios y desmontando tramoyas, como un Cantinflas tropieza, descuelga, destapa pero no construye, atrincherado tras la destrucción y cobijado con la bandera como único reducto de un sueño aniquilado, ordena apagar la luz ante una realidad que le disgusta. Pero el juglar no sabe llevar la historia. Perorata tras perorata intentan corregir el curso de la acción.
Para subir al escenario se requiere del amparo de un partido, lo malo aquí es que ya nadie cree en ellos y gran parte de la ciudadanía se levanta del asiento y clama huérfana no sabe a dónde dirigirse, sólo apoya al director, un grupo vestido de rosa que por años han puesto orden en el concierto pero el juglar lo odia y quiere vestirlo de negro para que sea comparsa de su ridícula actuación, del grupo variopinto que lo aplaude a medida que da tumbos y vocifera. El coro más se acerca a escena también van de rosa aparecen periódicamente, lloran, bailan, pintan, reclaman a sus derechos, claman por sus vidas. Rasgan el sueño absurdo del juglar que las aborrece. Busca entre sus huestes a mujeres sometidas, Juantitas que por un huesito se desplazan para hacer del Día de la Mujer, un día más para sumar al megalómano. Llevan en los oídos la esfinge del faraón, permiten sumisas que pose su mano en seña de unción. Perdidas uno se pregunta ¿qué se cuentan para claudicar? El juglar se levantará como siempre, muy temprano para gritar su versión para intentar dar sentido al caos que se ha vuelto el escenario, muros de metal amortiguan el sonido, el juglar solo se escucha a sí mismo pero ya perdió el concierto sueña con más tiempo para enmendar el entuerto. El barullo y el desmadre irrumpen y entorpecen teatros contiguos que amenazan con entrar a poner orden o quieren alejarse del barullo.
El rosa se intensifica, los ciudadanos dormidos despiertan, las mujeres valientes no se cansan, la luz la llevan por dentro. Los vestidos se rosa están dispuestos a marchar, a votar a reclamar protagonismo pero miran desubicados y temerosos, ellos tienen argumento pero somos como actores de Pirandello buscando un autor, sabemos ya que no llegará Godot. Bravo a las mujeres que no callan, que se atreven a ir contrasentido, para las que nos hay hueso o monto que compre su dignidad. Mujeres que no permiten que una mano las unjan y las sobaje, subordinadas, complacientes. El rosa se impone como el color de la democracia de la mujer que busca igualdad, no es un color cursi ni tenue es el vibrato de la vida que se impone que, como una sierpe de agua fluye incesantemente.
Qué alegría ser mujer del siglo XX que cruza al XXI orgullosa del valor de sus hijas, de sus alumnas, de sus amigas. La luz la llevamos dentro y nadie la apaga. La bandera es nuestro tejido y nos viste multicolores con chales indígenas o matones. De bandera tenemos la piel para defender nuestro derecho de marchar, de hablar, de vivir en paz.