Una de las frases que más me han conmovido es de Mario Vargas Llosa: “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en mi vida”. Toda la razón y enorme sabiduría la que contiene esta sencilla afirmación del gran escritor peruano Premio Nobel de Literatura.
Alexander Romanovich Luria fue uno de los más grandes neuropsicólogos rusos del siglo pasado. Discípulo de Vygotski, es uno de los fundadores de la neurociencia cognitiva, que forma parte de la neuropsicología. Con la publicación de sus dos obras más importantes, La afasia traumática y Las funciones corticales superiores del hombre, basados en su investigación de los casos de heridas cerebrales durante la Segunda Guerra Mundial, se puso a la vanguardia de la neuropsicología mundial. Este destacado científico (ruso, insisto, no neoliberal) postuló hace no más de 60 años que la lectura y la escritura se diferencian fundamentalmente del lenguaje verbal por la forma en que son gestados y construidos dentro de nuestro cerebro.
Desde su punto de vista, y dedicó toda su vida a demostrarlo, el lenguaje oral se forma en etapas tempranas del desarrollo del niño mediante un proceso informal y a través de la relación que establece el pequeñito con adultos poseedores del lenguaje, mientras que la expresión escrita aparece mucho después y es resultado de una enseñanza formal o especializada.
De todo esto, lo más extraordinario que Luria postula, y que a mí aún no deja de asombrarme, es el hecho de que cuando aprendemos algo, especialmente tan complejo como la lecto-escritura, este conocimiento modifica y transforma de manera real, profunda y generalmente permanente el funcionamiento total de nuestro cerebro. Atención, señor Marx Arriaga.
Para el destacado científico ruso (ruso, insisto, no conservador ni neoliberal) el cambio cerebral que se produce al adquirir la capacidad de hablar es absolutamente distinto del que se genera a consecuencia de adquirir la capacidad de leer y escribir. El lenguaje escrito es, desde sus inicios, una actividad organizada en forma voluntaria, que necesita del análisis consciente de los sonidos que componen cada una de las palabras para, una vez hecho éste, se logre la traducción a símbolos gráficos. Respecto de la localización de estas funciones, Luria nos dice: “los sistemas funcionales complejos no pueden localizarse en zonas restringidas de la corteza cerebral o en grupos aislados de células, sino que deben estar organizados en sistemas que trabajan coordinadamente, cada una de las cuales ejerce su papel dentro del sistema funcional complejo, y que pueden estar situadas en áreas completamente diferentes, y, a menudo, muy distantes en el cerebro”.
Por lo tanto, la misión de los neurocientíficos no es localizar dónde se encuentran o dan los procesos psicológicos superiores del humano en áreas específicas de la corteza, sino investigar qué grupos de zonas de trabajo coordinadas del cerebro son responsables de la ejecución de las actividades mentales tan complejas como la lectura. ¡Vaya tarea!
Se necesitan años de estudio y empeño que permitan lograr la consolidación de esas complejísimas actividades cerebrales que hacen posible que usted lea la gran cantidad de tonterias que se dicen en nuestro país todos los días. La lectoescritura cambia la estructura total de nuestro cerebro y la forma en que entendemos y construimos al mundo.
Luria tenía razón, todo está interconectado en nuestro cerebro y por lo tanto oír, ver y articular, y desde luego abstraer, son capacidades fundamentales para este complicado y fascinante asunto de las letras. En resumen, gracias a la lectoescritura el cerebro humano se vuelve más humano que nunca, más complejo y perfecto.
Qué milagroso sería que el Director de Materiales Educativos de la SEP, el señor Marx Arriaga, algún día llegara a comprender esto. Sé que le pido peras al olmo, ya que me resulta incomprensible que una persona de la que depende en buena medida la educación de los niños mexicanos se atreva a decir que: “leer por goce es un acto de consumo capitalista” (SIC).
Que este personaje no haya sido despedido de la SEP fulminantemente después de decirlo y que en México no nos alcemos con fuerza, preocupación y vigor ante una frase tan llena de ignorancia, me acerca a pensar que en verdad estamos en medio del fin de los tiempos. Un verdadero horror marxista.