miércoles 03 julio 2024

¿Qué diría De Gaulle?

por Pedro Arturo Aguirre

En Francia el mito De Gaulle sigue vivo. El general representa las más elevadas aspiraciones de Francia, por eso constantemente surgen preguntas sobre si los líderes actuales están a su altura. Casi todas las fuerzas políticas, sin importar si son de izquierda o derecha, revindican para sí algún aspecto del legado degaulliano. Macron ha aludido con fruición su espíritu de resistencia y voluntad, Le Pen presenta a su “Reunión Nacional” (Rassemblement National) como el único movimiento genuinamente gaulluista, Melénchon reivindica a su plataforma como fiel reflejo de las ideas económicas del fundador de la V República. De Pompidou a Holland todos los presidentes en alguna medida se han visto en su espejo. Constituye el único “fervor” laico con la suficiente fuerza para continuar atizando discursos. Pero su peso es aún más poderoso en lo concerniente a la política exterior. Siempre atento a preservar la Grandeur de la patria, el general abogaba por mantener una “autonomía estratégica” frente a Estados Unidos en la Guerra Fría.  Por eso decidió el retiro de Francia del comando militar conjunto de la OTAN. 

Al anunciar su histórica resolución (en 1966), De Gaulle hizo gala de su encendida oratoria nacionalista: “La OTAN ha cesado de ser una alianza y ha pasado a ser una subordinación. No podemos aceptar la tutela de los Estados Unidos ni tolerar que dicho país asuma nuestras responsabilidades. El sistema de integración defensiva ha dejado de existir. La defensa de Francia debe ser francesa. Es absolutamente indispensable que Francia se defienda por sí sola y con sus propios medios. Si una nación como Francia debe ir sola a la guerra, Francia ira sola a la guerra”. Pero la decisión de De Gaulle no implicó abandonar por completo a la alianza occidental y mucho menos traicionar valores comunes. Sabía ser pragmático y era, ante todo, un ser de paradojas. Lejos de ser un mesiánico irracional fue un político calculador. Pese a su proclamado nacionalismo buscó la autonomía al mismo tiempo que estimulaba a la alianza occidental a emprender una autocrítica seria para examinar su misión, propósito y políticas. Reafirmó los principios básicos de la OTAN mientras exhortaba a la coalición retaba a adoptar un enfoque más cooperativo y consensuado en las cuestiones de seguridad. A partir de él, Francia nunca dejó de fortalecer la alianza y de colaborar de forma decidida a Occidente a prevalecer en la Guerra Fría. 

De todo esto debería estar consciente Macron, quien acaba de realizar una lamentable gira a China donde queriendo, según él, reivindicar el legado de Charles de Gaulle solo logró debilitar la posición internacional de su país. El presidente francés sostuvo en Pekín que Europa no debe hacer “seguidismo” ni de los Estados Unidos ni de Taiwán, ni “enredarse” en crisis ajenas. Estas palabras fueron interpretadas como un alejamiento de la tradicional pertenencia de Francia a la alianza occidental y como una expresión de las divisiones dentro de la Unión Europea justo cuando Estados Unidos mantiene un enfrentamiento simultáneo con China y Rusia. El presidente francés reiteró la necesidad de una “autonomía estratégica” europea: “Francia coincide con las de Estados Unidos en asuntos clave de la agenda global como Ucrania, pero ello no implica vasallaje… No queremos ingresar en una lógica en la que un bloque se oponga a otro bloque”, declaró muy ufano. Para colmo, pocas horas después de concluida la funesta visita del galo el gobierno chino inició, otra vez, unos agresivos ejercicios militares en torno a la isla de Taiwán.  

La realidad geopolítica de hoy no es la de los sesenta. Estados Unidos ahora ve a China y al Indo-Pacífico como su mayor prioridad de política exterior.  Macron tiene razón al presionar a los europeos para evaluar el lugar de su continente en el mundo, pero antes de dar pasados tan osados debe establecer junto con sus pares europeos cuales son las prioridades y presentar una estrategia para expandir las capacidades del continente. Hoy el presidente de Francia solo tiene una “lista de lavandería”. Y Francia no está en condiciones de ponerse al tú por tú sola ante las grandes potencias. Simplemente véase lo que sucede en África, donde el escenario para ha dado un giro radical en los últimos diez años. La antigua potencia colonial retrocede de manera humillante, en un país tras otro, mientras se abren paso los mercenarios rusos de Wagner. Además, Macron se encuentra en una posición calamitosa en casa, enfrentando una violenta polémica en tono a su reforma a las pensiones y con un desastroso nivel de popularidad. 

Emmanuel Macron no es De Gaulle. En su viaje a China fue “chamaqueado” por Xi Jinping, quien pudo exhibir un Occidente dividido, porque cuando el presidente de Francia dice que Europa no debería verse envuelta en luchas que no son suyas, está peligrosamente cerca de alentar a Washington a considerar que Ucrania no es su lucha, algo cada vez más preciado para los republicanos. Una mirada, aunque sea superficial, a los recientes debates sobre Rusia, China e incluso Estados Unidos muestra una falta de coherencia estratégica entre los estados europeos. Por eso una visión desordenada y basada solo en buenos deseos y “orgullo nacional” amenaza con dividir a Europa y diluir sus capacidades, mientras se juega con los peores instintos de Estados Unidos de retirarse de la alianza transatlántica para centrarse en China. 

La autonomía estratégica, donde cada estado persigue sus propios intereses nacionales, es y siempre ha sido la respuesta más fácil, pero no la más efectiva. Evidentemente esto no quiere decir que no sea deseable una Europa más fuerte y autónoma.  A Estados Unidos le conviene una Europa capaz de asumir más responsabilidad por su seguridad colectiva. El compromiso de Washington en el Viejo Continente ha sido oneroso y, por cierto, también ha limitado su propia autonomía estratégica.  Pero la propuesta de Macron es la solución equivocada. El ascenso de China, la agresión rusa, el debilitamiento de la democracia, el calentamiento global, la regulación tecnológica y la salud pública exigen una acción colectiva. Sobre todo, el llamado “mundo libre” debe ser muy realista sobre la amenaza de los regímenes autoritarios. Como lo publicó la revista The Economist: “Lo que está en juego en Taiwán es el futuro equilibrio global de poder, así como la protección de las libertades democráticas y las tecnologías avanzadas críticas para el comercio mundial. Esos intereses son compartidos por estadounidenses y europeos por igual”. Macron piensa bastarse solo ante tantos retos y eso es una ilusión. Los europeos acertarán si son capaces de colaborar con Estados Unidos en cuestiones clave. Eso Charles de Gaulle lo sabía muy bien. 

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