Para este momento seguramente el tema habitual en la conversación, dentro y fuera de línea, es acerca de la enfermedad que se está propagando por el mundo, el Covid-19 o popularmente conocido sólo como Coronavirus.
Se ha dado especial importancia en la cantidad y lugares donde se presentan enfermos, se mencionan sus síntomas, además de las precauciones para evitar el contagio.
Una enfermedad siempre tiene un elemento de alerta muy especial. Genera la sensación de amenaza ante algo que no se ve pero que en cualquier momento puede afectar. Con el Covid-19 es un riesgo real del que se sabe que su peor consecuencia es la muerte, y eso causa miedo.
El instinto más básico del ser humano es sobrevivir, preservar la propia vida en primer lugar y la de los seres queridos, principalmente la descendencia, los hijos.
En una cotidianidad hiperconectada como la nuestra, la información se vuelve esencial como una primera forma de enfrentar este tipo de situaciones. Pero a la vez la falta de capacidad para seleccionar y asimilar la información es un problema. Esto causa que igual que una enfermedad, se está contagiando miedo por el exceso de información de mala calidad y la transmisión de los estados emotivos de aquellos con quien se interactúa. Lo más grave es que la afinidad de con quienes se interactúa en el ecosistema digital tiende a sustituir el criterio propio para discernir sobre la validez o no, utilidad o no, de la información disponible.
Información, viralidad y contagio
Una vez más hay que regresar a la explicación, la situación lo amerita.
Las redes sociales se basan en la necesidad humana de formar grupos. Las relaciones se generan desde los intereses comunes que tienen los usuarios por lo que se busca interactuar con quienes existe identificación, se comparte intereses y se encuentra afinidad por sus similitudes.
El contagio de una enfermedad se da por encontrar barreras débiles que lo eviten. En el caso de los grupos que forman los usuarios de redes sociales, la información, los comportamientos y todo lo que la interacción de la plataforma de la red social permite, fluyen y se comparten prácticamente sin barreras ni restricciones por la afinidad de sus integrantes, de manera similar a un contagio. También es por eso que a este fenómeno se le llama viralidad.
Las redes sociales son la nueva plaza pública donde se comentan los temas de relevancia, suelen ser el primer lugar donde cada vez más gente recurre buscando información y opiniones para entender la situación actual y su entorno próximo.
La información es la parte esencial de Internet. La complejidad de tener a la mano tanto contenido también tiene como consecuencia que sea cada vez es más difícil distinguir las fuentes confiables y veraces.
La falta de contexto adecuado, sustento verificable y carencia de validación, forma un flujo de información de mala calidad sobre la que el usuario promedio pierde la capacidad de entender un tema, lo que termina por producir confusión.
La confusión por falta de información confiable que el usuario promedio pueda dar por veraz propicia la sensación de incertidumbre que es por donde empieza la ansiedad que lleva al miedo.
El usuario promedio en la práctica ha desarrollado formas para sobrevivir a esta sobrecarga de información, que además suele llegar sin que sea solicitada de manera expresa. La más frecuente es sujetarse al sesgo de confirmación, recurriendo a información que sólo confirma las ideas y juicios prexistentes que además permite justificar de antemano la toma de decisiones.
Sin embargo, la interacción en el ecosistema digital ha adicionado la carga emotiva en la información que fluye por internet.
Cuando al flujo masivo de información se le agrega el elemento emotivo el usuario nubla aún más su juicio para discernir sobre la validez, o no, de la información que consume.
Eso lleva a que cada vez con más frecuencia, adicional a la confusión, el usuario promedio después de querer informarse más bien termina con una profunda sensación de agobio, temor, preocupación y desconfianza.
Esto en parte ayuda a entender por qué se replican comportamientos irracionales fuera de la pantalla pero que pueden nacer desde la información que fluye en las redes sociales. Como, por ejemplo, por qué comprar grandes cantidades de papel sanitario y no comida y agua. Basta que se vean espacios vacíos en un anaquel y un carrito de compra cargado solo de papel sanitario para que otras personas, sin detenerse a evaluar el sentido y validez de esa acción, la imiten.
La imitación puede ser mayor incentivo que la razón a la hora de tomar decisiones, como por ejemplo, comprar tapabocas domésticos, que no tendrían utilidad como precaución médica, pero porque es lo que aparecen vistiendo otras personas, los médicos, enfermeras y demás cuerpos de atención, en las imágenes que circulan por internet y que se comparten incesantemente.
Ejemplos puede haber muchos, lo que es necesario entender es que el miedo y la confusión son pésimos consejeros para tomar decisiones en una crisis.
Es un problema real propio de la época de hiperconexión que vivimos que en una misma pantalla se reúne a la familia, los amigos, el trabajo y lo que cada vez menos podemos entender como información sino como un gran concentrado de estímulos emotivos en medio de los cuales, a veces, se asoma contenido útil y necesario.
Hagamos red y seamos responsables. Hoy nos necesitamos unos a otros más que nunca.