El malestar y el enojo son motivaciones poderosas. Desde que el ser humano tuvo la capacidad de establecerse en grupos y formar comunidad, que no son necesariamente lo mismo, encontró que no todos los intereses compartidos se hacen por las mismas motivaciones. Este es uno de los principios que da origen a la ciencia y arte de la política.
En consecuencia, la movilización social está estrechamente relacionada a la movilización con fines políticos y está directamente relacionada a factores emotivos, intelectuales y psicológicos de los grupos que participan. El descontento, el hartazgo, la deficiencia en la atención a la salud, la injusticia, el desprecio de autoridades omisas o cómplices, los abusos económicos, los excesos del poder, la corrupción, la violencia, y tantos muchos más, son motivadores que inciden en lo emotivo y conducen a la protesta social y política.
Las expectativas y anhelos que no se cumplen, conducen a un malestar que inicia en lo individual, y que un medio como internet, y en especial las redes sociales, hoy día permiten colectivizarlo a velocidades y alcances no vistos antes en la historia.
En los medios digitales las exigencias, las protestas, las quejas, fluyen sin límites ni restricciones, pero se vuelven casi imposibles de detener entre mayores son los grupos que se identifican con la indignación que se comparte. Como puede ser el caso de imponer a un, por corrección del caso habría que nombrarle presunto, acusado de violación, como candidato a gobernador de un estado. Como cuando un presidente no es capaz de, si quiera por simulación, expresar empatía con una causa legitima como es la violencia de genero contra las mujeres. Niños con problemas para completar sus tratamientos contra el cáncer. Una pandemia atendida desde intereses personales y electorales. Como tantas y tantas y tantas expectativas causadas por una oferta política que va en sentido contrario a lo prometido.
No debería causar sorpresa cuando la decisión de participar en movilizaciones sociales y políticas surge motivado por fuertes emociones reactivas como la ira y la frustración, que además en un efecto de contagio, puede llevar a que grupos aún más amplios compartan sus propias motivaciones, se sumen en las convocatorias y participen también.
Pero además investigaciones han demostrado que los regímenes de talante autoritario, ahora también les dirían iliberales, suelen generar problemas y desbalances económicos y sociales que propician aún más malestar que termina expresado en las calles. Adicional, hoy los medios digitales están siendo cooptados precisamente por el potencial de convocatoria y coordinación de accionamientos que salen de la pantalla, de una forma u otra.
Así, el gobierno, los regímenes, enfocan grandes esfuerzos en dominar la conversación en línea mediante narrativas controladas que le resultan favorables, mezcladas con ejercicios de censura coercitiva, el reiterado ataque coordinado a las voces discordantes que le resultan incomodas al régimen. O la abierta y definitiva intimidación aprovechando el aparato de propaganda, en algunos casos, disfrazados, travestidos, de medios alternativos.
Uno de los más grandes poderes del internet es proveer de espacios de total libertad de expresión, lo que resulta en un abierto desafío a los regímenes autoritarios, y por eso le temen.
Cuando una persona, el usuario, ve a otros compartir sus mismos problemas, sus propias quejas, sus propios malestares, sus propios anhelos, sus propias decepciones, sus propias carencias, sus propios temores, encontrará asideros para vencer sus inhibiciones y sumarse en una misma narrativa de legitima exigencia.
Aquello que inicia en lo individual, el medio digital permite sin barreras ni limites volverlo colectivo en un ejercicio de amplificador cognitivo. Esa narrativa sumará entonces en una sola legitima voz que como consecuencia final puede conducir a accionamientos sociales reales y efectivos.
No hace falta un liderazgo visible, sino que la suma de voces al compartir tantos elementos afines, permite que en sí mismos todos los participantes compartan elementos que conducen la acción, en un liderazgo líquido.
En México, como en muchos, muchísimos otros lugares del mundo, no se es ajeno al poder de convocatoria social real del ecosistema digital. Tanto, que no se puede pecar de ingenuos e ignorar que es justo, una vez más, mencionar que esta es precisamente una de las razones por las que se tiene la urgencia de controlar al medio, estableciéndose el Estado como el verdadero gran censor.
Cuando la conversación ya no les resultó favorable, y más bien se convirtió en el espejo que refleja todo lo que no han hecho, todo lo que han destruido, todo lo que han arrebatado, todo lo que prometieron y que no han cumplido, todo lo que han mentido, todo lo que han menospreciado, todo lo que han insultado, todo lo que han omitido, y que esa inmensa suma puede desbordar finalmente a tomar las calles, prefieren intentar silenciar al medio. Como si eso pudiera callar las voces que, de una forma u otra, encontrarán siempre el espacio para hacerse ver y oír, si no es dentro de la pantalla, antes o después, será en la calle.
Hagamos red, sigamos conectados.