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miércoles 06 noviembre 2024

Redes y poder

por Leo García

La forma en que los seres humanos establecemos nuestras relaciones puede concebirse abstractamente como una red que se extiende, construida por los enlaces entre sus participantes y por sus enlaces hacia otras redes.

Esto puede observarse en la familia, la escuela o el trabajo, por mencionar algunos ejemplos simples y cotidianos.

Al pensar en dichos ejemplos de redes, podemos notar de inmediato su estructura jerarquizada. Esa jerarquía les confiere a ciertos nodos una autoridad que al ser ejercida, implica ejercer poder.

Poder es la capacidad que da una relación de influir en la voluntad, pensamiento y conducir las acciones de la red, del grupo.

En el caso de las redes sociales la jerarquía la establecen los mismos usuarios a partir de la estructura básica de interacción entre seguidos y seguidores con quienes se identifica, con lo que también la red forma un grupo que comparte rasgos de afinidad.

Los vínculos que se forman construyen implícitamente un modelo de jerarquía, y quien tiene más influencia es el nodo al que se le rendirá a su vez la mayor posición de autoridad.

Una característica de las redes de relaciones humanas es que tienen objetivos. Dichos objetivos se generan desde, o en forma de las ideas que se comunican entre sus nodos, entre sus participantes. En una perspectiva amplia es parte de lo que conocemos como “cultura”.

Pero en redes más específicas, esos objetivos dependen de la razón por la que se construye la relación que sustenta a la red.

Esas ideas se transmiten inherentemente como parte del proceso de comunicación entre los participantes y, a la vez, se genera influencia por el aporte de cada integrante; es decir, se estimula la reacción de ese nodo que aportará elementos propios a la idea y en consecuencia en la consecución del objetivo.

Este punto es de especial interés porque dentro del ecosistema digital es la forma en que las figuras de autoridad pueden inducir mensajes que sean ad hoc al grupo para conducir sus acciones, aunque no necesariamente lo sean para sus participantes en lo individual. Sin embargo, por los lazos de afinidad que se construyen para permanecer en el grupo los integrantes ceden las resistencias que puedan oponer y, por los mecanismos de desindividuación, transfieren la percepción de responsabilidad al conjunto del grupo, de forma que les permite racionalizar las consecuencias de sus actos.

Quienes se integran a un grupo aceptando la jerarquía del nodo con más autoridad aceptan de facto también una forma autoimpuesta de subordinación: parte de los acuerdos tácitos para seguir perteneciendo al grupo. Esos acuerdos son la vía explícita de ejercer el poder por inclusión a partir de quienes, para pertenecer a él, aceptan someterse a las reglas y términos del grupo que constituye la red.

Llegados a este punto, el nodo más jerarquizado tiene los medios para ejercer su poder sobre los elementos que están excluidos del grupo, es decir, ejercer dinámicas de poder fuera de la red que lo acepta como nodo con autoridad.

Linchamientos y tumultos.

En las redes sociales esta dinámica es especialmente perceptible cuando los integrantes del grupo–al subordinarse–responden llamados a la acción lanzados por los líderes. Simplemente se dejan llevar y participan sin cuestionar influidos por la afinidad, la identificación y pertenencia al grupo.

Cuando estos llamados a la acción se basan en comportamientos adversariales se convierten en una interacción a manera de turba enardecida: los linchamientos digitales.

Este modelo también explica que manipular al grupo mediante las figuras de influencia es la manera más sencilla de inducir mensajes que construyan una narrativa conveniente, la cual estará basada en los sesgos de confirmación de los integrantes, es decir, una narrativa que confirme las ideas preconcebidas.

Esto influye en la percepción, no solo en lo individual sino en el conjunto, por el refuerzo dado mediante la cámara de resonancia que es el grupo en sí mismo.

El grupo, además, le da fuerza a una narrativa que no necesariamente está sustentada, ni siquiera tiene que ser verdad, pero que al confirmar prejuicios e ideas, se fortalece hasta volverse realidad en la mente de los miembros, y en consecuencia los lleva a modificar el comportamiento fuera de línea.

Cuando el poder se ejerce de forma adversarial se puede aprovechar principalmente para dos grandes dinámicas hacia fuera de la red del grupo afín: como un medio de persuasión agresiva, o un ejercicio de influencia hostil. Coerción y coacción.

Las dinámicas de coacción buscan generar una forma de presión, casi siempre en forma de amenazas–veladas o explícitas–a quien difiere en posturas o ideas. Es llevar a alguien a tomar una postura, mediante presión y amenazas, en respuesta a un libre ejercicio de expresión de opinión o ideas.

Y todavía tal vez es peor es la coerción, que en el entorno social digital es una forma de censura. Es el ataque constante, reiterado, infundado, que busca callar voces y opiniones. Viene en forma clara de ataques, descalificaciones, groserías y violencia en general. Estas prácticas digitales inducidas a nivel social tienen un logro previo: interrumpir el libre flujo de ideas y opiniones. Propician confusión y desinformación.

Posiblemente usted al leer en estas líneas pensó en “el otro”, sin embargo, estas dinámicas no dependen de una u otra ideología o simpatía, sino que se basa en el choque de posturas discordantes. En la urgente necesidad de callar al otro, solo porque lo que expresa no concuerda con lo que se repite dentro de la propia cámara de resonancia.

Hagamos red. Sigamos conectados.

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