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martes 08 octubre 2024

“Regina, la cantante de la monarquía”

por Marco Levario Turcott

Inglaterra, 1385. Regina era una actriz y cantante ridícula y estrafalaria, por eso era la favorita del Rey Enrique VI. Su voz soprano lo había conquistado y por ello la convirtió en su leal sirvienta.

Aunque su apariencia no era convencional —sus encías grandes empequeñecían sus dientes y su aspecto general era desgarbado y bofo—, la soltura de Regina en el escenario agradaba al público.

En una noche de teatro, junto a Diego y Gael, dos artistas de viejos laureles, Regina interpretó un papel que la haría famosa. Cantó una oda a la grandeza de Enrique VI tan intensa que ignoró los sufrimientos del pueblo que estaba sometido a los flagelos de la inseguridad, la falta de atención médica y la corrupción. Y además, a la persecución de la disidencia.

Mientras Enrique VI sonreía, Regina cantaba extasiada. Su lealtad al monarca era inquebrantable, su voz era instrumento de propaganda. Tanto era así que para subrayar la heroicidad del monarca, Regina cambiaba las letras de cánticos centenarios.

Por fortuna, no todos los artistas compartían esa lealtad de Regina. Trovadores, poetas y músicos recorrían el reino cantando críticas a la injusticia social y la opresión. Su mensaje era claro: el pueblo sufría, mientras el rey y la nobleza disfrutaban de la riqueza y el poder. La guardia real los perseguía por esa afrenta y en la plaza pública eran fustigados por el rey, quien, mediante extensas peroratas difamatorias implícitamente, invitaba al pueblo a lincharlos.

No obstante ese clima de persecución en el que incluso eran acusados como defensores de intereses oscuros y embajadores de otros reinos, en las plazas y mercados, los trovadores cantaban: Pero Regina y su canto oficialista seguían siendo la voz dominante. La tragedia era mayor, puesto que amplias capas de la población disfrutaban de la propaganda del reino.

Durante una época de grandes vejaciones contra las mujeres, en la que muchas fueron masacradas, Regina compuso una canción que ensalzaba la paz del territorio bajo el reinado de Enrique VI. La canción, titulada “La Paz del Rey”, se convirtió en un éxito instantáneo en la corte, pero fue recibida con dolor por las víctimas y sus familias.

Durante una epidemia de gripe, la monarquía no supo reaccionar y montó teatros para minimizar los efectos de la tragedia. Incluso contrató a un impostor como juglar para tranquilizar al pueblo, diciéndole que la epidemia no era tan dañina como aseguraban los pregoneros que criticaban al rey. Regina fue una de las principales artistas que, en sus actuaciones, decía que todo estaba tranquilo y que la gente disponía de buenos servicios de salud a pesar de las decenas de miles de fallecimientos y el dolor de las familias que perdieron a sus seres queridos.

Un día, el rey Enrique VI anunció un nuevo impuesto. Regina fue encargada de promocionar, mientras esa misma monarquía extorsionaba al rico para repartir canonjías al pobre. Con su voz soprano llena de convicción, Regina se dirigió al pueblo, explicando que el impuesto era necesario para la prosperidad del reino. Que los ricos eran usureros. Sin embargo, todos sabían que eso era un chantaje del rey contra quienes no se plegaban a sus deseos y también una extorsión para hacer que sus familiares más cercanos se enriquecieran y el dinero fuera a sonar a los cofres de su familia y no a aliviar el sufrimiento del pueblo. Beltrán, el príncipe bobo con barbas de nomo, era el más beneficiado y fungía como mano derecha del rey.

La noche del anuncio del aumento de los impuestos, Regina subió al escenario y su voz llenó el salón. El pueblo murmuraba, pero el rey Enrique VI se sentía seguro en su trono.

Mientras tanto, los trovadores seguían cantando en las plazas, recordando al pueblo que había una voz que clamaba por justicia y equidad. Y en esa tensión se revolvía Enrique, quien ya estaba alistando la forma en la que, aún muerto, mantendría el poder dentro del reino. A lo lejos sonreía el príncipe bobo.

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