La historia política del mundo demuestra que las sociedades no siempre eligen a sus mejores líderes. En contextos donde predominan el resentimiento social, la desinformación y la apatía cívica, las democracias suelen volverse vulnerables a políticos demagógicos que explotan emocionalmente a las masas y se presentan como salvadores providenciales. Cuando grandes grupos de ciudadanos toman decisiones políticas desde el resentimiento o la ignorancia y no desde el análisis informado los resultados pueden ser devastadores. Alemania bajo el nazismo, Italia bajo el fascismo, Argentina durante el peronismo clásico y, en tiempos recientes, México bajo la llamada Cuarta Transformación muestran patrones similares.
El resentimiento social es un combustible de enorme potencia política. Surge cuando amplios sectores de la población perciben que han sido marginados por las élites económicas y políticas durante generaciones. Sin embargo, el resentimiento por sí solo no explica el ascenso de la demagogia. A él se suma la ignorancia política: la falta de educación cívica, la incapacidad para distinguir entre propuestas viables y promesas imposibles. Cuando una sociedad tiene niveles bajos de información y altos niveles de frustración, el populista encuentra las condiciones perfectas para encender el discurso polarizador, señalar culpables externos y prometer soluciones simplistas para problemas complejos.
Los ejemplos históricos son contundentes. En la Alemania previa al ascenso de Hitler, la humillación del Tratado de Versalles, la crisis económica y la descomposición institucional generaron un resentimiento profundo contra el sistema republicano. Hitler supo capitalizar ese enojo con discursos que ofrecían restaurar el orgullo nacional y castigar a los supuestos enemigos internos.
Italia vivió un proceso similar. El fascismo se impuso sobre una sociedad insegura, resentida por la posguerra, con baja cultura política y tentada por un discurso que glorificaba la fuerza, el orden y la autoridad. Mussolini captó el hartazgo y lo canalizó hacia la aceptación de un régimen autoritario.
En Argentina, el peronismo original surgió en un contexto de desigualdad profunda y de resentimiento hacia las élites tradicionales. Perón supo usar una retórica paternalista, nacionalista y emocionalmente cargada que le garantizó un apoyo popular férreo, incluso frente a claros signos de autoritarismo y manipulación institucional. Aunque las circunstancias argentinas son distintas a las europeas, el patrón psicológico y social es semejante: frustración, desinformación y búsqueda de un “líder protector”.
México no ha sido la excepción. El resentimiento social tiene raíces históricas que se remontan al monopolio del poder político con el PRI y a la corrupción crónica del sistema. La llegada de la 4T con López Obrador se explica, en buena medida, por esa herencia de agravios. El discurso del líder como redentor de los pobres, enemigo de los “privilegios” y encarnación del “pueblo bueno” encontró eco en millones de ciudadanos con escasa confianza en las instituciones.
Pero cuando un líder gobierna apoyándose en la ignorancia y el resentimiento social, crea un ambiente donde la crítica se ve como traición. Así, se justifican decisiones erráticas, se minimizan los resultados negativos, se polariza deliberadamente a la población y se destruyen equilibrios necesarios para un sistema democrático sano.
Las consecuencias de una “votación de ignorantes”, como algunos la llaman sin rodeos, pueden ser graves: erosión de contrapesos, concentración del poder, debilitamiento del Estado de derecho, retrocesos económicos, deterioro de la seguridad y empobrecimiento del debate público. Cuando las emociones sustituyen a la razón, la democracia degenera en una caricatura manipulada por quien mejor domina el arte de la mentira.
¿Qué se puede hacer para remediar este escenario? La respuesta pasa por tres grandes ejes: educación, participación y fortalecimiento institucional. La educación cívica debe enseñar a distinguir datos de propaganda, a evaluar propuestas y a comprender el funcionamiento del Estado. La participación ciudadana debe abandonar la apatía: votar no basta; se requiere vigilar, exigir, cuestionar y denunciar; algo que se ve lejano en nuestra sociedad.
Dura realidad.

