marzo 10, 2025

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En 2018 se realizaron las elecciones más grandes y numerosas que había vivido el país, en la que se disputaron desde la Presidencia de la República hasta más de mil 600 alcaldes, pasando por los congresos federal y 27 de los estados, ocho gubernaturas, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

Ello dio lugar a un proceso sumamente complejo que significaba un reto mayúsculo para las autoridades electorales. Sin embargo, y no sin algunas dificultades, en 2018 se pudieron comprobar los avances que en materia electoral y democrática ha logrado el país tras décadas de construcción, pese a lo cual hoy se encuentran bajo fuego.

Una amplia exposición del desarrollo del proceso de 2018 lo aporta Ciro Murayama en su libro La democracia a prueba. Elecciones en la era de la posverdad (México, Cal y arena, 2019), el que, según explica el autor, “tiene el propósito de explicar, sin rehuir el debate, cómo fue posible, en un contexto marcado por la desconfianza hacia las instituciones públicas y de bajo aprecio por la democracia, llevar a buen puerto las elecciones de 2018”.

Sobre el libro conversamos con Murayama (Ciudad de México, 1971), quien es doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido profesor de la Facultad de Economía de la UNAM, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, de las universidades Internacional Menéndez Pelayo y Complutense de Madrid, y de los institutos Politécnico Nacional y Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, entre otras instituciones. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Economía Política, actualmente es consejero del Instituto Nacional Electoral (INE). Ha trabajado en el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República y fue asesor del consejero presidente del Instituto Federal Electoral. Autor de al menos cinco libros, ha colaborado en publicaciones como El País, Nexos, Voz y Voto, Configuraciones, El Universal, La Crónica de Hoy y Voices of Mexico, entre otras.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo, en el que busca explicar cómo fue posible lleva a buen término las elecciones de 2018  en un contexto de desconfianza hacia las instituciones públicas y bajo aprecio por la democracia?

Ciro Murayama (CM): Creo que estamos viviendo una época de deterioro de la deliberación pública. Si bien los libros han sido valiosos siempre, hoy no debemos renunciar a la letra impresa y a la argumentación construida a partir de datos verificables para entender los procesos sociales. En México y en otros países lo que tenemos son consignas, medias verdades y noticias fugaces a través de las redes sociales, lo que con frecuencia distorsiona nuestra capacidad de comprensión de la realidad.

Por lo tanto yo quise escribir un libro que nos permitiera reconocer dónde estamos en materia política y que la democracia no empezó por un resultado electoral, que no es patrimonio de una fuerza política ni mucho menos de una persona, sino que ha sido una larga construcción social que ha involucrado a generaciones de mexicanas y mexicanos, que se logró edificar un sistema electoral muy competitivo y confiable que nos ha permitido muchas alternancias en todos los niveles, desde presidencias municipales y gubernaturas hasta la Presidencia de la República.

Sin elecciones que garantizaran el respeto al voto libre, esos procesos de cambio político tan drásticos no se hubieran dado. Entonces, en buena medida el libro es una explicación y una reivindicación del avance democrático de México, escrito no desde la satisfacción sino desde la preocupación por lo que se pueda demoler de lo que se ha construido, lo que se pueda desandar de lo que se ha avanzado.

AR: Si bien el libro está centrado en el proceso de 2018, también es una revisión, en muchos aspectos, de la democratización mexicana. Hoy existe una versión muy difundida en la que, para decirlo con sus palabras, la democratización sí tuvo un día cero, que tiene que ver con el triunfo electoral de un actor político que representa al pueblo, que será profundizada mediante la democracia directa, todo lo que implica una desvaloración de lo que se ha llamado “transición democrática”. ¿Qué problemas trae esta concepción que hoy está muy en boga por parte del gobierno y de sus ideólogos?

CM: Hay un debate entre creacionismo y evolucionismo. Hay quienes  creen que esto se trató de una aparición, un día cero como si hubiera sido una luz sobre el Tepeyac democrático mexicano, y quienes creemos que venimos de un largo proceso de evolución con sus dificultades y obstáculos, con el reconocimiento a muchas organizaciones, a muchas personas, a muchas generaciones que han aportado a esa democratización de México.

En el libro digo que quizá el primer gran campanazo (aunque antes hubo quienes reivindicaron libertades) se puede situar en 1968; es decir, 50 años antes de cuando ellos creen que empezó todo como por arte de magia o por milagro.

La historia es perfectamente documentable. A principios de los años noventa los habitantes de la Ciudad de México todavía no teníamos derecho al voto por nuestras autoridades, y la primera elección fue en 1997, cuando fue el primer gran triunfo de la izquierda; en 2000 se ratificó ese triunfo y ganó también, entre otros, un candidato, Andrés Manuel López Obrador, gracias a unas elecciones hechas en condiciones de limpieza y equidad. Ese mismo año se dio la primera alternancia en la Presidencia de la República; antes, en 1997, el PRI había perdido el control de la Cámara de Diputados y en 2000 el de la de Senadores.

Entonces empezamos a ver cada vez más alternancias en las gubernaturas, las que habían empezado en 1989. Hay muchos acontecimientos, muchas jornadas electorales, muchas luchas de partidos políticos, de militantes y de gente fuera de los partidos que se dedicó a cuidar urnas, a hacer observación electoral, a participar en medios de comunicación cada vez más libres y no al servicio del gobierno.

Toda esa enorme participación social desembocó en el cambio político que ahora se quiere negar. Es como amputarle al país parte de su historia.

Frente a esa idea aparicionista, creacionista y frente a la mentira de que era posible un fraude electoral, construyo un libro en el que capítulo a capítulo voy diciendo cómo se hacen las elecciones en México, cómo hay un conjunto de eslabones de certeza y de confianza que hicieron posible el resultado electoral. Es decir, las instituciones de la democracia permiten el sufragio libre y cualquier resultado electoral, no es que al final de todo un resultado electoral nos convierta en democráticos. Ha sido al revés.

Cuartoscuro

AR: En el libro dice que la construcción de la democracia se hizo bajo ciertas condiciones. Destaca ciertos datos socioeconómicos que no son ni lejanamente alentadores: dice usted que entre 2000 y 2016 hubo una economía prácticamente estancada (y no se cuenta en el libro, por supuesto, 2019), y socialmente hubo 12 millones más de pobres. ¿Cómo afectó todo ello a la construcción democrática?

CM: Estoy convencido de que la democratización de México avanzó y que es un proceso virtuoso, pero se dio en un contexto de estancamiento o de deterioro de otras áreas de la vida del país. Es decir: no ha crecido la economía, lo que quiere decir que no hay más empleos, mayores salarios y mejores condiciones de vida para la población. Con eso tenemos bloqueado y dañado el progreso colectivo hacia la equidad y el bienestar. Es algo que nuestro país tiene relegado, incluso, desde los años ochenta.

Hay temas en los que no sólo no hemos mejorado sino que hemos empeorado drásticamente, como en la inseguridad: pasamos de una lenta tendencia a la disminución de la violencia, desde el siglo pasado hasta 2007, y luego hubo un cambio muy grave, en el que los homicidios crecen y crecen sin parar, se multiplican las regiones inseguras, el miedo y la zozobra. Y si no hay bienestar y hay inseguridad, ¿por qué la gente va a estar satisfecha con la democracia?

Por eso digo que el libro está escrito desde la preocupación; el título  La democracia a prueba puede ser leído en dos sentidos: uno, la prueba electoral, que salió bien, pero considero que en la de un contexto de economía estancada e inseguridad desbordada está el riesgo mayúsculo de la sobrevivencia de la democracia. No está en el capítulo electoral y darle vueltas a esta noria es equivocado. Si algo ya se hace bien en México son las elecciones, pero no hacemos bien todo lo demás: no mejoramos la educación, la salud, el empleo ni la distribución del ingreso, y empeoramos la seguridad.

Entonces pienso que el gran reto de nuestro país es poder enfrentar y resolver esos problemas, que son de enorme magnitud cada uno de ellos, sin sacrificar aquello que hemos ganado, que es respeto al sufragio, presidentes que conviven con gobernadores de distintos partidos, separación de poderes y órganos autónomos que efectivamente ejercen su autonomía.

La democracia es poder acotado, sometido a las leyes, que no manda callar a quienes piensan distinto sino que se ejerce en un medio ambiente de libertades: de expresión, de asociación, de disenso. Todo eso es muy valioso, y a veces, como la economía no está bien y la seguridad está muy mal, podemos minusvaluar los avances políticos.

El gran reto de México es cómo satisfacer los derechos sociales sin sacrificar los derechos políticos. Cuando se dice que no ha habido democratización ni ningún avance, como si esto fuera algo prescindible o desechable, en espera de, una vez más, la llegada del mañana prometido, es engañar y entrar en el peligroso terreno de los atajos, de las falsas promesas al paraíso sacrificando derechos.

Ningún pueblo ha sido llevado al paraíso a garrotazos, sin ejercicio de libertades individuales, y hoy tenemos libertades políticas, respeto al sufragio, división de poderes, un sistema plural de partidos; no tenemos, como antaño, un sistema de partido hegemónico ni un presidente con atribuciones y capacidades metaconstitucionales (como decía Carpizo), y así hay que seguir.

En ese contexto de ejercicio del poder en democracia, tenemos que ver cómo se reactiva la economía, se reduce la inseguridad, se respeta el medio ambiente y se expanden los derechos sociales, pero no es sacrificando nada de lo que ya hemos conseguido.

AR: Hay otra parte aparentemente contradictoria que es el asunto de las alternancias, del voto de castigo. Dice usted, por ejemplo, que hay una gran insatisfacción de los mexicanos con la democracia, pero siguen recurriendo a la política formal para castigar y reemplazar con su voto a los gobiernos. ¿Cómo funciona esto?

CM: Es interesante: la gente está muy insatisfecha con su día a día, y es muy difícil encontrar a una persona que esté de plácemes con el estado de cosas del país y de su realidad inmediata. Hay quien no tiene trabajo, hay quien puede tenerlo pero siente inseguridad al salir a la calle, etcétera. No conozco al mexicano feliz, feliz, feliz.

Pero esa insatisfacción, que viene desde hace tiempo, venturosamente se está canalizando a través del voto en materia política, aunque también hay otras expresiones muy peligrosas, como la decisión de participar en la delincuencia, en darle la espalda a la legalidad, etcétera. Pero en materia estrictamente de participación, la gente se harta de un gobierno, va a las urnas y lo saca, y le da oportunidad a otro.

Eso es lo que hace que todavía tengamos reservas democráticas para salir adelante: nadie cree que se pueda llegar al gobierno de una manera distinta al voto. Esta realidad no estaba presente en el México del pasado; en el gobierno del partido hegemónico, un importante líder sindical, Fidel Velázquez, dijo: “Nosotros llegamos al poder a balazos, sólo a balazos nos sacan”. Es decir, no creían en las elecciones ni en el voto porque ellos tenían la legitimidad armada de la Revolución mexicana, y sólo otro alzamiento armado los iba a sacar.

Afortunadamente esos disparates ya no están en la cabeza de ningún actor político relevante; es más, en 1994 hubo un alzamiento armado con el que simpatizó buena parte de la izquierda mexicana, y creo yo que en mala hora, porque pospuso o fracturó lo que venía siendo un compromiso democrático institucional, que también distintos sectores de la izquierda impulsaron e hicieron valer, y fueron consecuentes -yo me siento, por cierto, parte de esa tradición de la izquierda democrática.

En 2018 esos sectores buscaron una candidatura indígena; qué maravilla que, de los fusiles, de nuevo se haya dado un salto cuántico a buscar un espacio en la arena electoral. No consiguieron las  firmas, pero hicieron una campaña de recolección de apoyos honesta, sin fraude…

AR: Dice usted “ejemplar”…

CM: Lo de Marichuy fue algo encomiable por la honestidad y por las voces que representaba.

Bueno, pues entonces hoy no estamos hablando de otra forma de disputar el poder que no sea la electoral, ¡enhorabuena! Ahora bien: no destruyamos ese andamiaje electoral, ese edificio que permite la renovación pacífica del poder. Hoy en México hay alrededor de 20 mil cargos electos si sumamos los que contemplan las constituciones de las entidades más la general de la República. Las 20 mil personas que tienen un cargo en un ayuntamiento, en un parlamento local, en una gubernatura, a nivel federal, lo deben al voto libre y secreto.

Eso es una excentricidad histórica: México no tenía gente que llegara a los cargos a través de elecciones genuinamente democráticas. Antes o eran asonadas militares que antecedían a elecciones donde ya sabía uno quién iba a ganar, o eran elecciones rituales sin competencia. Ahora llevamos poco más de dos décadas, en 200 años de historia nacional, en las que hacemos elecciones realmente competidas y limpias.

Eso quiere decir que en el gen de la República no está la democracia perfectamente asentada; sólo en la décima parte de nuestra historia hemos sido democráticos, y en 90 por ciento de la historia hemos resuelto el reparto del poder por vías arbitrarias.

Nunca en la historia de las sociedades una conquista es para siempre, y por eso hay que seguir cultivando el jardín democrático; hay que seguirlo cuidando de la polución externa en un mundo donde hay retrocesos democráticos, pero también de las plagas internas.

AR: Una parte central de la organización y calificación de los litigios electorales está en el INE. Pero en muchas partes del libro, además del capítulo que usted le dedica, está la actuación del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, cuyas resoluciones fueron desde la conservación del registro electoral del Partido del Trabajo conseguida “a golpe de sentencias”, hasta la resolución del fideicomiso para damnificados creado por Morena. Hay un caso ejemplar del que usted dice que marcó el prestigio del tribunal: el caso del Bronco. ¿Qué ha ocurrido con la justicia electoral?

CM: México tiene un modelo electoral sobrerregulado, altamente litigioso y barroco, porque venimos de la desconfianza y hubo que construir todo eso.

Sobre el papel del tribunal, de la Sala Superior: si uno da una definición de manual, del papel indispensable de los tribunales en la vida de las sociedades modernas, complejas, contradictorias, pues sabe que son ese espacio para dirimir los conflictos, para resolver problemas. En el caso de un tribunal constitucional, para que haya un último guardián de la ley. Es decir, los magistrados son los cancerberos de la legalidad contra el atropello, contra los abusos.

En el ámbito electoral la materia es la disputa por el poder, y creo que el tribunal, en distintas sentencias, ha sido más un actor que refleja la lucha política, que una instancia que resuelva, desde criterios estrictamente legales, problemas políticos.

Hay tres casos: primero, la resurrección de un partido que no había obtenido el 3 por ciento de los votos; segundo, la inscripción en la boleta electoral presidencial de un aspirante que no había reunido los apoyos ciudadanos necesarios y, tercero, la destrucción legal de una investigación muy seria sobre financiamiento irregular cometida por el actual partido en el gobierno.

En otros momentos el tribunal no incurrió en eso: los partidos perdían su registro sin que la presión política sobre los jueces se los regresara, se impedía la aparición en la boleta de gente que no cumpliera con la ley y se sancionaba a quien tenía tramas de financiamiento paralelo.

Las sanciones de Pemexgate y Amigos de Fox, de principios de siglo, no habrían fructificado con criterios como los del tribunal actual.

Si usted hace una toma panorámica de las preocupaciones sobre la democracia, lo que está expresándose es la inquietud porque pueda capturarse la autonomía del INE, pero del tribunal ya casi nadie habla, porque dio tanto de qué hablar que creo que hoy no se está percibiendo como ese garante último que debe ser.

AR: Vamos sobre el papel de los medios de comunicación en este proceso electoral y en el cambio político del país. Usted dice que los medios se democratizaron y contribuyeron a la democratización. ¿Cómo lo han hecho?

CM: Sin prensa libre no hay democracia, y la democratización de México implicó el ejercicio de la libertad periodística. Empezó en los medios impresos, luego llegó a la radio y después a la televisión, y hoy es prácticamente imposible encontrar algún actor político que goce del respaldo unánime de los medios de comunicación, como ocurre en cualquier otro país que se llame democrático. Es decir, no hay un presidente o un gobernador al que todo mundo le aplauda todo todos los días. En ningún país democrático del mundo ocurre, y eso dejó de pasar en México. Se pudo empezar a criticar al partido en el gobierno, al presidente, a los secretarios de Estado, etcétera.

Esa prensa, más libre, más plural, más diversificada, expresa e impulsa la democratización; son las dos cosas. Entre más libertad de prensa hay, más democrático se es, y entre más avance democrático hay en un país, las libertades de la prensa también se expanden. Es un proceso de retroalimentación virtuosa entre ejercicio de libertad periodística y el ecosistema democrático.

¿Qué es lo que está pasando en México? Tenemos una prensa muy diversificada, y creo que lo que nos hace falta es avanzar en el tema de la calidad. En el monitoreo que se hace a través de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM encontramos unas coberturas muy plurales; es decir, a nadie se excluyó ni se calló ni se silenció, si bien el candidato Andrés Manuel López Obrador fue el que tuvo más tiempo en los medios (quizá porque era la personalidad más fuerte, la candidatura con mayor adhesión).

Pero hubo muy poco periodismo de investigación. Si uno revisa las piezas, pues son notas; tenemos periodistas que viven de declaraciones banqueteras más que de análisis, de construcción, reconstrucción, verificación y narración de hechos.

A mí me parece que el problema de la calidad de nuestra democracia está directamente relacionado con la calidad de nuestros medios de comunicación, y que el deterioro del espacio público se debe también al de los medios, en general de esta presencia de las redes sociales,  en donde no hay filtros para la verificación de hechos y para la responsabilidad. Hay un creciente odio en la conversación pública, ataques a las personas y no a sus argumentos. Es decir, se está envileciendo el debate, lo que también es responsabilidad de algunos actores políticos que siembran inquina deliberadamente.

Ese no es un problema solamente mexicano. Si uno atiende cuáles son los elementos presentes en el deterioro de las democracias, se encuentra con medios de comunicación amarillistas, que exacerban discursos del odio, que acaban al final (si se quiere involuntariamente) por ser útiles a distintas apuestas políticas, en vez de a una deliberación pública más mesurada, más objetiva, más informada.

Quizá aunque muchos medios lo intenten, están rebasados por la ola de la velocidad de las redes sociales. Pero ese es un problema estructural de las democracias y, yo diría, de la civilización en este momento. A veces parece uno estar en una Edad Media con internet.

Ese es un problema estructural, y otro es la falta de arraigo, de representatividad y de claridad programática de los partidos políticos. Quizá nunca había sido tanta la distancia entre la profundidad de los problemas de las sociedades y la superficialidad de los discursos políticos.

El otro gran tema es el del dinero y la desigualdad. En los tres estamos mal.

AR: Al principio del libro usted habla de una amenaza autoritaria que no nada más es de México sino a escala global: la erosión de los partidos, el resurgimiento de partidos-candidato, gobiernos y hasta movimientos muy autoritarios pero que cuentan con un amplio respaldo popular. ¿Cuál es el impacto en México de esta ola autoritaria y, a la vez, popular?

CM: En México estamos inmersos en unos tiempos en los que se llegan a extender y proliferar los antivalores democráticos. ¿Cuáles son los valores de la democracia? El respeto al pluralismo, la tolerancia, la coexistencia en la diversidad, el respeto al otro, la voluntad de diálogo, la necesidad de entenderse.

Uno empieza a ver que se implantan, sin mayores problemas, los discursos que niegan el derecho al otro a ser el otro, a pensar diferente, a incluso tener un estilo de vida distinto, a tener sus sueños propios.

Por ejemplo, todo el discurso aintiinmigrante es xenófobo, excluyente, autoritario; en México las encuestas nos dicen cuál es la reacción hacia la llegada de los inmigrantes centroamericanos, y no nos estamos apartando mucho de las conductas más retrógradas y preocupantes que se dan en otros países.

¿Qué otro asunto es elemental y lo estamos perdiendo? Saber que el fin no justifica los medios, que en política los medios pueden ser más importantes que el fin. Por ejemplo, la violencia (golpear, destruir, intimidar) es inaceptable en democracia como forma de acción política. Si en Alemania unos skinheads llegan y queman una librería, todos sabemos que son unos autoritarios que están metiendo miedo; si en México, enfrente de la Alameda Central llegan encapuchados y queman la entrada de la librería Gandhi, hay quien dice: “Cuidado: detrás puede haber reivindicaciones válidas”. No: estas se acaban donde se empieza a usar la violencia cuando no es necesaria. No va a mejorar la condición de las mujeres porque se quemen libros, se destruyan bienes públicos, se agreda a hombres y mujeres policías, porque se queme la torre de Rectoría de la UNAM o se agreda a maestros y estudiantes.

Cuando empezamos a contemporizar con la violencia porque detrás de ella puede haber reclamos justos, lo que estamos diciendo es que siempre que haya injusticia está justificada la violencia por propia mano. Eso a mí me parece un retroceso civilizatorio.

AR: En el libro usted advierte de algunos asaltos que ha habido a la institución electoral, a la democracia en México, como los recortes presupuestales, la toma de los organismos autónomos y su debilitamiento. ¿Cuáles son los principales riesgos que enfrenta la democracia mexicana, en particular la institución electoral?

CM: Lo primero que necesitamos es que permanezca una institución profesional y autónoma al gobierno, que se haga cargo de las elecciones. Un riesgo es perder el profesionalismo, es decir, un servicio civil de carrera que está especializado en hacer elecciones. En las condiciones más adversas se hacen en este país, y estas han ido creciendo: la inseguridad en las calles, el conflicto social, etcétera, y no han impedido la realización de elecciones. ¿Por qué ocurre así? ¿Por obra y gracia de los consejeros del INE? No, sino por la estructura profesional que hay en cada uno de los distritos electorales en que está dividida la geografía del país.

Hay que cuidar ese saber hacer las cosas. El Estado mexicano ha vivido momentos de desinstitucionalización en distintos campos; hay que cuidar que no llegue a la materia electoral.

La autonomía: la autoridad electoral no puede estar a las órdenes del gobierno, el que sea, sino al servicio de la pluralidad política para que la ciudadanía elija en libertad.

Es importante mantener un padrón confiable en manos de un instituto autónomo; es, por supuesto, indispensable no afectar la representación proporcional, así como evitar la construcción de mayorías artificiales (y tenemos un problema en fórmulas de representación).

Pero hay discursos que, en vez de tratar de mejorar la expresión de la pluralidad, quieren cercenarla: acabar con la representación de las minorías. Allí están las iniciativas para reducir a los plurinominales.

Básicamente esos son los riesgos, y la única manera de que la democracia esté viva es ejerciendo los derechos políticos. La democracia ha muerto muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad; hay un libro espléndido del profesor John Keane que se llama Vida y muerte de la democracia. Allí se observa que una constante en los preludios a la noche autoritaria después de cierta luz democrática es que la democracia se quedó sin defensores. Se quedó sin ellos en la Grecia después de Platón (quien era un detractor de ella, por cierto), al igual que en Austria y en buena parte de Europa en los años veinte del siglo XX, y en los años setenta en América Latina. Y así pasaron las cosas.

Todos tenemos la responsabilidad de preservar la democracia. Cuando se destruye hay algunos culpables, pero todos son responsables. Entonces seamos responsables y cuidemos a la democracia.

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