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viernes 18 octubre 2024

Reyes de la ilusión

por Regina Freyman

Recuerdo a un viejo amigo que sentía la necesidad de revelar a sus hijos que los Reyes Magos eran un mito, un cuento perverso que se robaba la ilusión de la infancia.

Sus hijos apenas llegaban a los 6 y 8 respectivamente, pero se negaba a dejar crecer en ellos la ilusión que derribaría un día la magia de una temporada. Con su mujer en contra, sentó a sus niños en la sala a la sombra de un árbol rebosante de foquitos y adornos multicolor.

Católico y español como era, había comprado el roscón para cenar, pero no quería proceder al encuentro de la figurita del niño Dios sin desvelar el tremendo engaño.

En lo sucesivo, el festejo se haría entre iguales conscientes de que la tradición era sólo un pretexto para festejar un año más en familia. Con cautela explicó a los chiquillos que el amor de su madre les había hecho creer en esas presencias mágicas a pesar de su oposición, pero que para evitar su sufrimiento, de manera regular y hasta el advenimiento de su madurez seguirían poniendo bajo el árbol su pequeño zapatito que se vería compensado con algún regalo de su elección, eso si se portaban bien, decían sus oraciones y obedecían a sus mayores.

Los niños lo miraron extrañados hasta que el mayor preguntó de golpe: “¿entonces papá Dios es también una ilusión?”.

La verdad no sé la respuesta de mi amigo ante la pregunta, la anécdota terminaba ahí ante el deleite de su esposa y su rostro enardecido de vergüenza. Nunca me atreví a preguntar, porque a sus espaldas todos comentábamos su mezquindad. En su momento, como niños habíamos disfrutado de la espera y la compensación anual de los Reyes; como padres inventábamos artilugios llenos de diamantina para alimentar la ilusión de nuestros propios hijos.

Pero qué podíamos esperar de un sujeto que llevaba un cuaderno de notas de todo aquello que había invertido en sus hijos: un realista muy hispano.

Sabemos que la única referencia que la Iglesia católica acepta de estos personajes es la que da San Mateo en su evangelio, donde describe este acontecimiento de forma breve y no aparece nunca la palabra “reyes” sino la de “magos”.

La palabra española mago es la traducción de la palabra persa magi que hacía referencia a los integrantes de una tribu de astrólogos o adivinos, tal y como aparece en el evangelio de San Mateo, que es la manera en que se les llamaba a los sacerdotes del culto de Zoroastro, hombres sabios que estudiaban a los astros y su supuesta influencia sobre la vida de los humanos, se les considera actualmente inventores de la astrología.

Mateo no nos dice cuántos eran, ni cuáles eran sus nombres. Se presume que los evangelios apócrifos y la fantasía popular han tramado esta historia.

Existe una narración metatextual que supone que en el “Evangelio arameo de la infancia se dedican 21 párrafos a los reyes magos. En él se cuenta que en una travesía de nueve meses llegaron a Jerusalén acompañados de un gran ejército. El primero de los reyes era Melkon o Melchor, rey de los persas; el segundo Gaspar, rey de los indios; y el tercero Baltasar, rey de los árabes. Al llegar ante Jesús: “Abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra.”

Los reyes sabían que Cristo nacería en ese lugar y tiempo, porque Dios le había dado a Adán un pergamino escrito con letras de oro, firmado y sellado por su propia mano, el cual pasó de generación en generación, de Adán a Seth, Enoch, los hijos de Enoch, Noé, Sem, Abraham, y Melquisedec y Ciro lo guardó en un salón especial hasta que Melchor entrega este libro a Jesús entre las demás ofrendas. Algo parecido al manuscrito de Melquiades, final y compendio de Cien años de soledad.

En Los tres Reyes Magos. La eficacia simbólica, Jesús González Requena busca explicarse la persistencia de esta tradición en el mundo de consumo. Nos habla de un ritual amoroso que despierta el deleite del padre como proveedor, del niño como destinatario y del objeto elegido como medida de recompensa tras un año de espera.

La verdad no es científica ni objetiva. Se trata de la escenificación narrativa de una fantasía que nos devuelve a todos a la niñez. Unos magos representantes de poder y riqueza viajan desde lejos para hacer un homenaje a la fragilidad, a la inocencia.

Los adultos rinden tributo a los niños y todos juntos partimos una rosca en busca de la sorpresa, un pequeñito desnudo que nos regala la posibilidad de ser magnos el 2 de febrero y regalar a todos los comensales un nuevo festín de tamales para sembrar de nuevo la esperanza un año más.

Hoy es 6 de enero del 2022, un año de esperanza tras el encierro. Los mensajes en redes han sido diversos y la colección de íconos de reyes comenzó a llover desde temprano y con ellos leyendas, cuentos y deseos.

Rescato a mi modo el del cuarto Rey Mago, un joven llamado Artabán que vivía alejado de los otros tres y que vio desde su balcón la estrella brillante. Habremos de suponer que sabía la leyenda y decidió seguir al astro que lo conduciría al Mesías. Llevó con él un cofre repleto de perlas que regalaría al nacido, pero en el trayecto fue encontrando personas humildes y enfermas que solicitaban su ayuda: sin miramientos regalaba una perla aquí y otra allá hasta que paulatinamente el cofre se vació. Cuando por fin llegó a Belén, los otros Magos y el Niño ya se habían ido.

Tal vez sea bueno pensar que ese cuarto rey es todo aquél que tiene hoy la posibilidad de dar un abrazo al solitario, un pedazo de rosca al hambriento y una ilusión renovada a todo niño que se encuentre a su paso o una olla de tamales para compartir con los amigos.

Feliz Día de Reyes.

 

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