La guerra entre Rusia y Ucrania ha dotado de centralidad a Europa en un contexto geoeconómico en el que Asia se convertía en el corazón gravitatorio de las relaciones internacionales en el siglo XXI. Con anterioridad al 24 de febrero, Asia era vista por Estados Unidos como un tema prioritario, en particular la República Popular China (RP China) a la que tanto la actual administración que encabeza Joe Biden como la que le antecedió con el impresentable Donald Trump, han catalogado como la mayor amenaza para la Unión Americana. Así, los ojos de Washington miraban de manera prioritaria hacia Beijing, no obstante la pretendida recomposición de las relaciones trasatlánticas anunciada tras el arribo de Biden a la Casa Blanca.
Europa debería agradecer a Putin que Estados Unidos refrende sus compromisos y prioridades trasatlánticos. Una Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) diagnosticada no hace mucho con “muerte cerebral” revivió, en apariencia, para coordinar las acciones mayormente políticas y en menor medida militares, para castigar a Rusia por la invasión de su vecina Ucrania. Cierto, el margen de maniobra de la OTAN es limitado toda vez que no le es posible invocar el artículo 5 de la Carta del Atlántico para defender a Kiev. Sin embargo, la alianza militar occidental va encaminándose a un incremento en el presupuesto bélico de sus miembros. Otro efecto de esta crisis es la reconsideración de aquellos países con políticas de neutralidad como Suecia y Finlandia, acerca de la conveniencia o no de pertenecer a ese entramado institucional. No menos importante es el fin de aquel entendimiento e interlocución que llegó a tener Alemania con Rusia en la era Merkel.
Claro que no todo es miel sobre hojuelas para Estados Unidos y Europa. La terrible crisis de refugiados y desplazados forzados -estimados ya en 10 millones, de los que 4 son personas que han cruzado las fronteras del país, en tanto otros 6 millones se han mudado a otros lugares dentro de Ucrania- tiene un efecto muy severo esencialmente en Europa, dada la vecindad geográfica con la zona de conflicto. Las políticas de asilo y refugio de Bruselas han sido puestas a prueba dentro y fuera de la eurozona porque, como se recordará, su prestancia a apoyar a los ucranianos contrasta con la manera en que ha respondido ante las crisis de refugiados sirios, iraquíes, árabes y africanos, no obstante la mayor longevidad de los conflictos que expulsaron a estos últimos de sus lugares de residencia.
No menos preocupante es el escaso liderazgo de los europeos, trátese de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, que no es ni la sombra de Merkel; un Emmanuel Macron que se impuso en los recientes comicios presidenciales en Francia con un discurso pro-Unión Europea, pero alejado de los problemas cotidianos que afectan las vidas de los franceses; un triunfante Viktor Orbán que desde su ratificación como mandatario en Hungría, no sólo señaló que desafiaría los elementos fundacionales de la Europa comunitaria, sino que se mantiene como un importante aliado de Rusia en el contexto actual; más una aplastante victoria de Aleksander Vucic como jefe de Estado en Serbia, que si bien, aun no pertenece a la Unión Europea, de todos modos afianza a otro aliado de Putin, ahora en los Balcanes. Por lo tanto, la Unión Europea no aparece tan unida como se esperaría, como tampoco respecto a aquellos países que, como Serbia, aspirarían a formar parte de ella. La guerra en Ucrania, entonces, parecería que, si bien estrechó los vínculos político-militares en el seno de la OTAN, por otro lado, ha tenido un efecto de fragmentación en la Unión Europea, la cual, por cierto, ya venía tropezando desde el proceso del BREXIT que determinó la salida del Reino Unido y ni qué decir de los efectos de la crisis de 2008-2009 que mostró lo endeble que es la “salud económica” del ambicioso proyecto de integración en el viejo continente. En este sentido, la guerra de Rusia contra Ucrania ha tenido un efecto polarizador y de fragmentación en la Unión Europea, que le da juego a quienes han sido críticos de las políticas dictadas desde Bruselas -o mejor disco, por parte de los países más grandes e influyentes como Francia y Alemania-, al igual que ha cuestionado la obsolescencia del recurso a la guerra como un instrumento de reconfiguración de la política global.
No debería sorprender el shock anímico que vive en la actualidad la Unión Europea. Sus orígenes se remontan a la segunda guerra mundial, la cual privo a Europa de la centralidad que había tenido en los asuntos globales. Desplazados por Estados Unidos y la Unión Soviética, los europeos occidentales tomaron la decisión de integrarse para abrirse un espacio en la política mundial de la guerra fría. Ello supuso la aceptación de que la guerra implicaba costos transaccionales más altos que una integración concertada y negociada con ejércitos de abogados. Los beneficios de la integración, se decía, serían enormes y todos podrían obtener de los demás lo que desearan, siempre que aceptaran las reglas del juego y que excluían a la guerra como recurso. Francia y la entonces República Federal de Alemania, se convirtieron, respectivamente, en la fuerza política y económica de la integración, renunciando a la guerra como la continuación de la política por otros medios. La integración sería vista ahora como esa continuación de la política por otros medios. Inspirados en esa premisa, otros países accedieron a la integración hasta sumar 28, pero luego, uno de ellos, se retiró, cuestionando la narrativa y claro, la esencia misma de la Unión Europea. Luego llegó Rusia para rematar con un conflicto armado y se puede anticipar que la razón de ser de la Europa comunitaria será cada vez más cuestionada ante estos acontecimientos. Difícil encomienda la de la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen.
En otro lugar del mundo, Asia, la guerra tiene ciertamente consecuencias. Por un lado, como se sugería, aparentemente le quita protagonismo a la región en la escena internacional. Pero antes de continuar es importante recordar que Asia se desenvuelve a la sombra de cuatro poderes: la RP China -el más fuerte-, Japón, India y Rusia. De estos cuatro poderes, tres -o bien, dos- apoyan a Moscú: la RP China e India. Japón, por su parte, se ve obligado a seguir a Estados Unidos y sancionar a Rusia. Otros poderes externos a Asia tienden a ser marginales -no que lo sean, pero parece que declinan aceleradamente- como es el caso de Europa y Estados Unidos. En este sentido, si bien el conflicto armado también ha tenido un efecto polarizante, la mayoría de las potencias del continente están con Rusia por diversas razones, motivaciones e intereses. Claro que una cosa son los grandes poderes y otra los países más pequeños. Entre estos últimos se puede citar a Asia Central, donde Uzbekistán y Azerbaiyán han externado su apoyo a Ucrania, en tanto los demás cierran filas con Rusia. En Medio Oriente, donde Siria apoya firmemente a Moscú, es de destacar también la conducta de Israel que ha buscado ser el fiel de la balanza entre Kiev y Rusia, a pesar del desafortunado comentario reciente del canciller Sergéi Lavrov sobre las raíces judías de Hitler -Putin se disculpó ante Israel por esta afirmación.
En el sureste de Asia, sin embargo, los acontecimientos bélicos están poniendo muy difícil las cosas tanto a Tailandia como a Indonesia, países que, en noviembre próximo albergarán, respectivamente, las cumbres del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y la cumbre de líderes del G-20. A ambos foros ha sido invitada Rusia y claro, sería Putin quien asistiría a dichas reuniones.
APEC, iniciativa nacida de la mano de Australia en 1989 para hacer frente al estancamiento comercial de la Ronda de Uruguay del entonces Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y que se integra en la actualidad por 21 economías, entre ellas, Rusia, deberá hacer malabares para salir avante en lo que se anticipa podría ser un campo de batalla entre las economías occidentales de APEC -EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda- más Japón, para expulsar a Rusia del foro como parte de las sanciones y el aislamiento al que se ha buscado confinar a Moscú para castigarlo por la incursión bélica en Ucrania.
La ciudad de Bangkok será sede de un encuentro físico entre los líderes de APEC tras las obligadas reuniones virtuales previas de Malasia (2020) y Nueva Zelanda (2021) como resultado de la pandemia. En 2003, Tailandia albergó la cumbre de líderes con notable éxito y hasta no hace mucho confiaba en repetir la experiencia en este 2022. El tema central de la cumbre de Bangkok es “Open. Connect. Balance”, aspectos que se antojan muy complicados en medio de la militarización de la interdependencia económica donde las sanciones contra Rusia constituyen una herramienta del poder duro para contrarrestar al que se considera poder punzante de Putin. Se reporta en varios países de ANSEA, Tailandia incluida -que suele ser un paraíso turístico- la presencia de turistas rusos varados que no pueden acceder a los canales de crédito tradicionales para cubrir sus gastos como resultado de las sanciones decretadas por los occidentales. Peor aún: hay un daño colateral en las naciones de la región, como lo muestra Malasia, cuyo gigante de los hidrocarburos Petronas ahora es presionado por Occidente para poner fin a sus contratos con Rusia. Más importante es que la cumbre de Bangkok iba a tener como eje la reactivación económica tras la pandemia y ahora el tópico dominante será qué hacer con Rusia. Por más que Tailandia ha buscado tener una postura neutral de cara a la guerra en Ucrania, no se sabe cuánto tiempo más podrá mantenerse al margen de los impactos de la geopolítica global en la geoeconomía de la región. No menos importante es recordar la guerra comercial de Estados Unidos contra la RP China, la cual ya había tenido costos muy fuertes para foros como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el propio APEC durante la presidencia de Donald Trump. Su sucesor Biden, mantiene el belicismo comercial contra Beijing, el cual, si bien ha beneficiado a ciertas naciones del sureste de Asia, al haberse insertado éstas en cadenas de valor alternativas para Washington, sigue generando tensiones que podrían derivar en un colapso del foro.
En el caso de Indonesia, quien asumió a finales de 2021 la presidencia pro tempore del G-20, el país será anfitrión de la cumbre de líderes también en noviembre próximo. Al igual que Tailandia, Indonesia ha invitado a Rusia a participar. También, como se ha visto en APEC, en semanas recientes se ha ventilado la posibilidad de que Rusia sea excluida del G-20 toda vez que EEUU, Canadá y Australia coinciden en que Putin es un criminal de guerra y aseveran que no se sentarán con él en ese ni en ningún otro organismo. Al igual que Tailandia, Indonesia ha adoptado una postura que pugna por una pronta solución del conflicto sin cerrar filas de todo con Occidente. Para Indonesia, el tema central de su presidencia en el G-20 es “Recover Together. Recover Strong”, pensando en la importancia de desarrollar estrategias para impulsar el crecimiento tras los estragos generados por la pandemia.
Pese a lo expuesto, hay una opinión creciente a favor de la participación de Rusia en ambos encuentros. No se olvide que el G-7 -antiguo G-8- tomó la decisión de expulsar a Rusia tras su anexión de Crimea en 2014 y que no obstante ello, Moscú no modificó su comportamiento. Antes bien, continuó con su proyecto de reafirmar su liderazgo en el espacio postsoviético, desafiando a Occidente. Lo que se argumenta actualmente es que, al excluir a Rusia de APEC y el G-20 se rompería con una necesaria interlocución con Moscú, a la vez que se replicaría una política fallida como la que aplicó el G-7. Además, las sanciones contra el país eslavo sí tienen algunos efectos inmediatos, pero no parecen fatales mucho menos se perfilan como un factor decisivo para coadyuvar al fin de la contienda bélica. Donde las sanciones fracasan, se requiere de la vinculación constructiva –constructive engagement-, que si bien sería un golpe de timón, podría generar espacios de diálogo tan escasos en estos momentos.
Ciertamente la relación de Tailandia e Indonesia con la RP China -aliada de Moscú- es crucial. En el caso tailandés sus exportaciones se dirigen en un 11. 4 por ciento a Estados Unidos, pero en segundo y no tan distante lugar figura la RP China con el 11 por ciento. En contraste, en las importaciones, Beijing es su principal proveedor, representando el 21. 6 por ciento. En lo que toca a Indonesia, a la RP China le envía el 23. 1 por ciento de sus ventas en el exterior, en tanto le compra el 32. 66 por ciento de sus importaciones globales. Con estos datos es claro que Beijing es un jugador mayor en la región, que Estados Unidos tiende a tener menor presencia -recibe el 11. 75 por ciento de las exportaciones de Indonesia y vende a esa nación sólo el 5. 09 de sus importaciones- y que los impactos de la pandemia, de la guerra entre Rusia y Ucrania y de la guerra comercial entre Estados Unidos y la RP China amenazan con vulnerar las expectativas de crecimiento de estas naciones. Si bien Tailandia ha tenido un desempeño sobresaliente en la pandemia -con 4 308 319 casos y 28 976 defunciones-, en Indonesia el SARSCoV2 ha contagiado a 6 047 986 personas y provocado la defunción de 156 357. Por eso estos países parecen menos resueltos a castigar a Rusia, dado que para ellos sería en extremo problemático generar tensiones con la RP China -adicionales a las que ya existen desde que algunos de ellos sumaron cadenas de valor a favor de Washington tras las sanciones comerciales de Trump.
En cualquier caso, la guerra entre Rusia y Ucrania al final del día semeja más un conflicto entre Rusia y Occidente, donde los asiáticos se ven obligados a ponderar -con las conocidas excepciones de Japón, Corea del Sur y Filipinas- de qué lado están. Ciertamente el mundo no es blanco ni negro y al no cerrar filas con Occidente no se debería asumir que se apoya a Rusia -salvo los casos conocidos y ya expuestos. Desafortunadamente, tanto APEC como el G20 se ven salpicados por la militarización de la globalización y los márgenes de maniobra de los anfitriones de ambas cumbres son limitados. Paradójicamente, si se logra concretar la presencia de Rusia en Tailandia e Indonesia, ello podría no sólo reactivar a un agónico y crecientemente marginal foro como APEC, sino posibilitar un golpe de timón con una estrategia no punitiva hacia Rusia y que podría ser la llave para cambiar el curso de los acontecimientos actuales. No menos importante es que ello le devolvería protagonismo a Asia. Después de todo Rusia es también un país asiático ¿no?