Primero su definición. La simonía se define como la compra o venta de bienes espirituales, cargos eclesiásticos o sacramentos, y ha sido, para eterna vergüenza, una de las prácticas más frecuentes y escandalosas en la historia del cristianismo. Su nombre proviene de Simón el Mago, un personaje bíblico que, según los Hechos de los Apóstoles (8:9-24), intentó comprar con dinero el don del Espíritu Santo a los apóstoles Pedro y Juan.
El fenómeno de la simonía surge con el crecimiento del cristianismo y la institucionalización de la Iglesia. Durante los primeros siglos de la era cristiana, los obispos y sacerdotes eran elegidos, supuestamente, por su santidad y sabiduría. Sin embargo, con el tiempo, la Iglesia adquirió un gran poder económico y político, lo que convirtió los cargos eclesiásticos en posiciones altamente codiciadas. Durante la Edad Media, la simonía se convirtió en un auténtico problema dentro de la Iglesia católica.
Las principales causas de la simonía fueron las habituales; deseo de poder y de dinero; situación favorecida por la corrupción y falta de regulación eclesiástica en los primeros siglos. A medida que la Iglesia adquiría riquezas y privilegios, muchas personas ajenas al clero vieron en la compra de cargos una oportunidad para obtener influencia política y económica. En algunos casos, familias nobles aseguraban la sucesión de obispos dentro de su linaje, transformando los puestos eclesiásticos en patrimonio familiar.
La simonía alcanzó su punto crítico entre los siglos IX y XI, cuando la venta de cargos eclesiásticos era una práctica habitual. El escándalo llegó a tal punto que los papas comenzaron a intervenir con mayor dureza para erradicar esta práctica.
Uno de los casos más notorios fue el del Papa Benedicto IX (1032-1048), quien, según diversos historiadores, vendió el papado en al menos una ocasión. Benedicto IX fue elegido pontífice siendo aún un joven aristócrata y, debido a su comportamiento francamente disoluto, enfrentó varias revueltas. En 1045, vendió su cargo a su padrino, el sacerdote Juan Graciano, quien tomó el nombre de Gregorio VI. Sin embargo, este hecho generó una crisis dentro de la Iglesia, lo que llevó a la intervención de Enrique III, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y la convocatoria del Concilio de Sutri en 1046, donde Gregorio VI renunció.
Otro episodio relevante ocurrió en el siglo XVI con la familia Médici, particularmente con Giovanni di Lorenzo de Médici, segundo hijo de Lorenzo el Magnifico , quien a la edad de 13 años fue nombrado Cardenal y en 1513 se convirtió en el papa León X. Ya como Papa fue conocido por sus fastuosos gastos y por otorgar indulgencias a cambio de dinero, lo que ocasionó las duras críticas de Martín Lutero y contribuyó al inicio de la Reforma Protestante.
En la actualidad, la simonía en teoría no existe, o cuando menos no como en la edad media, y además es condenada de manera explícita por la Iglesia católica y otras denominaciones cristianas. El Código de Derecho Canónico (cánones 947 y 1495) prohíbe, nuevamente en teoría, la compra y venta de bienes espirituales, y el Catecismo de la Iglesia Católica reafirma esta postura. (Canon 947: “En materia de ofrendas de misas, evítese hasta la más pequeña apariencia de negociación o comercio”).
Otras religiones también han enfrentado acusaciones de prácticas similares a la simonía. En algunas corrientes del hinduismo, budismo e islam, ha habido denuncias de líderes religiosos que comercian con bendiciones, títulos honoríficos o posiciones dentro de la jerarquía eclesiástica. En el ámbito evangélico, algunos televangelistas han sido criticados por pedir grandes sumas de dinero a cambio de supuestas bendiciones o curaciones milagrosas. (“Los televangelistas que se enriquecen gracias a los estadounidenses pobres”. BBC News 30 mayo 2019)
Aunque la simonía, en su forma medieval, ha sido erradicada en la mayoría de las instituciones religiosas, la tentación del poder y el dinero sigue presente. En un mundo donde las donaciones, los fondos caritativos y los bienes eclesiásticos juegan un papel importante, siempre existe el riesgo de que algunos líderes religiosos caigan en prácticas similares a la simonía.
Para evitar que este fenómeno se repita, las instituciones religiosas deben o deberían fortalecer sus mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. La supervisión interna y externa, junto con la formación ética de los líderes religiosos, son claves para prevenir la corrupción dentro de la esfera espiritual.
La historia demuestra que la simonía es un reflejo de la lucha entre la espiritualidad y la ambición humana. Aunque sus formas han cambiado con el tiempo, el desafío de mantener la integridad dentro de las instituciones religiosas sigue vigente.