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domingo 13 octubre 2024

Sobre jugadas de manual y otras banalidades

por Fernando Dworak

Desde hace unos días está circulando por las redes sociales un video de 1999, donde Hugo Chávez pone a la venta numerosos aviones que eran propiedad de Petróleos de Venezuela para, en sus palabras, invertir en aparatos médicos y otros apoyos para quienes menos tienen. De inmediato numerosos usuarios levantaron la voz en una autocomplacencia casi onanística, señalaron que esto era obvio, pues se están siguiendo jugadas de manual para desestabilizar a México.

Dejemos a un lado las intenciones del gobierno, sabiendo que sus políticas y decisiones puedan tener una intención de aislarnos y empobrecernos para controlarnos mejor; o quizás el desastre que vemos fue porque debilitaron al Estado. Ignoremos por un momento la posibilidad o no de que haya grupos internacionales conspirando para que acabemos como Venezuela. No necesitamos meternos en ese tipo de especulaciones para darnos cuenta que muchas de las acciones que hoy vemos tienen antecedentes en otros países y, si no ponemos cuidado, terminaremos cometiendo los mismos errores.

Por ejemplo, ya desde la Grecia antigua los sofistas vendieron discursos demagógicos a los atenienses, lo cual precipitó su decadencia. Al menos desde la revolución francesa hemos visto cómo los discursos de odio permean y afianzan a un grupo de poder. A nivel mundial el lenguaje público ha entrado en crisis, de tal forma que se abona el paso a quienes lucen “auténticos” y hablan “como el pueblo”. Cualquier estudio medianamente bueno sobre el populismo muestra las diversas tácticas que llevan a esos grupos al poder y la manera en que eliminan los contrapesos y colonizan los órganos de gobierno una vez que lo conquistan.

En otras palabras, no necesitamos recurrir a teorías de la conspiración o comparar a López Obrador con nadie para entender dónde estamos parados y a dónde podemos acabar. Es más: las comparaciones simplistas sólo afianzan a un gobierno que basa su legitimidad sobre el victimismo, la moralidad y las emociones. Por más que algunos quieran creer que Morena desaparecerá como un mal sueño entre 2021 y 2024, el problema es mucho más complejo y la reacción fortalece al grupo en el poder.

Si en realidad deseamos aprender de la experiencia comparada, deberíamos empezar en reconocer por qué en diversos países se ha llegado a una situación como la nuestra y qué errores se cometieron. Por ejemplo, en todas las democracias se tendió a dar por hecho a partir de los años noventa del siglo pasado que nuestro estado de libertades y derechos era ya inamovible, lo cual nos metió en una zona de confort. El lenguaje tecnocrático alejó a las élites políticas de los ciudadanos, de tal forma que se ahondó en una crisis de representación. Una y otra vez observamos cómo los partidos fueron incapaces para entender el descontento y atender las causas que supieron arropar los populistas para ganar el poder.

También una lectura honesta sobre los gobiernos populistas mostrará que éstos pueden hacer justo lo que hacían los políticos de antaño, e incluso cosas peores, gracias a la visión moralizante han pregonado desde la oposición, lo cual hace que sus seguidores les crean hasta cuando incurren en los peores absurdos o atropellos. Incluso se verá cómo las élites tradicionales colapsan, pues no entienden lo que está pasando ni tienen la capacidad para enmendar, y a menudo se requiere hasta de un recambio generacional para reencauzar y volver a hacer competitiva a la oposición.

Por eso genera ternura ver cómo algunas personas creen que un político que ya gobernó y que tiene tantos negativos como Felipe Calderón, puede ser una opción ante López Obrador. Incluso podría dar risa si no fuera porque, con todas sus debilidades, es una amenaza para un PAN dirigido por una cúpula de papanatas. Es decir, ningún partido hablará con claridad sobre nuestra situación colectiva si eso hace que pierdan poder; por más que sus cotos se reduzcan día con día.

¿Qué hacer? Quizás no hay muchas opciones además de que cada uno asumamos nuestra responsabilidad. Eso implica entender mejor la situación en la que estamos, entender que hay intereses en todos los bandos, formarnos un juicio, tender puentes con los moderados y, sobre todo, tejer una narrativa que pueda convertirse en una alternativa. Esta no es una buena noticia para quienes desean salvadores, pero no puede haber libertad sin responsabilidad personal.

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