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jueves 26 diciembre 2024

Sri Lanka a la vuelta de la esquina

por Pedro Arturo Aguirre

Casi nunca se habla de Sri Lanka. Esta isla en el océano Índico se ha convertido en los últimos años en una pieza importante del comercio este-oeste gracias a su localización geoestratégica, además ser un destino turístico en auge (por lo menos hasta antes de la pandemia). Fue Sri Lanka escenario de una sangrienta y larga guerra civil protagonizada por las dos principales etnias del país, los cingaleses y los tamiles. El pavoroso conflicto duró 26 años (1983-2009) y terminó con la derrota de los Tigres Tamiles. Se calcula que murieron más de cien mil civiles y cerca de cincuenta mil militares. Se cometieron innumerables crímenes humanitarios, los cuales siguen, y seguirán, sin juzgar ni castigar. El artífice de la victoria fue Mahinda Rajapaksa, miembro de una poderosa familia de terratenientes, electo en 2005 presidente del país con una plataforma nacionalista. Para 2009 había derrotado a la insurgencia tamil y, por ende, ganó mucha popularidad. Entonces nada parecía opacar su gloria. Sería el inicio de una larga temporada en el poder. 

Rajapaksa comenzó a tener sueños faraónicos que lo llevaron a adquirir compromisos financieros a la larga insostenibles. Inauguro la construcción de lo que el describió “un Singapur en miniatura”, el proyecto “Port City”, la creación de uno de los mayores y más modernos puertos de Asia con enormes rascacielos para oficinas, resorts, instalaciones deportivas, viviendas de lujo, centros comerciales y hospitales, todo financiado por China como parte de su “nueva ruta de la seda”

Inició un incipiente culto a la personalidad. Enormes estatuas del presidente comenzaron a aparecer a lo largo de las carreteras que cruzan la isla. En las ciudades se multiplicaron las grandes vallas y carteles mostrando al jefe de Estado con túnicas blancas, de uniforme, en posturas heroicas, sonriente junto al pueblo o abrazando a su hermano Gotabaya, a la sazón ministro de Defensa. Otros posters, muy coloridos, presentaban la imagen del presidente con la leyenda de “Rey Mahinda Rajapaksa: Nuestro Salvador” y eran inevitables en los edificios públicos. Pero de repente algo inesperado pasó: Mahinda fue derrotado en las elecciones presidenciales de 2015 por un antiguo aliado. Señales de crisis económica habían hecho, desde entonces, aparición. Pero la familia Rajapaksa volvió al poder en el 2019, cuando Gotabaya se hizo presidente con la promesa de restaurar la seguridad tras una serie de ataques suicidas. También ofreció restablecer el intenso nacionalismo que le había dado gran popularidad a su familia entre la mayoría cingalesa y budista, y se comprometió a superar los problemas económicos. Sin embargo, cometió una serie de errores fatales, el peor: una rebaja indiscriminada de impuestos, mientras turismo se desplomaba con la pandemia y el pago de los prestamos adquiridos para polémicos proyectos de desarrollo se volvía insostenible. Para colmo llegó la guerra de Ucrania. El país es quedó sin dinero y no pudo pagar sus enormes deudas. Escasez y encarecimientos de alimentos, del gas y de las medicinas, además del mal manejo por parte de un gobierno ineficiente, nepotista y corrupto, desembocaron en el asalto popular al palacio presidencial y en la huida del país de Rajapaksa “el joven”. 

Sri Lanka pinta para ser la primera pieza en caer de un domino global. La crisis energética afecta países emergentes y amenaza con paralizar sus economías. La guerra en Ucrania está desestabilizando Oriente Próximo y a África. Adicionalmente, la mayoría de los países árabes siguen dependiendo del trigo ruso y ucraniano. La invasión rusa frenó las exportaciones de este recurso y los precios en el mundo árabe han aumentado hasta en un 70 por ciento. Para muchos observadores es inminente un movimiento regional de protestas similar al que estalló en 2011. De hecho, ya se han producido las primeras manifestaciones en Irak, Túnez, Jordania y Sudán. Por su parte, Áfríca ve como la delicada situación provocada por la pandemia empeora con la guerra de Ucrania y no se percibe ninguna capacidad de reacción por parte de sus gobiernos, ya sea por falta de voluntad o por las escasas posibilidades que tienen para hacerlo de manera efectiva. 

Con su guerra Putin dio lugar a una especie de “efecto mariposa” que está creando una tormenta perfecta. Según la UNCTAD, 69 países de ingresos bajos y medios enfrentan pandemia, aumento del costo de su deuda y el incremento de los precios de alimentos y combustible: 25 en África, 25 en Asia y el Pacífico y 19 en América Latina. El FMI ha iniciado negociaciones para el rescate financiero de Egipto y Túnez (ya lo hizo con Argentina con un paquete de 45 mil millones de dólares). Pakistán, que ha impuesto cortes de energía debido al alto costo de la energía importada. Los países del África subsahariana considerados en riesgo mayor de protestas incluyen a Ghana, Kenia, Sudáfrica y Etiopía. En Latinoamérica preocupan mucho El Salvador y Perú. Por su parte, el Banco Mundial informa que casi el 60 por ciento de los países de ingresos más bajos estaban en problemas de deuda o en alto riesgo de contraerlo antes de la invasión rusa de Ucrania, situación agravada ahora por el incremento en las tasas de interés y el fortalecimiento del dólar.

¿Y México? Nuestro país sufre también de una inflación alza y se ha comprometido con una política de subsidios para controlar los precios de los energéticos para no empeorar el problema. La estrategia parece estar funcionando, por ahora, pero el conflicto en Ucrania se prolonga y los precios de los hidrocarburos no dan señales de bajar. El subsidio le está costando al gobierno 860 millones de dólares por semana. El impacto se ve relativamente amortiguado por los ingresos que recibe nuestro país por el crudo que vende a mayores precios en los mercados internacionales, pero si el marco actual prevalece el gobierno deberá efectuar severos recortes presupuestales. De hecho, ya empezó, no en los sacrosantos “proyectos prioritarios” de la 4T, pero sí en políticas sociales. Lo sucedido con los programas de educación a tiempo completo son un primer botón de muestra. En todo caso se trata de la estrategia de ir “pateando la lata” hasta que el truco deje de funcionar y, entonces sí, enfrentemos la realidad. Esperemos que no sea como en Sri Lanka.

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