lunes 08 julio 2024

Tensiones

por Pablo Majluf

Decía Óscar Wilde que es muy difícil ser consciente del tiempo que vivimos. La cotidianeidad nos quita distancia crítica y capacidad de abstracción. Pasados unos años podemos entender mejor lo que entonces estaba en juego, sobre todo en relación con los largos procesos históricos. Por eso es necesaria una explicación multisecular y esquemática sobre el momento que está viviendo México.

Existen tres grandes tensiones en el desarrollo de la nación mexicana. La primera es sobre su identidad. El choque de civilizaciones que nos dio origen nos sumergió en una suerte de esquizofrenia que no hemos podido conciliar. No pretendo saber cuál es la síntesis o la identidad conciliatoria, pero sé que el obradorismo ha escogido la de la raza de bronce, el pueblo bueno, los usurpados, el sujeto histórico legítimo, a partir del reciclaje de un cliché fascista. Una exclusión identitaria jamás nos podrá conciliar. El régimen se ha empeñado en hacer sentir a muchos que no son auténticos mexicanos en el México de Obrador. Este camino sólo puede conducirnos a la violencia o la profundización de la división.

La segunda tensión es la que advertía Octavio Paz: “México nunca se consolará suficiente de no haber sido una monarquía”. Seguimos atorados ahí, definiendo si somos una república federal como pretenden nuestros documentos constitutivos, o una monarquía centralista como lo hemos sido de facto la mayor parte de nuestra historia. Es perfectamente claro que el obradorismo representa, en los hechos, la idea de la monarquía central: el soberano que concentra todo el poder para tomar decisiones unilaterales y definir la moral. Siempre volvemos a los brazos del hombre fuerte a pesar de que México ha vivido sus peores años cuando recurre a la tutela monárquica.

FOTO: YERANIA ROLÓN/CUARTOSCURO.COM

Y, finalmente, la indecisión sobre dar el salto último hacia la modernidad. Tomo los tres grandes ejes alrededor de los cuales se expresa la modernidad occidental: ciencia, democracia y mercado, inscritos en un Estado de Derecho. Su conjugación ha producido a las sociedades simultáneamente más prósperas, igualitarias y pacíficas de la historia humana. El empleo de aluxes, detentes y misticismo no es sólo un recurso pintoresco típico del populismo, sino la apelación profunda al México supersticioso, donde no hay propiamente lugar para la razón. Lo mismo con la glorificación del narco, la destrucción de la democracia, de las instituciones liberales y la satanización del aspiracionismo y la meritocracia.

Por ahora nos debatimos entre destruir o defender al INE, entre integrarnos a EUA o a Latinoamérica, entre permitir el plagio o retirarle el título a Yasmín Esquivel, entre una refinería o energías renovables, entre enseñarle a nuestros niños matemáticas o que los empresarios son perversos. Todas son expresiones de nuestras tensiones históricas. El obradorismo es la persistencia de nuestros nudos.

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