Por el bien de nuestra salud mental dejemos de cerrar los ojos ante la realidad. Vivimos tiempos de corcholatas, sí, pero también de un único destapador universal. Así de claro es el asunto.
Las famosas corcholatas estan muy movidas, desesperadas más bien, ya que saben que se aproxima el esperado momento donde el gran dedo divino tomará la decisión de quién será –al menos aparentemente—su sucesor. Y ahí los ve usted a todos, posibles e imposibles herederos, haciendo desfiguro y medio con tal de convencer de su lealtad a su jefecito santo. Ternuritas.
Y digo aparentemente, porque creo que las intenciones del presidente nada tienen que ver con ceder parte de su infinito poder a su sucesor o sucesora. Más bien se trata de definir quién es el más docil de los tres, un cochinito lindo y cortés, para continuar manejándolo a su gusto.
Y ya dejemos también de hablar de Monreal, Noroña o Velasco como posibles suspirantes a la primera magistratura. Nomás hay tres y los otros son puritito relleno, parte de la escenografia.
Otra de las grandes fantasías de algunos ingenuos seguidores de MORENA es que se definirá al triunfador con base en una “encuesta”, ora sí que a otro perro con ese hueso. Las encuestas para AMLO tienen exactamente el valor de un cero a la izquierda. ¿A poco ya se nos olvidó la encuesta que decidió en 2018 que Sheinbaum sería la candidata de su partido para gobernar la CDMX? ¿O ya borramos la encuesta a través de la cual el pueblo bueno y sabio decidió cancelar el aeropuerto de Texcoco y construir el de Santa Lucía? ¿Y que tal la que se hizo sobre los juicios a los expresidentes? ¿O la que puso a consideración del respetable si habría revocación de mandato para los presidentes? En fin, ya basta de darnos atole con el dedo. La decisión de si será Adán Augusto, Claudia o Marcelo es única y exclusivamente del señor López Obrador, y ya merito la va a dar a conocer.
Pero les tengo una noticia que a algunos les gustará y a otros no. El carisma no se transmite de generación en generación. Al menos hasta este momento no se ha descubierto un gen (y miren que ya conocemos el genoma humano) que garantíce que los liderazgos carismáticos son hereditarios. Debo confesar que esta información me llena de alegria y esperanza. Sí, en efecto, cualquier cosa que sea eso de hipnotizar auditorios con base en choros mareadores y mentiras ya no se va a repetir, al menos en algunos años, hasta que surja otro de estos seres megalomaníacos que perturban multitudes. También es verdad que nunca falta algun narcisista empoderado que aparece súbitamente en la historia humana. Yo aspiro a que pasen muchos años antes de que esta pesadilla se repita. Ojalá.
Mientras tanto, los pleitos internos del partido oficialista se van a poner intensos. Claudía parece la favorita del profesor, pero ahí está el tenebroso Adán Augusto, siempre dispuesto a operar las tropelías de su “hermano” tabasqueño (y generalmente con éxito para sus oscuros propósitos); no lo perdamos de vista. Y de Marcelo mejor ni hablamos, el descuido extremo en el que se encuentra la política exterior mexicana es una nuestra fehaciente de su infinita lealtad al dedo real.
Los tres funcionarios se han desafanado de sus “sencillas” responsabilidades (la CDMX, Gobernación y SRE) y están muy entretenidos en una loca carrera para lograr a costa de lo que sea, con garras y dientes, ser los ungidos. Mi pronóstico es malo para dos de ellos, y me parece que el resentimiento se apoderará de los perdedores ¡cuidado presidente!
Quizá la solución sería, como lo han hecho otros gobiernos autoritarios, proponer un triunvirato donde los tres encantitos se queden con una buena cuota de su ansiado poder y lo compartan. Me arrepiento de haber dado esta idea desquiciada, porque en las condiciones que estamos todo es posible. A ver qué pasa, pero ya falta poco para el final de este culebrón. ¡Lo lamento por México!