La reacción de los habitantes de Tlahuelilpan el viernes pasado tiene cierta lógica. No encontraron que las Fuerzas Armadas les impidieran el paso hacia la fuga de la gasolina, lo que interpretaron, muy a su manera, como que se podía pasar.
Le decíamos ayer que conversando con algunos habitantes de la comunidad y escuchando testimonios, pareciera que se interpretó como si tuvieran una especie de aval para robarse la gasolina por parte de los soldados.
Todo indica que los militares tenían la orden superior de evitar a toda costa un enfrentamiento con los habitantes de la comunidad, independientemente de que tuvieran la capacidad para hacerlo.
Como se vio, nadie reparó en el peligro de lo que estaba pasando y sobre todo lo que podía ocurrir. La ordeña se estaba convirtiendo casi en una fiesta. Había cierta permisibilidad, encontraron la gasolina casi en la esquina de su casa y todos empezaron a hacer sus cuentas.
Parece ser que la única manera de evitar que la gente se acercara a la fuga hubiera sido el acordonamiento de la zona, lo cual por el tamaño de la fuga y por las vertientes que fue creando en su entorno, parecía una tarea muy complicada.
Todo se juntó. Por un lado, la imposibilidad y quizá la falta de un protocolo para enfrentar una situación como ésta, no del todo inédita. Por otra parte, un grupo de personas que no sabía ni atendía ningún tipo de razones.
Estaban en el anonimato que les permite actuar colectivamente arropados unos con otros. No había reglas porque ellos eran las reglas. Ellos se encargaron de todo hasta que la brutal y dolorosa explosión terminó con lo que por momentos llegó a parecer una fiesta.
Todo indica que nadie llamó a la cordura o alertó sobre los riesgos. Es probable que si alguien lo intentó de seguro fue sometido por la masa anónima, al tiempo que pudo pasar por el repudio generalizado.
La inconciencia y la irracionalidad fue lo que terminó prevaleciendo. No tiene sentido hacer juicios de valor ni insinuarlos. Habría que estar ahí para entender el porqué de una reacción como la que tuvo la gente, pero, sobre todo, también entender y ver cómo y de qué vive la comunidad de
Tlahuelilpan.
Sin embargo, hay una reacción propia del anonimato en un escenario como éste, que en algún sentido da pistas para explicarse el porqué de la acción colectiva. Todo pasa por diferentes áreas, desde la psicológica hasta la social y económica. En medio de lo que vivimos era la “oportunidad” de llevarse la gasolina sin riesgos aparentes.
No había que cuidarse de los soldados porque estaban a un lado de ellos y ellas. Estaba toda la comunidad reunida en el mismo lugar. Estaban todos: familiares, amigos y vecinos haciendo lo mismo, ordeñado y por ende robándose la gasolina. Todo se permitió, insistimos, la comunidad fue quien impuso sus caóticas reglas y nadie se atrevió a frenarla.
Hay otro factor que no debiera sorprendernos porque lo hemos visto en muchas ocasiones. Suena rudo y hasta políticamente incorrecto, pero bajo estas circunstancias a menudo la gente se “aprovecha”. Ve la oportunidad, por ejemplo ante un camión con víveres que se voltea y sale gente por doquier para llevarse todo lo que puede.
¿Hay forma de actuar ante escenarios como éste? Realmente es difícil porque inevitablemente pueden aparecer razones de supuestos sobre “justicia social” que pueden matizar cualquier acción en contra de quienes están involucrados.
Estamos ante un problema mayor que no necesariamente pasa por el maniqueísmo de “buenos” o “malos”.
No perdamos de vista que estas reacciones forman parte de la compleja condición humana, aceptémoslo aunque sea muy ingrato.
RESQUICIOS.
Nos decía el fiscal Alejandro Gertz que no descarta la hipótesis de la fuerte presencia del narcotráfico en el tema del huachicol. La corrupción en Pemex con este asunto salpica por todos lados, pero da la impresión que la presencia del narco no está siendo todavía vista en su dimensión debida.
Este artículo fue publicado en La Razón el 23 de enero de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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