El mundo se mueve ahora, más que nunca antes en la historia, con base en la inmediatez de la información. Cualquier suceso está a una notificación de distancia y corre de lado a lado del Internet en segundos. Al igual que la desinformación.
Ya son varios los elementos que se han inducido en la conversación en línea y de medios alternativos que generan un efecto que sale de las pantallas. Narrativas completas, terraplanistas, antivacunas, cincogefobicos, ahora antimascarillas, por mencionar solo algunas.
Una manera de mantener las narrativas basadas en desinformación vigentes y hacerlas creíbles, es conducirlas con elementos simples y recordables, aunque en el fondo las vuelvan un culebrón de misterios oscuros. Puede ser suficiente incluir un solo nombre para que grandes grupos dentro de la audiencia crean aún las ideas más descabelladas. Tal es el caso del apellido Soros.
El Laboratorio de la Unión Europea Contra la Desinformación, parte del Centro de Comunicación Estratégica y de Calidad de la OTAN, ha rastreado y documentado cómo con tan solo proponer a George Soros y sus organizaciones como la fuente de movilizaciones sociales y manipulación mediática basta para creer las teorías de conspiración más disparatadas. O violentas.
Por citar algunos de los casos más recientes, en el pasado proceso electoral de Bielorusia, donde Aleksandr Lukashenko ganó para tener un sexto mandato, se ha inducido en la narrativa que la violencia posterior a conocerse los resultados fue producto, dicen, de operadores de Estados Unidos y países vecinos, para incitar en la población una exigencia de independencia, todo conducido por las organizaciones financiadas por Soros. De hecho, en esta narrativa de desinformación, se presenta también la idea que Aleksey Navalny no fue envenenado, sino que al ser hospitalizado solo se encontraron rastros de alcohol y cafeína en su sangre, que la noticia de su envenenamiento es para enardecer los ánimos “rusofobicos” en el mundo y que su salida a Alemania es parte de un gran encubrimiento de la verdad.
O bien, en los primeros meses de la presente pandemia de COVID-19, conforme avanzaba por Europa, se empezó a inducir en los medios alternativos y redes sociales la desinformación del origen del SARS-CoV-2 como un arma biológica creada por OTAN, financiada por Soros, y desarrollada en el laboratorio Lugar Research Center, en Tbilisi, Georgia.
El malestar y la confrontación es un eje común en la desinformación que recurre a George Soros y, no se limita a Rusia o Europa, de hecho, en Estados Unidos es recurrente. Por ejemplo, el constante choque racial que se ha venido viviendo a partir de la muerte de George Floyd, ha tenido rasgos e indicios de las narrativas de desinformación que tiene a Soros como origen de los problemas para incidir en el malestar social y evitar la reelección de Donald Trump. Algo visto en otros lugares del mundo, las Revoluciones de Color.
Tal vez se podrían escribir libros completos, tramas que mezclarían elementos de información real y confirmable, aderezados de las más intrincadas y complejas operaciones secretas, en algunos casos con elementos que rayan en mitología y esoterismo.
En este último punto es interesante. En México es más frecuente encontrar las narrativas que aprovechan a Soros bajo un elemento de confrontación étnica y económica, distinguible por la referencia de los “oscuros sionistas”.
Se debe también mencionar que la fama de Soros no es infundada. Es real que existen grupos armados que, diciéndose activistas, han conseguido financiamiento a través de sus distintas fundaciones y organizaciones. Grupos conduciendo principalmente movimientos basados en segregación racial y choque étnico, como ha pasado con el problema de la migración de medio oriente en Europa.
El pasado jueves, como es cosa habitual, desde el atril mañanero se lanzó una acusación. Lo que mal llamaron una “investigación”, acerca de cómo fundaciones extranjeras han financiado organizaciones no gubernamentales y un medio. Dijeron, señalando de manera totalmente sesgada y con un evidente fin de dañar la reputación y credibilidad de los mencionados, que ese financiamiento era para oponerse a la construcción del Tren Maya. En la acusación no se habló que son grupos e investigaciones que más bien están trabajando en el cuidado y preservación del ecosistema de la zona por la que, se supone, pasará dicho tren.
Este tipo de desplantes es cosa habitual ya en el rito mañanero, ofreciendo la idea que esa crítica se hace por encargo, que esas investigaciones se hacen a conveniencia de quien las paga.
Así como en el señalamiento hecho se mencionó a la Kellogg’s Foundation y la Ford Foundation, tal vez no pase mucho para que se mencione, como sucede en otros lugares del mundo, a la Open Foundation de George Soros, que efectivamente también financia organizaciones no gubernamentales y algunos medios independientes en México. Al fin que el marco de referencia necesario ya ha sido ampliamente difundido, solo basta mencionarlo para que buena parte de la audiencia acepte sin cuestionar que todo lo malo que pasa en el mundo es culpa de Soros.
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