febrero 23, 2025

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No tengo la certeza si los estudiosos de nuestros pueblos autóctonos, tengan noticia y evidencias del mayor número de los nombres y, en su caso, si es que los tuvieron, de los apellidos que tenían los pobladores anteriores a la conquista. Por lo menos de las lecturas que he realizado, no lo veo. Quizá un culterano de la materia nos podría ilustrar y sacar de la duda sobre estos puntos.

Salvo los nombres de los más altos personajes de nuestros pueblos originarios, y que por obvia razón de lo que representaban quedaron registrados en la historia los de algunos de ellos, me parece que no conocemos incluso los de los séquitos de la nobleza y clases distinguidas, destacadas y privilegiadas, y mucho menos los nombres más usuales en el grueso de la población. Sabemos que se dirigían a ellos en los ceremoniales con mucha reverencia por el señorío que simbolizaban, pero no por sus nombres.  

Sabemos que era común ponerle a la gente el nombre de otros seres vivientes, tales como de animales y vegetales, de fenómenos y de otras cosas relacionadas con la naturaleza, de acuerdo a sus costumbres y cosmogonías, pero creo que hasta ahí. 

No sabemos si tenían nombre y uno o dos apellidos, o si únicamente el puro nombre, pero sin apellidos. Solo sabemos de uno que otro elevado dignatario que tenía probablemente un nombre compuesto o quizá nombre y apellido, como es el caso de Moctezuma Ilhuicamina y Moctezuma Xocoyotzin (abuelo y nieto), ambos tlatoanis Aztecas o Mexicas, asì como de Alcomiztli Nezahualcóyotl, tlatoani Acolhua de Texcoco; término que ya castellanizado, era el equivalente a rey o emperador. Pero aún de ellos no tenemos certeza si eran nombres compuestos o, el primero corresponde al nombre y el segundo a un apellido o su equivalente. 

La mayor parte de la población actual descendiente de los pueblos primigenios, hoy lleva nombre y apellidos. En el caso del nombre puede ser solo uno o compuesto. Pero ellos también tienen nombres y apellidos de origen español como todos nosotros los mestizos, aunque hay excepciones tanto en ellos como en nosotros, en que se han adoptado nombres que se usaban en los pueblos aborígenes, así como de otras nacionalidades. Muchos de ellos no llevan en los nombres ni en los apellidos, las voces que habitualmente utilizaban para tal fin nuestros antepasados prehispánicos. Me atrevo a pensar que apellidos quizá no los hubo en aquellas lejanas culturas, y que por eso no los conservan sus más cercanos descendientes, como tampoco nosotros los mestizos los heredamos. De lo contrario, hoy los habría por esa fusión y herencia genealógica que se dió, así como por esa tradición familiar que se prohijó y que se ha mantenido a partir de la llegada de los españoles.    

En efecto, el agregado de los apellidos paternos y maternos es un legado de la cultura española, al fundirse primero con las culturas indígenas que habitaban en estas tierras y, poco después, de estas dos con la africana. Esto es, de la mistura de esas tres culturas que nos dieron distinción e identidad familiar y nacional; que son de quienes venimos; quienes son nuestros progenitores; de quienes somos genuinos e indiscutibles herederos. Esa es la raíz y tronco de nuestro árbol genealógico familiar, como también de nuestro árbol genealógico como nación. 

Producto de nuestro mestizaje, la abrumadora mayoría de los mexicanos conservamos los nombres y apellidos que adquirimos de España. Para decirlo con otras palabras, tenemos y usamos el de María, Jesús, Guadalupe, José, Raquel, Pedro, Isabel, Juan, Carmen, Pablo, Sofía, Jorge, etcétera; y nos apellidamos (a la manera de como lo dice Marco Levario Turcott en una de sus aportaciones narrativas del 12 de octubre en Facebook) Sánchez, Martínez, López, García, Vargas, Díaz, Trejo, Lara, Guerrero, Pérez, Cruz y más, solo por mencionar algunos. Pongo esos nombres y apellidos por ser de los más frecuentemente asignados.   

Y menos llevamos ni sabemos acerca de los nombres, salvo de muy contadas excepciones, y si tenía apellidos la población de origen africano que trajeron los españoles como mano de obra a nuestra tierra en aquellos tiempos coloniales. Me parece que tanto la población indígena como la africana actual, en su gran mayoría no conserva ni emplea los nombres originarios de esa población antigua, sino que también aplican los que nos trajeron los españoles.  

No tengo la menor duda que mucha de la población de cuna indígena y africana presente, almacene un mayor número de genes de esas poblaciones primarias que vivieron en estas tierras. Para decirlo de otra manera, de la indígena tardía anterior a la conquista y de la africana temprana posterior a la llegada de los españoles, como tampoco de que aún atesoren mucho de su cosmogonía que les da un perfil distintivo. Pero dudo que un cien por ciento sean puras. Después de tantos siglos de convivencia con la española, es natural que exista un cierto mestizaje.

El mestizaje aquí y acullá en el globo terráqueo, ha sido y seguirá siendo algo inexorable. No se va a detener. Es consecuencia del avance migratorio humano, trayendo como resultado una mescolanza progresiva de genes entre la humanidad. 

Somos una raza mestiza. Negarlo es contra natura e insensato. Es negarnos y no aceptarnos a nosotros mismos. Seriamos una nación sin rostro definido o de rasgos incompletos. Seriamos una nación sin identidad o de una identidad incompleta o amorfa. Todos ellos, los de las tres poblaciones iniciales son nuestros padres fundadores. Los padres fundadores de nuestro mestizaje; primero como raza, esto es, sociológicamente, y después, políticamente, como país. Son los padres fundadores de esta nación de fisonomía amplia que hoy somos y que de todos ellos tenemos acentos que nos distinguen; que nos hacen únicos y diferentes en el mosaico mundial de naciones.    

Y no solo por el cromatismo de nuestra cutícula, sino también en usos y costumbres, en la gastronomía, en nuestros matices culturales, así como en otras cosas más se nota la mezcla de las tres culturas y se ve claramente el mestizaje. Es más, incluso en nuestro idioma castellanizado imperante, encontramos vocablos y expresiones, idiomáticas de esas tres poblaciones que iniciaron nuestro mestizaje, así como otras evocaciones. Y nadie reniega de ellas. Las aceptamos, nos gustan, nos deleitamos y admiramos las reliquias pétreas, imágenes, pinturas y otros vestigios que aún se guardan, así como de productos alimenticios, medicinales, vestimenta y de otras cosas que se tienen y lucen, lo cual nos hace de una riqueza cultural extensa.  

Nosotros no somos solo indígenas, ni solo españoles, como tampoco solo africanos. Somos todo ello. Somo una raza orgullosamente mestiza, derivación de la fundición de todas ellas, aunque en algunos pudiera haber predominancia de una o de unas de ellas. Ni siquiera somos de un solo color de piel, como de esa manera hay quienes quieren identificarnos, aunque destaque la morena. En nuestra sociedad actual somos una policromía social, pues la población se compone de todos los tintes de la dermis.  

Es cierto que los de las primeras tres estirpes sociales tuvieron sus originales colores firmes de epidermis. Los indígenas morenos o cobrizos; los españoles el blanco y los africanos el negro. Pero nosotros hoy tenemos de todos ellos, así como de las tonalidades de otras nacionalidades que se han sumado, como secuela de las migraciones y que han quedado pigmentadas en nuestro cutis.

Y si bien es cierto que esas son nuestros tres linajes, hoy la verdad es que nuestra conformación genética es mucho más amplia, como efecto de la migración progresiva de siempre y constante. Hemos llevado genes a casi todos lados, pero también hemos recibido nuevos genes de muchos lugares. Por eso, entre otras cosas, actualmente somos multicolores de piel. Aquí se encuentran todas las tonalidades de la dermis. Se refleja a simple vista toda esa pigmentación que llevamos estampada en la membrana que cubre nuestro cuerpo. Por lo tanto, no debe haber distingos ni xenofobias raciales, y mucho menos querer explotar en su favor su origen racial, irisación cutánea y otros caracteres. 

Toda la vida y en todo el mundo ha sido de invasiones; conquistas, colonizaciones y dominios. Así nacieron y cayeron civilizaciones, pero lo que no se detuvo, ni desapareció fue ese progresivo mestizaje que se fue gestando con estos acontecimientos, sino por el contrario, fue aumentando porque en todas, desde la más remota antigüedad, hubo migraciones y miscelánea de culturas y, por supuesto, de genes entre conquistados y conquistadores que se estacionaron en los pueblos conquistados. Y así fue como después de estos hechos, a través del tiempo se ha venido generando y moldeando un mestizaje genético y cultural global o universal. ¿Quién se ha salvado de eso?, si ancestralmente hemos andado por motivos guerreros, económicos, culturales, turísticos, recreativos, académicos y hasta político diplomáticos, por todos lados. 

Por estos impulsos guerreros y por otros más, además del paso transitorio o estacionamiento temporal que se dió por algunos lugares desde tiempos inmemoriales, infinidad de gente por diversas situaciones se ha quedado a radicar definitivamente por toda la geografía mundial conocida en cada momento histórico de la humanidad, dejando sembrados sus genes en esos lugares. Y esa huella genética es imborrable.  

Biológica, sociológica, histórica, política y normativamente todos somos México. Biológica, porque tenemos los mismos genes primarios. Sociológica, porque tenemos una identidad y patrón idiosincrático como nación que nos identifica. Histórica, porque nacimos, luchamos y decidimos seguir juntos en el devenir que trasciende al tiempo forjando a la patria; y patria, en sentido semántico amplio, no estrictamente por sus raíces etimológicas, viene de padres, de los progenitores fundadores, con lo cual queremos decir de madre y padre; por lo que  justamente acostumbramos decir al terruño donde nacimos: la madre patria y, por esto mismo, todos tenemos los mismos símbolos patrios emblemáticos que nos dan unidad y sentido de pertenencia. Política, porque formamos y tenemos un país formalmente constituido y reconocido mundialmente: El Estado Mexicano. Y normativa, porque así lo determina la norma constitucional y legal. 

Rencores no. No aceptamos odios ni antipatías porque somos el fruto de todas esas semillas fundantes, no solo de una ni de dos, aunque en algunos grupos sociales pueda dominar la simiente de alguna de ellas en nuestro mestizaje. No nos vamos a inmolar; no nos vamos a enterrar el puñal a nosotros mismos, como popularmente luego se dice, negando, menospreciando y, peor aún, aborreciendo a uno de los genes que nos hizo nacer como personas, como nación y como país; y mucho menos por cuestiones políticas e ideológicas de algunos. Todos somos México. Todos somos mexicanos.

No nos dividan. No utilicen, manipulen ni se aprovechen de los descendientes de los pueblos ancestrales para partirnos. cambiando incluso de nombre a las cosas y sustituyendo monumentos históricos. Eso es una grosera y una reprobable e imperdonable perversidad. Eso es politiquería. Somos una unidad en la diversidad, al margen de nuestras cepas genéticas, de usos, costumbres, lenguas, colores de la dermis, creencias particulares, así como de otros caracteres. No hay muchos méxicos. Todos somos una nación. Todos somos mexicanos. Todos somos México.

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