viernes 05 julio 2024

Triste presidente

por Mariana Moguel Robles

El presidente está triste, y tiene razones para estarlo. Esos perversos conservadores, neoliberales, espurios, clasemedieros, aspiracionistas, fifís, burgueses y malintencionados ya no saben qué inventar para dañar la investidura presidencial. Esos protervos que lo critican por ser incapaz de reducir la delincuencia, porque no ha podido consolidar un sistema de salud como el de Dinamarca, que lo acusan de proteger a Ovidio Guzmán, que lo juzgan por desaparecer programas sociales, que lo critican por dejar sin medicamentos a niños con cáncer, que lo confrontan por atentar contra la democracia, que lo denostan por su imposibilidad de vender el avión presidencial o porque su aeropuerto ha sido un fracaso… ¡ya rebasaron cualquier límite y seguro lo tienen hasta la coronilla!

Me imagino al presidente en algún momento de cualquier día, después de su apretadísima agenda mañanera, caminando aciago por los majestuosos pasillos del Palacio Nacional; afligido, el jefe del Ejecutivo ha de hacer pausas absorto y meditabundo en alguno de los lujosos salones de su humilde morada temporal porque con tal de dañar su imagen, sus adversarios han sido capaces, incluso, de atentar contra la vida del periodista Ciro Gómez Leyva. Y eso es simplemente i-n-a-d-m-i-s-í-b-l-e.  

En medio de tanta melancolía, no dudo en lo más mínimo que su abatimiento se haya convertido en momentos de ira que ha provocado propine descomunales manotazos en el escritorio de su ordenado despacho para expresar su impotencia desmedida. 

Y se preguntará: ¿de qué tamaño es la perversidad de sus detractores si él sólo se ha dedicado a crear en México un ambiente de libertades, unidad y democracia? ¿Qué sigue en la deplorable estrategia para desprestigiar al supremo líder de la 4T?

¡Cuánta malignidad acumulada de sus enemigos! Si el presidente sólo ha dedicado gran parte de sus mensajes mañaneros para sembrar discordia, odio. Para él, tanta violencia verbal no es para tanto. Y menos cuando se trata de los periodistas que no se alinean a sus deseos, exigencias, a aquellos a los que en el 2019 les advirtió que “si se pasaban, ya saben lo que sucede”. Por supuesto que no fue un amenaza, más bien debió tratarse de una advertencia para que se anduvieran con cuidado y publicaran cosas que a él le gusten, le convengan. 

En los poco más de 1840 días de su administración, en México han sido asesinados -de acuerdo con le organización Artículo 19- 37 profesionales de la comunicación, pero ¿saben quien es la víctima?: Él.  Porque los periodistas que no se someten a sus voluntades y ambiciones; los que investigan al poder y sirven a los lectores; los que fortalecen la democracia, los que denuncian las violaciones de derechos y la corrupción, es mejor que no existan. 

Desde su púlpito, el presidente triste no se ha dejado someter por la patrañas de los periodistas que osan desvelar las aportaciones voluntarias que Delfina Gómez o sus hermanos Pío y Martín han reunido para financiar la noble causa que ha perseguido históricamente Andrés Manuel. O por aquellos que tuvieron la desavenencia de evidenciar la dignísima vida de sus hijos que tuvieron la fortuna de casarse con una mujer millonaria o de ser emprendedores exitosos. 

Por eso, el presidente triste tiene razón en continuar su campaña contra esos periodistas y ha dicho: “nosotros no somos represores, por eso les recomendaría que ya no hagan el ridículo porque no van a lograr nada. Es de lo más bajo aprovechar esta situación para culparme”. 

Bajo esta lógica, Ciro Gómez Leyva hizo el ridículo al permitir que un grupo de sicarios lo atacaran, hizo el ridículo al traer una camioneta blindada en un país donde ejercer el periodismo es más peligroso que cualquier otro país del mundo, hizo el ridículo por haberse refugiado en casa de un amigo, hizo el redículo por sobrevivir a un ataque artero que, desde el discurso presidencial, fue orquestado para desprestigiar a la cuarta transformación, porque el propósito no fue matar al titular del noticiario radiofónico más escuchado del país, sino crear un conflicto mayor para desestabilizar al país. El ataque, entonces, no fue contra Ciro, sino con el eficiente y popular presidente de la República.

Todos, absolutamente todos, debemos entender que en esta época de paz, armonia, tolerania, democracia y solvencia económica, nada es más importante que la imagen presidencial, su popularidad y por ende sus pretenciones de perpetuar un movimiento que valora tanto a los pobres, que se ha dedicado a multiplicarlos. 

El mensaje es de amedrentamiento, no para la plana mayor de la opinión pública de México, sino para el inquilino de palacio que todas las mañanas las dedica a predicar la unidad, la solidaridad, el respeto. ¿A quién se le ocurre entonces que promueve la polarización? 

Esa oposición desmesurada y la prensa oligárquica de verdad creen que el presidente López Obrador y otras figuras destacadas del Estado han adoptado una retórica tan violenta como estigmatizante contra los periodistas, a los que acusan regularmente de promover a la oposición. 

Cada miércoles, el gobierno organiza una sesión de “¿Quién es quién en las mentiras de la semana?”, un espacio más en el que se desenmascara a la prensa crítica. En sus más de tres años de mandato, el presidente ha destapaco a los periodistas por su falta de profesionalidad y ha calificado a la prensa mexicana de “parcial”, “injusta”, y de “desecho del periodismo”.

Según la organización Reporteros Sin Fronteras, “la connivencia entre las autoridades y el crimen organizado constituye una grave amenaza contra los periodistas y se hace sentir en cada eslabón del sistema judicial”, pero eso no es culpa del presidente. 

Los profesionales que cubren temas sensibles relativos a la política o al crimen, especialmente a nivel local, padecen advertencias y amenazas, cuando no son simple y llanamente asesinados. Otros, son secuestrados y no aparecen nunca más u optan, para salvar la vida, por huir al extranjero. Pero ellos no importan porque “muerden la mano de quien les quitó el bozal” y por eso el presidente López Obrador no ha emprendido aún ninguna de las reformas necesarias para poner freno a la violencia y la impunidad que se han instalado en el país. No lo merecen, pues. Son la “Prensa Fifí”, el “hampa del periodismo”, “manipuladores”, “medios conservadores”, “pasquines al servicio del conservadurismo”. 

Para ilustrar las virulentas declaraciones que profiere regularmente el jefe del Estado mexicano contra los periodistas, basta destacar la que realizó el día antes del ataque, cuando Andrés Manuel López Obrador afirmó: “Si uno escucha mucho a Ciro Gómez Leyva […] le puede salir un tumor en el cerebro”.

México es el país sin guerra más peligroso del mundo para los periodistas y ha registrado, en 2022, el peor año de su historia, con once asesinatos, según los datos recabados por RSF en su balance anual. Y por eso tenemos un triste presidente.

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