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Una de las carencias más graves de las áreas de seguridad es su falta de pericia para la anticipación de los escenarios de riesgo.

En parte es lo que ocurrió con la fuga de José Artemio Maldonado “El Michoacano”, del Centro de Readaptación Social de Tula, en Hidalgo, quien apenas había sido capturado el 24 de noviembre de este año, por Fuerzas Especiales Antisecuestro de la Policía Federal Ministerial.

El operativo de su rescate estuvo muy bien planeado, y los sicarios que ingresaron en el CERESO utilizaron efectos de distracción como la quema de dos automóviles en las inmediaciones del lugar.

Todo estaba medido y por ello liberaron a su jefe y ocho sujetos más, muchos de ellos implicados en homicidios y secuestros.

Las cárceles suelen ser más vulnerables de lo que se pudiera pensar. En 2009, en Cieneguillas, Zacatecas, un comando de Los Zetas liberó a 53 reos.

Como ese, hay otros casos, a los que se suma el control criminal que llega a establecerse en los centros penitenciarios, los que se convierten en zonas de muy peligrosas por todo lo que ocurre en su interior, pero también por lo que se planea para seguir delinquiendo en el exterior.

En el penal de Tijuana, hace ya varios años, se hizo una inspección para detectar venta de drogas. La sorpresa fue mayúscula, cuando al hacer un cotejo de huellas dactilares, resultó que estaba recluido, con una identidad falsa, uno de los lugartenientes más importantes del cártel de los hermanos Arellano Félix, Humberto Rodríguez Bañuelos “La Rana”. Cuando lo interrogaron sobre su cambio de nombre, señaló que cometió un delito menor, para poder estar tranquilo tras las rejas, ya que ahí no lo buscarían sus enemigos.

Es la realidad de las prisiones mexicanas, de antes y de ahora y una asignatura de difícil resolución, donde no existen recetas sencillas, porque gobernarlas requiere de oficio y de cálculo, para no generar problemas mayores a los que se quiere arreglar.

Lo de Tula es parte de una situación de degradación de la seguridad que tiene un impacto en las propias cárceles. Los bajos sueldos y la falta de un espíritu de servicio, hacen que los custodios sean muchas veces comprados por los criminales, quienes les ofrecen cantidades de dinero que superan, y por mucho, sus precarios ingresos.

Desde hace años, las autoridades estatales han insistido en los peligros que se corren cuando delincuentes de alta peligrosidad son ingresados en cárceles que están bajo la administración local.

“El Michoacano” es un delincuente escurridizo y peligroso, que ya se había dado a la fuga en 2015, cuando estando en la prisión de Uruapan, en Michoacán, fingió estar enfermo y sus abogados lograron que fuera trasladado a un hospital donde fue recatado por sus cómplices.

Tiene una larga carrera criminal que empezó con la Familia Michoacana y que, con el tiempo, lo llevó a fundar la organización de los Pueblos Unidos, dedicada al robo del combustible, a la extorsión y al secuestro.  Todo un personaje que debió ser recluido en una cárcel de máxima seguridad de la que no pudieran rescatarlo, ya que es evidente que Tula está muy lejos de ser Alcatraz.

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