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jueves 26 diciembre 2024

Una nueva historia oficial

por José Antonio Crespo

No puedo pronunciarme sobre todo el contenido específico de los nuevos libros de texto pues no he tenido la oportunidad de verlos en su totalidad, y no soy experto en todos los temas tratados. Desde luego, me interesa particularmente ver cómo se maneja la historia para hacer un juicio. Pero me he encontrado muy poco de ello (pues los temas están intercalados). Se calcula que de historia sólo hay el 6 % de lo que había en los textos previos. Recordemos quien no conoce su pasado, no entiende su presente.

He insistido en que la historia oficial enseñada a los niños y jóvenes sea menos maniquea (héroes impolutos vs villanos irredentos), más realista y menos mítica, por lo que aprovecho para recuperar algunas ideas plasmadas en el libro Contra la Historia Oficial (2010), para que el alumno comprenda mejor el presente y aprenda a ejercer la crítica a nuestros gobernantes, lo mismo del pasado que del presente, requisito de la cultura democrática.

Reproduje ahí un pasaje de Enrique Krauze al respecto: “No se requiere declarar la guerra a la historia de bronce. Lo que urge es su reforma, en un sentido democrático… Es bueno que los niños aprendan a admirar y es bueno que al crecer aprendan a discernir y criticar… si (a los héroes) los volvemos santos… no estamos haciendo un servicio al país. Las estatuas están ahí para matar a los héroes, y la única forma de revivirlos es volverlos humanos.

También cité a Lorenzo Meyer con una idea bastante parecida, diciendo que en la historia oficial: “Al héroe cívico se le despoja de ambigüedades y de la mayoría de sus debilidades y defectos – su humanidad – y se le presenta como un ser excepcional, modelo para aquellos a los que se busca socializar con los valores y actitudes apropiados para servir al sistema de dominación vigente. Los ciudadanos debemos tomar a los próceres como a los políticos; con escepticismo”.

En efecto, si la historia se nos enseña desde niños de forma más apegada a la realidad, con sus ambigüedades y contradicciones, podremos comprender mejor nuestro presente (también complejo y contradictorio), y al mismo tiempo podríamos desarrollar un sentido crítico con las figuras de la historia para aplicarlo con nuestros actuales gobernantes (y no idolatrarlos acríticamente, como ahora sucede con muchos).

Decía también Marc Ferro sobre la importancia de la historia escolar: “No nos engañemos; la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la historia tal y como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia”. Esta idea coincide con la del ilustre liberal mexicano, José María Mora, que en los albores de nuestra nacionalidad destacaba como “un fenómeno muy raro el que un hombre se desprenda de lo que aprendió en sus primeros años”.

De manera parecida pensaba el filósofo ilustrado D’Alembert: “La superstición, bien inculcada y arraigada en la infancia, se somete sin duda a la razón cuando ésta llega a presentarse; más la razón llega demasiado tarde y ya está ocupado el sitio (por la superstición)”. Termino con una frase muy ilustrativa de José Vasconcelos: “Mientras sigamos borrachos de mentiras patrióticas vulgares, no asomará en nuestro cielo la esperanza. Una verdad resplandeciente es condición previa de todo resurgimiento”.

A los niños debería enseñarse pues una historia más crítica, menos maniquea, más realista, y en esa medida, más provechosa para la formación de criterio y la crítica de quienes, como adultos, deben ser ciudadanos, no súbditos. En los nuevos libros de Texto no hay tal, es más casi no se toca la historia nacional.

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