La CNTE ha torcido el objetivo del voto, ha hecho de éste un rehén de intereses particulares sobre derechos colectivos.
A una semana de la elección, cobra fuerza la idea de que el voto sirve para muchas más cosas y propósitos que la clásica función de sancionar y formar gobiernos. Las urnas son un espacio para pedir y ofrecer favores, alimentar clientelas, reproducir y criticar el statu quo, eliminar contrarios, boicotear autoridades, construir impugnaciones, vehículo de protesta y hasta, instrumento de chantaje para apergollar reformas como la educativa. También, para identificar intereses creados detrás de candidaturas, algo de lo que ninguna democracia se escapa.
En el México del siglo XX, los votos existieron en elecciones que nunca dejaron de celebrarse, aunque éstos no contaban. Eran parte de la liturgia del régimen priista que se repetía cada seis años para sanar su alma autoritaria en un ritual legitimador. Pero mutaron con la democratización y se convirtieron en el “boleto del futuro”, del cambio que despuntaba con la alternancia en 2000. Gracias a que, como prometió la reforma electoral de 1996, la única que cumplió su cometido, los votos serían respetados y contados. Hasta ahí la clave del salto “aterciopelado” que permitió la salida del PRI del poder, aunque dejara el expertise de sus viejas prácticas y vicios al resto de los partidos y,con ello, la propia transición.
El voto se devalúo en la transición, porque los partidos lo desvirtuaron, por ejemplo, como índice de cotización en el mercado de prerrogativas y valor de cambio para repartir el poder fuera de las urnas. Mantuvieron viejas prácticas clientelares como la compra del voto y la desviación de recursos públicos a campañas; también, le quitaron contenido con estrategias deliberadas de cuestionar a las urnas y llevar la voluntad popular a los jueces. Peor aun, esas desviaciones han acabado por converger en auténticos cochineros que ahora, además, tienen el incentivo de nuevas reglas para anular una elección y evitar administrativamente la derrota en las urnas. Hay partidos y candidatos que han hecho campaña no para convencer y ganar el voto de la ciudadanía, sino para registrar y documentar en tribunales las violaciones que lleven a la reposición del proceso electoral. Desde 2000, todas las elecciones presidenciales han sido impugnadas por fraude, a pesar de que éste había sido superado por el respeto al voto.
Con ese ejemplo, los movimientos y grupos inconformes también han girado su visión del voto como desencanto o arma de presión, por ejemplo, los padres de las víctimas de Ayotzinapa, que llevan su reclamo a una ruptura con las urnas. Y está la CNTE, que ha hecho del voto un rehén de intereses particulares sobre derechos colectivos, como elegir en paz. Si el fraude de los partidos violenta la voluntad ciudadana, la decisión del gobierno de ceder a las amenazas de boicot electoral de la CNTE violenta el espíritu de la reforma constitucional educativa. El único elemento superviviente de la evaluación docente, como atribuyó la SEP a su decisión sin otra explicación de la medida, es el chantaje. En particular en este caso, aceptar el uso del voto como moneda de cambio es grave porque, como decía Reyes Heroles, “conceder no es gobernar”.
¿Cuántos partidos han reclamado la decisión? Precisamente, en la falta de opciones descansan otras acepciones del voto, como vehículo para deslegitimar al gobierno a través de la anulación o el sufragio en blanco; aunque, obviamente, ninguna reforma electoral haya recogido su impacto y, al menos en las urnas, acabe por dejar mayor espacio al voto de las maquinarias partidistas y clientelares.
En medio de tantos mensajes sobre el significado del voto, el más esperanzador es que se siga viendo la participación en las urnas como medio para canalizar el hartazgo y abrir la concentración de poder de la partidocracia. ¿Podremos incorporar nuevas opciones antes de romper con las urnas como demostró, por ejemplo, España en las últimas elecciones locales? Ésta es la pregunta hacia 2018.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 01 de Junio de 2015, agradecemos a José Buendía Hegewisch su autorización para publicarlo en nuestra página