En la carretera que va de Zacatecas a Aguascalientes, en la salida de Fresnillo, colgaron a 10 cadáveres en un puente. Es una acción bárbara con la que los grupos criminales quieren causar zozobra.
Es como marcan el territorio los grupos que disputan esa zona del país: el cártel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación.
Se hablan entre ellos, en una gramática del terror, en una escenografía de las tinieblas, que no conoce límites y en particular porque no hay autoridad capaz de establecerlos.
Una de las funciones de las fuerzas de seguridad es la de establecer lo que simplemente no puede ocurrir. Esto se logra deteniendo a los bandidos y enfrentando a los grupos más peligrosos. No hay de otra, es un trabajo arduo, pero si no se realiza, las consecuencias son de escándalo, como el que ahora comentamos.
Pero es un hecho que da cuenta de que toda la degradación a la que se llegó en el pasado sigue vigente y en particular porque los grupos del crimen organizado no cambian sus conductas sino no es mediante esfuerzos de las áreas de seguridad que, aunados a políticas sociales, logren revertir las condiciones que generan la violencia.
Es al mismo tiempo la consecuencia del tiempo perdido, el costo de creer que la inseguridad se corrige por voluntarismo y no por políticas públicas de largo aliento.
Es un síntoma por demás inquietante que puede indicar que estamos entrando en un tramo peligroso, en el que las diputas territoriales se recrudecen sin que las autoridades encuentren la fórmula de contrarrestar el problema.
Quienes pagan la peor parte son los lugareños que tienen que abandonar sus casas, que son desplazados por la violencia y, peor aún, por la falta de esperanzas de que la situación mejore.
Los despliegues de la Guardia Nacional y del Ejército son insuficientes, porque lo que falta es inteligencia policial, estrategias de prevención de la violencia.
Hay deficiencia en los levantamientos de información y de su procesamiento para sirvan en la toma de decisiones. Quizá aún no se note, pero esto forma parte de las consecuencias que arroja y arrojará la desarticulación de la Policía Federal.
Zacatecas es la punta de un iceberg muy profundo. Es apenas el ejemplo salvaje de lo que ya está ocurriendo en otros lugares, donde la población se tiene que armar para enfrentar a quienes son una amenaza y con las consecuencias que ya conocemos.
Por ello no sorprende que Zacatecas sea uno de los estados con mayores índices de homicidio en una quinteta en la que también se integran Colima, Chihuahua, Guanajuato y Baja California.
De los 50 municipios más violentos en todo el país, tres se encuentran en Zacatecas.
Sí, hace años las cosas no eran perfectas, pero lo que sí es temerario es el haber cancelado lo que funcionaba para experimentar en anhelos más ideológicos que prácticos y eso, en temas de seguridad, suele conducir al desastre.