“¿Hay detrás una intención política de hacer naufragar a La Jornada, un periódico que muchos estarían felices de ver desaparecer? Imposible saberlo. Más de medio año de golpeteo y manipulaciones dieron sus réditos. Un nutrido grupo de compañeros, entre ellos pocos periodistas, muchos trabajadores de nuevo ingreso, sin noción de lo que ha sido nuestra historia y nuestra lucha, optaron por la vía de la autodestrucción”, escribió el 2 de julio Blanche Petrich en una carta difundida en el portal Rompeviento, sobre la huelga estallada dos días atrás por el Sindicato Independiente de Trabajadores (Sitrajor).
El conflicto en el diario no sólo evidenció una vez más la crisis financiera que le aqueja, sino que puso al descubierto la división interna entre sus trabajadores.
Vista desde la prensa nacional en su conjunto, la crisis en La Jornada no escapó a ese esquema de polarización con que se revisan la mayor parte de los acontecimientos, donde todo se reduce a una lucha de buenos contra malos y donde no faltaron las teorías conspirativas que acusaban intereses oscuros, aunque las más de las veces para atacar a la contraparte, evadir la autocrítica y el análisis de todos los factores que originaron el problema.
La pugna interna
El 28 de junio en entrevista con Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula, Judith Calderón, secretaria general del Sitrajor, denunció que desde enero la empresa editora del diario tomó la decisión unilateral de efectuar recortes salariales a los trabajadores y anunció que de no llegar a acuerdos, en un plazo de 48 horas se sometería a votación el estallamiento de la huelga, lo que finalmente ocurrió la tarde del 30 de junio con 133 votos a favor, 64 en contra y seis abstenciones.
Pese a ello, La Jornada siguió publicándose en su formato digital e impreso. En su editorial del 1 de julio, la directiva reconoció el derecho del sindicato de recurrir a la huelga, no obstante sostuvo que de conformidad con un laudo emitido el 31 de mayo por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, el contrato colectivo firmado con el gremio, en sus términos originales, hace financieramente inviable a la empresa. Por ello, y con el fin de evitar despidos masivos, decidió recortar las prestaciones no previstas en la ley. Resaltó el hecho de que un centenar de trabajadores permanecieron dentro de las instalaciones del rotativo para garantizar que éste continuara con sus actividades. Es decir, los directivos decían reconocer el derecho a la huelga, pero a la vez, ensalzaban a quienes decidieron quedarse para hacer posible que el periódico no dejara de aparecer. En tanto, la sección “Rayuela” difundió: “Sólo una pregunta: ¿a quién sirve quien pretende silenciar un medio?”, con lo que se tendió un velo de sospechosismo sobre la legitimidad de las demandas sindicales.
Desde el inicio de la huelga, principalmente a través de las redes sociales, aparecieron las voces de aquellos que dentro del diario, más que disentir con sus compañeros, los descalificaron. Josetxo Zaldúa, editor en jefe, el 1 de julio publicó mensajes como estos: “Democráticos y progresistas como nadie, los colegas del Sindicato jornalero impidieron la entrada de alimentos y agua. ¡Pobres!”, “A los malquerientes de La Jornada, no muchos, les digo sin pena que nos sufrirán hasta el fin de sus días y noches. ¡Lástima!”. Por su parte, el caricaturista Antonio Helguera tuiteó: “Muy a pesar de sus enemigos internos y externos, aquí está La Jornada de hoy. Se chingan”.
El 2 de julio, Blanche Petrich, fundadora de La Jornada, en una carta abierta que divulgó el portal Rompeviento, hizo una amplia exposición sobre la crisis de los medios impresos en el mundo como una de las razones para explicar la situación financiera del periódico cuya directiva, a fin de evitar la pérdida de empleos, debió modificar un contrato colectivo de trabajo que por más de 30 años fue “envidiable” para otros medios. En cambio, acusó a Judith Calderón, de usar “un discurso trasnochado y falsedades para envenenar el ambiente interno del periódico”.
En esa misma fecha, Rafael Barajas “El Fisgón” grabó un video junto con Paco Ignacio Taibo II, donde acusan “mano negra” detrás de los trabajadores en huelga y se equiparó el conflicto con el “golpe” de Echeverría a Excélsior en 1976, cuando éste era dirigido por Julio Scherer.
Además, Zaldúa volvió a la carga en Twitter contra el sindicato en el tercer día de huelga. “Lamento que Judith Calderón siga empeñada en pudrir el ambiente. Parece militante de la posverdad trumpiana”, “Dicen los ardidos y frustrados que nuestra directora general y muchos de nosotros vivimos en el lujo asiático. Pero no aportan prueba alguna”, fueron algunos de sus mensajes.
El 3 de julio, en la sección “El Correo Ilustrado”, se difundió una carta de los colaboradores Hermann Bellinghausen, Gloria Muñoz Ramírez y Ramón Vera en la que manifestaron que no podían acompañar la huelga, no sólo por su insuficiente legalidad y legitimidad, sino porque lejos de reportar logros o beneficios para La Jornada y sus trabajadores, pone a ambos en situación de riesgo. “¿A quienes favorece que La Jornada se calle? ¿A los trabajadores que la cerraron desde la calle? ¿O, más bien, a los verdaderos enemigos de un medio progresista, comprometido con los movimientos sociales, casa de muchas y buenas plumas independientes?”, plantearon.
Otra colaboradora, Marlene Santos Alejo, en Facebook acusó al Sitrajor de “secuestrar” a los trabajadores que decidieron seguir en las instalaciones. Desde su perspectiva, el sindicato “representa a todo menos al grueso de reporteros, editores y correctores de este diario” y acusó que Judith Calderón cobra como reportera pero tiene años que no publica una sola línea. “Dio la espalda a los reporteros a quienes en cada asamblea atacó sistemáticamente”, señala.
Al conocerse que la Junta Local de Conciliación y Arbitraje declaró inexistente la huelga, Josetxo Zaldúa tuiteó el 3 de julio: “La Junta declaró inexistente la huelga del Sitrajor. Es hora de recapacitar y hacer esfuerzos por restañar heridas. Jalemos parejo”, con lo que admitía la pugna interna en el periódico.
La huelga desde afuera
La huelga en La Jornada constituyó un hecho noticioso que generó diversas reacciones en los medios.
Proceso, Aristegui Noticias y Sin Embargo registrararon los hechos sin asumir una postura; coinciden en consignar el apoyo de Andrés Manuel López Obrador a Carmen Lira, en un tuit publicado el 1 de julio. Aristegui Noticias, con la amplia difusión que le dio a la carta de Blanche Petrich el 2 de julio dejó entrever más claramente su posición. En el caso de Proceso, algunos de sus reporteros como Jenaro Villamil, tomaron partido a título individual. El 1 de julio publicó en Twitter: “Por fortuna #LaJornada circula un día más. Lo peor sería cerrar la voz de un medio indispensable en épocas de cinismo y censura”, pero no hizo a las demandas laborales. Sanjuana Martínez, periodista que colabora La Jornada y Sin Embargo, se pronunció desde el inicio del conflicto contra el sindicato y en la misma red social se dedicó a contraatacar a quien disintiera de ella. El 1 de julio, escribió: “El sindicato charro @Sitrajor quiere cerrar La Jornada, voz crítica que no le conviene al gobierno y que con infiltrados pretende controlar”. Un día después se enfrascó en una acalorada discusión con el escritor Fernando García Ramírez quien la cuestionó que como defensora de los derechos humanos estuviera del lado patronal y no de los trabajadores. Martínez optó por abandonar los argumentos e insultó a su interlocutor. El 2 de julio, también en Twitter, Fabrizio Mejía, colaborador de Proceso, se sumó al coro de quienes comparan lo ocurrido en este diario con el caso de Excélsior de Julio Scherer.
Por su parte, la escritora Elena Poniatowska publicó el 3 de julio varios tuits en donde manifiesta su coincidencia con Blanche Petrich y exalta el papel de La Jornada como un medio crítico al poder. “Podremos disentir de algunas de las tomas de posición de La Jornada, pero no defenderla en este momento es actuar en contra nuestra”, “La Jornada no es solo una fuente de trabajo, es una muestra de nuestra capacidad de protesta”, “Dañar a La Jornada es mutilar nuestra mano izquierda”, fueron algunas de las opiniones de la escritora, pero en ninguno de ellas alude al punto de vista de los trabajadores en huelga y también desliza la hipótesis sobre un interés por afectar al diario.
Una óptica diametralmente opuesta sobre el conflicto la tuvo Ricardo Alemán, columnista de Milenio Diario quien, en su colaboración del 2 de julio, expresó: “Los dueños de La Jornada podrán presumir su maestría en el arte del esquirolaje, podrán burlar a trabajadores y empleados que se fueron a huelga, pero lo cierto es que La Jornada ha muerto. Y no murió de muerte natural, la mataron”, “A La Jornada la mató una camarilla de ambiciosos sin límite, con Carmen Lira a la cabeza, quien desde 1996 convirtió al diario en casa y causa del periodismo militante y quien hizo una trinchera partidista con la línea editorial”, “Mataron a La Jornada con periodismo panfletario, militante y rencoroso como el del 3 de octubre de 2017, cuando olvidaron una sola línea a la muerte del gran Luis González de Alba”.
En El Financiero, Juan Ignacio Zavala escribió el 3 de julio: “Sobre la huelga en La Jornada hay poca información, (que Enrique Galván cobra 140 mil pesos al mes por su patética columna económica, por ejemplo), o que al caricaturista Antonio Helguera le merecen los sindicalizados todo el desprecio para informarles en un tuit que “se chingan”. Un pleito en el que seguramente todos abusan −el sindicato con sus demandas fuera de criterio, pagos absurdos a consentidos de la dirección, una directora que es émula de Elba Esther e impide la oxigenación del diario− y lo de siempre con esos medios: deudas enormes. ¿Cuánto debe al IMSS, a Hacienda? Es de interés público saberlo”.
Los silencios
Hay puntos clave sobre los que el diario ha guardado silencio: la publicidad oficial que factura y su tendencia a destacar la información del Presidente y del gobierno federal en primera plana, incluso en una proporción mucho mayor que la llamada prensa oficialista.
El 14 de julio Artículo 19 difundió un reporte en el que señala que en sus primeros cuatro años de gobierno, Enrique Peña Nieto gastó 34 millones de pesos en publicidad oficial. El informe detalla que en el desglose del último año La Jornada se ubicó como el segundo diario que más publicidad oficial facturó con 2 millones 52 mil 425 pesos, únicamente detrás de Excélsior, que recibió 8 millones 323 mil 907 pesos.
Por otra parte, etcétera documentó en febrero pasado cómo en 2016, La Jornada dedicó 527 ítems sobre el gobierno federal. Además en esta edición hace un recuento de los registros que en este año el diario dedicó solo al Presidente que hasta el 13 de julio sumaban 89, entre notas, fotos y titulares de primera plana y contraportada. (Asimismo, en su edición de noviembre, detalló que La Jornada, durante la gestión de Javier Duarte en Veracruz, registró 559 ítems favorables al gobernador).
Esas decisiones contribuyen a un deterioro de la línea crítica que caracterizó al diario desde sus orígenes, además de que no se sabe con precisión qué porcentaje de esas coberturas se encuadra en la facturación de la publicidad gubernamental.