En la novela Me llamo rojo, de Orhan Pamuk, uno de sus personajes, Negro, describe lo que vio en casa de un caballero de Venecia “…la pintura de la pared era la imagen de un amigo suyo (…) En la pintura había ordenado incluir todo lo que era importante para él. En el paisaje que se veía por la ventana abierta que tenía detrás se divisaban una finca, una aldea y un bosque que parecía real al mezclarse los colores unos con otros. En la mesa que había ante él tenía un reloj, libros, el Tiempo, el Mal, la Vida, una pluma, un mapa, una brújula, cajas que contenían monedas de oro y todo tipo de baratijas, cosas que había notado pero no comprendido en quien sabe cuantas otras pinturas…”. Después Negro se pregunta “¿Para completar y adornar qué historia se había hecho aquella pintura? Al mirarla comprendía que la pintura era la historia en sí misma. No era la prolongación de una historia, sino algo en sí mismo”.
Pamuk muestra el asombro de Negro, representante (en la novela) de la cultura del Islam en la cual la representación de figuras humanas estaba prohibida en libros, para evitar la idolatría, y en que las imágenes eran complemento de historias. En el texto anterior, Negro estaba ante una imagen que podía “leerse” sin necesidad de ningún texto.
De forma parecida, Vilém Flusser dice en Hacia una filosofía de la fotografía que “Las imágenes no son conjuntos de símbolos denotativos, como los números, sino conjuntos de símbolos connotativos: las imágenes son susceptibles de interpretación”. En este sentido los desnudos fotográficos artísticos aunque pueden ser “leídos” por cualquiera, poseen un código que no puede ser interpretado por todo mundo.
Y ya que hablo de desnudos fotográficos me pregunto: ¿De dónde proviene la preferencia de los fotógrafos que aspiran a hacer arte al captar imágenes del cuerpo femenino desnudo?, ¿de dónde proviene y qué dice el “código”, una vez que puede ser leído, de los desnudos femeninos artísticos? Una primera respuesta tiene que ver con la mayoritaria presencia de hombres fotógrafos en el siglo XIX cuando fue inventada la fotografía; pero quizá haya otras explicaciones, pues actualmente que las mujeres ocupan, afortunadamente, cada vez más espacios públicos, las fotógrafas, al parecer, prefieren modelos femeninos por sobre los masculinos.
De entrada debemos advertir que no hay una única “fotografía”, que se trata de una serie de prácticas diversas que se realizan desde la aparición de la cámara fotográfica en 1830, y que están relacionadas con la ideología dominante en turno, como afirma John Pultz, autor de La fotografía y el cuerpo.
En el caso del desnudo fotográfico, con el declive del periodo neoclásico en Francia (1852-1870) el interés entre los artistas plásticos por el cuerpo masculino pasó al cuerpo femenino; “un cuerpo amplio lleno, maternal y antitético del enjuto masculino del neoclasisismo”, dice John Pultz.
En ese sentido las primeras fotografías de desnudos femeninos tenían el propósito de alimentar el trabajo de artistas plásticos, pintores y escultores; de manera paralela las mejoras técnicas en la producción masiva de imágenes, como la llamada tarjeta de visita, dio paso al surgimiento de la pornografía visual, que hasta entonces se difundía por medio de la palabra escrita; en otras palabras para todo mundo es más fácil “ver” que leer, además de que para la segunda actividad se requería tiempo de ocio y educación, “lujos” que no estaban al alcance de las masas.
Sin embargo la naciente pornografía visual “contaba”, de manera pobre, historias, y como explica Pultz “las fotografías pornográficas no satisfacían por su riqueza narrativa, como los textos escritos, sino por su aparente veracidad”, característica esta última que es la principal diferencia entre la pornografía y la fotografía de desnudos artísticos: la primera se percibe más cercana a la realidad, la segunda es considerada un artificio. Al respecto, Naief Yehya, un ensayista que se ha ocupado extensivamente del fenómeno pornográfico dice, en una entrevista (http://bit.ly/NY13ENE), que “El deseo sexual a diferencia del deseo de poder, de riquezas o de vivir puede, en muchas ocasiones, ser satisfecho mediante imágenes, a través de un espectáculo mediático. Esto ha llevado a la humanidad a buscar compulsivamente nuevas representaciones estimulantes del cuerpo y la sexualidad, en el dibujo, la pintura, la literatura y la escultura a las reproducciones mecanizadas como la imprenta, la fotografía y el cine, así como electrónicas como el video e internet.”
Otro factor importantísimo en la elección de mujeres como modelos para fotografía de desnudos fue la aparición de los conceptos de “homosexualidad” y “heterosexualidad”, que permitieron definir al individuo no sólo por su género sino por su preferencia sexual, explica Pultz. Con estas definiciones surgieron también juicios de valor que influyeron en la fotografía: los fotógrafos modernos de la primera mitad del siglo XX (hombres y mujeres) crearon un cuerpo femenino heterosexual, tal vez en un intento de alejarse de “lo homosexual”.
En contraparte, el fotógrafo Robert Mappletorphe al realizar desnudos masculinos abiertamente homoeróticos, retomó la tradición del siglo XIX por las fotografías de hombres, con la diferencia de que su obra hace explícitamente visible la preferencia homosexual.
El cuerpo mítico femenino
Además de los factores anteriores hay otro más: detrás de las imágenes fotográficas “artísticas” de mujeres desnudas también está el propósito de capturar al cuerpo mítico de la mujer (como lo describe André Bergé en La sexualidad hoy), es decir a una idea de perfección plástica, a un modelo producto del pensamiento humano, cuyo origen radica tal vez en la complejidad del cuerpo femenino que es, como dice Desmond Morris con su mirada de zoólogo en La mujer desnuda, el “…brillante colofón a millones de años de evolución. Un cuerpo repleto de asombrosos ajustes y sutiles refinamientos que lo convierten en el organismo más extraordinario del planeta.”
Ese cuerpo mítico es una pesada carga para la mujer, pues además del “ideal del yo” al que todo ser humano aspira, dice Bergé, y que nunca alcanza; ella posee un “ideal del yo corporal” que padece cada vez que descubre una imperfección física productora de insatisfacción e inferioridad.
Ese cuerpo es también un imposición social masculina, producto, como lo explican mejor las feministas, de una sociedad patriarcal y machista.
Un cuerpo mítico similar, digo yo, no forma parte del imaginario masculino, quizá, en parte, porque además de que su constitución física es más simple que la femenina, sus órganos sexuales están expuestos, a diferencia de la mujer, por consiguiente no hay ningún misterio que develar.
El único modelo plástico a imitar de forma masiva por el hombre occidental quizá sea el tamaño del pene (mientras más grande es mejor, reza la publicidad que sostiene los sitios porno), sin embargo eso es una construcción reciente, reforzada con la difusión masiva de la pornografía, la cual ha sido creada por hombres para hombres. En todo caso la preocupación por el tamaño del miembro masculino tiene que ver con la enorme ignorancia de muchos hombres acerca de las complejas causas del placer femenino, que el estereotipo porno ha convertido en algo que solo tiene que ver con las dimensiones del pene, y no con un misterio como lo fue la fertilidad para los primeros humanos.
Pero volvamos a lo interesante: las esculturas de las venus primitivas son quizá la primera encarnación del cuerpo mítico de la mujer y un reflejo de la fascinación de los primitivos humanos por ese cuerpo (¿y si los contemporáneosya no lo son, por qué esa obsesión masculina por el cuerpo de la mujer?, se pregunta este escribiente), que trataron de capturar en ellas el misterio, en principio, de la fertilidad. Después, esas figurillas dieron paso a la creación de la benigna Madre Diosa que, dice Desmond Morris, “se convirtió en el autoritario Dios Padre…”; el cual reemplazó la natural reproducción femenina con el poder de crear todo lo que existe a partir de la nada.
A esas venus le ha seguido una abundante iconografía del cuerpo femenino (anterior a la invención de la fotografía), que al ser examinada revela que ese cuerpo mítico de la mujer no es estático y que ha evolucionado de acuerdo con los cambios estéticos de cada época, con las ideologías predominantes y con el patriarcado masculino, el cual, cabe aclarar, si bien no lo creó, sí se apropió de él y contribuye a su reproducción.
Sin embargo, el cuerpo femenino mítico sobrevive y lo que llamamos “desnudo fotográfico femenino” ha contribuido en los dos siglos recientes a su reproducción y difusión, primero de forma limitada y después más ampliamente conforme la fotografía se popularizó, hasta llegar a la aparición de las cámaras digitales, primero y los “teléfonos inteligentes”, recientemente. Sin embargo, cantidad no es calidad y la mayoría de los desnudos producidos hoy en día con cámaras digitales, no pueden aspirar a ser considerados “artísticos”, sino documentales. Así, paradójicamente, los millones de dueños de teléfonos con cámaras producen testimonios involuntarios del estado del cuerpo humano actual, entre otros temas, y seguramente sus imágenes serán objeto de estudios antropológicos en el futuro, pero difícilmente tendrán algo que ver con el arte fotográfico.
Del berenjenal llamado”fotografía artística”
En este punto es necesario repreguntarse ¿qué es la fotografía con propósitos artísticos, cuál es la diferencia con la fotografía convencional? Para John Pultz, lo que caracteriza a la primera es el estilo, es decir que esas imágenes “son menos veraces, menos realistas y no se apegan a los hechos”; además, su significado proviene de “sus poderes expresivos y sugerentes”.
Es posible que dichos poderes “sugerentes” del desnudo “artístico” femenino fotográfico sean una herencia de aquellas pinturas en las que el motivo principal es el cuerpo de la mujer, como “El nacimiento de Venus” de Sandro Botticelli, de 1485, por citar una de las más conocidas exaltaciones de la belleza femenina; o “El origen del mundo” de Gustave Courbet, una de las más perturbadoras.
Por otro lado, la aparición de la fotografía en 1830 marca la separación entre la cultura quirográfica (textos e imágenes manuales) de la imaginería técnica que ha dado paso a la cultura tecnográfica, cuyos principales referentes son la cinematografía, el video, la infografía y la holografía. En este contexto debe situarse el desnudo femenino contemporáneo.
A cosificar se aprende
Los primeros desnudos femeninos hechos por fotógrafos son impunemente cosificadores de mujeres, producen objetos de deseo a partir de seres humanos y son semejantes a las imágenes fotográficas hechas por fotógrafos europeos y estadounidenses de los grupos étnicos de África, Asia y América, los cuales eran mostrados como “cosas”, como objetos ajenos a la humanidad de quienes los observaban a través de las lentes de sus cámaras y que además les servían como referente para reconocerse a sí mismos como “humanos”. Un ejemplo de esta perspectiva es la película “Venus negra”, dirigida por Abdellatif Kechiche que narra como Saartjie Baartman, una esclava sudafricana, es objeto de un grosero estudio médico hecho por la Real Academia de Medicina de París sobre su persona, que no paró hasta convertirla en un modelo disecado luego de su muerte.
John Pultz dice también que “Los hombres pueden crear un fetiche de una parte del cuerpo femenino o de algún objeto asociado con ella, pero también pueden crearlo del cuerpo como un todo. Para un hombre, entonces, mirar a una mujer (nota: como una cosa, cosificándola) implica tanto ansiedad como la producción de un fetiche que lo proteja de su ansiedad. Con esta mirada (o mirada fija) los hombres niegan al cuerpo femenino todo significado propio. Se fuerza así a las mujeres al papel de “otro” ante el varón, lo que permite que la identidad de éste se concrete como tal. De este modo la ansiedad de castración produce la “otredad” del estereotipo.
Quien esto escribe recordó, luego de leer el párrafo anterior que los desnudos femeninos más impresionantes, más estremecedores en la adolescencia, edad cosificadora por excelencia, fueron aquellos en los que las modelos desnudas de Playboy lo miraban a los ojos: ellas lo veían a él recorrer su cuerpo poco a poco y cuando él terminaba el escaneo, la mirada de ellas seguía allí, sin mostrar el menor signo de estar cohibida. Lo asombroso era su actitud, diferente, lo sabe apenas ahora, a la de otras modelos en revistas mexicanas (como Él) en las que ellas esperaban con la vista en otra parte que él terminara el recorrido por esa geografía sin fin, inacabable.
En otras palabras, en algunos casos, el observar fotografías del cuerpo femenino desnudo es una forma de apropiarse del cuerpo mítico de la mujer, de convertirlas en cosas. Helmut Newton, el fotógrafo creador de los desnudos femeninos contemporáneos quizá más memorables (opina este escribiente), cuenta que su recuerdo más antiguo es “ver una mujer semidesnuda mirándose en un espejo. Era su niñera, a la que recuerda cambiándose para salir de fiesta cuando el pequeño Newton tenía tres o cuatro años: su primera fotografía mental y ya incluye una mujer en ropa interior.” (Revista JotDown)
Lo digital, la web y el futuro
La aparición y posterior popularización de las cámaras digitales cada vez más baratas, primero, y los “teléfonos inteligentes” con cámaras , después, además de contribuir aún más a la masificación de los desnudos femeninos (y masculinos) en los sitios web, y redes sociales, han alterado el panorama de la producción de desnudos, pues sus dueños son sujetos y objetos en estas imágenes, lo cual ha vuelto “horizontal” la producción de imágenes, las que, sin embargo, están muy lejos de reemplazar la llamada “fotografía artística”, pues son demasiado veraces, muy realistas, por lo que carecen de cualquier capacidad de sugerir o expresar alguna fantasía, o dicho con palabras de Marius de Zayas, escritor y editor: “La fotografía no es un arte, pero las fotografías pueden hacerse arte”.
En consecuencia, la masificación fotográfica ha logrado que el desnudo fotográfico “artístico” vuelva a ser lo que era en su origen: una expresión producida por unos cuantos para unos pocos, que sobre todo incluye la posibilidad de contar una historia por sí misma.
Por otro lado, si las imágenes que se producían con la fotografía se convertían en medios adicionales de control, como sugiere John Pultz, me pregunto, ¿que ocurrirá con el uso que actualmente se les da a los millones de cámaras en los “télefonos inteligentes” que poseen no sólo hombres sino muchas mujeres también? ¿Esas nuevas imágenes siguen siendo usadas como medios de control y si eso ocurre, las mujeres participan?
Autor
Especialista en marketing de contenidos y storytelling. Administración de reputación en línea. Conferencista
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