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domingo 15 septiembre 2024

La percepción de inseguridad

por Cecilia Sayeg Seade

 

Foto: Showme

Podemos distinguir al menos dos factores en el problema de la inseguridad pública: el primero que tiene que ver con la criminalidad, y el segundo con la percepción tanto del nivel de seguridad o inseguridad, como de las autoridades responsables de prevenir el delito y procurar justicia.

A partir de los resultados de la Cuarta Encuesta Nacional sobre Inseguridad1 en 16 zonas urbanas realizada por el Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, A.C. (ICESI) en 2006, elaboramos un análisis que permite entender mejor si la criminalidad está asociada a la percepción de inseguridad.

La ENSI-4/urbana, como encuesta victimológica, tiene la finalidad básicamente de conocer la dimensión de la criminalidad de un lugar en un periodo determinado, para precisar si los ascensos o descensos revelados por las cifras oficiales se deben o no a ascensos o descensos reales en el número de crímenes que ocurren o únicamente al nivel de denuncia. Asociado a ello, este tipo de encuesta tiene como objeto conocer la percepción sobre la inseguridad en la entidad y municipio donde viven; identificar el conocimiento y la percepción sobre las instituciones de seguridad pública y de procuración de justicia en los tres niveles de gobierno, e identificar el tipo de actividades realizadas e inhibidas por la población por miedo a ser víctima de delitos.

La ENSI-4/urbana permite realizar estimaciones confiables de la criminalidad en las ciudades analizadas:

1. Acapulco, Guerrero.
2. Cancún, Quintana Roo.
3. Ciudad Juárez, Chihuahua.
4. Chihuahua, Chihuahua.
5. Cuernavaca, Morelos.
6. Culiacán, Sinaloa.
7. Distrito Federal.
8. Guadalajara, Jalisco.
9. Monterrey, Nuevo León.
10. Mexicali, Baja California.
11. Nuevo Laredo, Tamaulipas.
12. Oaxaca, Oaxaca.
13. Tijuana, Baja California.
14. Toluca, Estado México.
15. Villahermosa, Tabasco.
16. Zona conurbada al DF del Estado de México
(ZCMEX).

Es obvio que la percepción no crea la realidad, pero la proposición inversa, que parece evidente, no necesariamente es cierta en todos los casos: la percepción no siempre se basa exclusivamente en los datos que aporta la realidad. Así, en un problema tan delicado y tan sensible como el de la inseguridad, no son solamente la prevalencia y la incidencia delictivas los factores que hacen sentir a la población que los niveles de seguridad son deficientes. El espacio y el tratamiento que los medios de comunicación conceden al tema, los relatos de amigos y familiares, las propias aprensiones e incluso los rumores más descabellados inciden de manera importante en la visión sobre el tema. El miedo es la primera de las emociones experimentada por nuestros ancestros. Vivían en considerable riesgo cuyas fuentes eran los predadores, el hambre, la enfermedad y las fuerzas de la naturaleza. Los peligros eran constantes y omnipresentes. Las mujeres y los hombres de hoy tememos sobre todo a la probabilidad de sufrir un acto de violencia que afecte de manera grave nuestra vida. Un accidente de tránsito, terrestre o aéreo, una caída o un problema de salud pueden producir ese efecto; pero nada nos provoca tanta desazón como prever que podemos ser víctimas de un acto criminal que lesione alguno de nuestros bienes más apreciados, quizá se deba a la conciencia de lo injusto que resulta que un semejante, contrariando la vocación del ser humano a la vida gregaria, nos provoque intencionalmente un daño.

Contra lo que podría pensarse por ciertos encabezados de los diarios, no todo el país vive un magno problema de inseguridad. ésta se concentra principalmente en algunas áreas urbanas. Sin embargo, como podemos observar en la gráfica 1, en promedio, siete de cada diez habitantes de las áreas estudiadas se sienten inseguras tanto en la entidad como en la ciudad donde viven, y seis de cada diez en el municipio o delegación en que habitan (ver gráfica 2). Una hipótesis que puede explicar esta elevada proporción es la de la inquietud de que se replique en el propio municipio, delegación, ciudad o entidad, hasta ahora relativamente seguros, un incremento de la delincuencia que revoque la tranquilidad y vuelva al lugar tan inseguro como otros del país.

 
 

De todos modos, por supuesto la situación real prevaleciente en determinada área es un elemento de mucho peso en la percepción de los habitantes. Es por eso que en el área urbana con mayor prevalencia e incidencia delictivas, a saber el Distrito Federal, nueve de cada diez personas se sienten inseguras. En este caso, parece nítida la relación entre niveles de inseguridad y percepción de inseguridad. En efecto, en el Distrito Federal tres de cada diez personas han sido víctimas de por lo menos algún delito durante su vida, mientras que el promedio en el resto de las áreas urbanas es de dos de cada diez. Esto supone que la probabilidad de ser victimizado en el Distrito Federal es sumamente alta. El punto suscita importantes reflexiones. Los habitantes de la ciudad capital comentan que prefieren no salir solos, no salir de noche o evitar paseos por temor a un asalto.

 



Y es que existe una correlación directa, como se aprecia en la gráfica 3, entre la victimización sufrida por una persona y la percepción del aumento en la delincuencia. Desde luego, no conocen la proporción de víctimas a que se ha hecho alusión, pero saben por las noticias que les llegan, o intuyen, que las calles capitalinas son riesgosas. Lo anterior no significa que para la percepción de inseguridad el conocimiento de lo que les ha pasado a otros, y la cantidad de los afectados según las noticias recibidas fue un papel decisivo.

Al analizar la prevalencia de víctimas global por grupos de edad, observamos dos curvas muy semejantes en atención a la edad. Las personas en los rangos de los 20 a los 34 años de edad son las que se han visto más afectadas por la delincuencia y son también quienes tienen una percepción mayor del aumento en la delincuencia.

 
 

Este mismo dato se puede analizar también desde otra óptica. Como se ejemplifica en la gráfica 4, la prevalencia de víctimas por zona urbana y la percepción de inseguridad corren en líneas paralelas. Y aunque el porcentaje es mayor en la percepción, la encuesta victimológica nos muestra que hay una concordancia entre los lugares con mayor número de víctimas y con una mayor percepción de inseguridad.

Únicamente destaca el caso de Chihuahua donde menos de la cuarta parte de la población se siente insegura, lo que no guarda relación con la prevalencia y la incidencia delictivas en esa ciudad, que son de las más bajas de las áreas analizadas por este estudio. Este dato, sorprendente a primera vista, quizá pueda deberse a la cercanía con Ciudad Juárez y a la reputación que ha ganado de ser una de las ciudades más peligrosas del país en materia delictiva por los asesinatos de mujeres.

Foto: Sarah Bob

En el caso de Monterrey también observamos que aunque presenta bajas tasas en ambos rubros (incidencia y prevalencia) la mitad de sus habitantes se sienten inseguros; quizá por el impacto psicológico de algunas ejecuciones atribuibles presuntamente al crimen organizado o específicamente a bandas de narcotraficantes.

La gráfica 6 muestra que son el transporte público y la calle los ámbitos percibidos como más inseguros, lo que concuerda con el hecho de que el robo a transeúnte abarca el 56% del total de la criminalidad. El sitio percibido como menos inseguro es la casa, seguida por el centro de trabajo y la escuela, todos ellos espacios cerrados. A pesar de lo anterior, la medida doméstica más socorrida de protección fue la colocación de cerraduras, las cuales protegen precisamente espacios cerrados: viviendas, oficinas o negocios. La gente teme que aun en los lugares que considera menos inseguros puedan irrumpir los delincuentes. Por otra parte, sin duda ser victimizado en el propio hogar resulta considerablemente más traumático que el agravio criminal en la calle o en el transporte público.

 
 

Si bien al comparar si los índices de criminalidad entre la ENSI-3 por lo que respecta a las zonas metropolitanas y la ENSI-4/urbana podemos apuntar que no se advierte un cambio estadísticamente significativo, casi la mitad de la población percibe que la delincuencia va en aumento, como se aprecia en la siguiente gráfica.

 

 

Una posible explicación puede ser de orden psicológico: al pasar el tiempo sin que se vea satisfecha la demanda ciudadana de mayor seguridad, la sensación de amplios sectores de la población no es que el problema permanece igual sino que, al no haberse resuelto, sigue creciendo. En esta idea parece claro el influjo de noticias criminales de gran espectacularidad. El homicidio doloso en nuestro país ha venido descendiendo de manera verdaderamente notable en pocos años: bajó de 14 cometidos en 2000 a diez perpetrados en 2004 siempre por cada 100 mil habitantes, y aunque en 2005 un ligero repunte lo elevó a 11, el decremento que se observa en un lustro es significativo. No obstante, las noticias sobre ejecuciones espectaculares que desde hace por lo menos un par de años han venido ocupando grandes espacios informativos, tienen el efecto de que mucha gente, incluso de la habitualmente más reflexiva, tienda a creer que los homicidios se están incrementando desmesuradamente. He aquí un ejemplo muy didáctico de la influencia de los medios en la percepción sobre inseguridad.

Al analizar la misma sensación del aumento o disminución de la delincuencia por grupos de edad, observamos que a menor edad es mayor la percepción de que los delitos han aumentado o siguen igual. La gráfica 8 muestra que no existe una opinión diferente a este respecto entre hombres y mujeres, pero sí entre la población de 30 a 34 años que es la que percibe un mayor aumento de los delitos, contra aquella de 70 años o más. Este dato es además interesante pues concuerda claramente con la distribución de víctimas por grupos de edad, como veíamos anteriormente en la sección de victimización.

 
 

Más de la mitad de la población considera que la criminalidad ha afectado su calidad de vida. Esta percepción no es engañosa. Si bien son dos de cada diez personas quienes han sufrido algún delito a lo largo de su vida en las zonas urbanas analizadas en esta encuesta, otras muchas de las no victimizadas saben que podrían correr la misma suerte con tan sólo que se presenten las circunstancias propicias. Por su índole, la inseguridad es un fenómeno que no afecta únicamente a quienes han sido víctimas de la delincuencia, sino a amplios sectores de la población hasta ahora indemnes porque la zozobra por sí misma, sin más, impide que se disfruten todos los bienes de que se es titular y todas las oportunidades de disfrute que ofrece una ciudad. De ahí que la demanda ciudadana de mayor seguridad sea la que concita mayor suma de exigencias.

Ilustracción: Archetype It

La ENSI-4 incluye por primera vez una variable que mide el nivel de confianza en las instituciones. Se observa que es muy baja la aceptación tanto del Ministerio Público como de las corporaciones policíacas. Lo que tal vez sorprenda a los analistas es que los agentes del Ministerio Público son más descalificados aun que las policías preventivas locales. Sólo la policía judicial o ministerial obtuvo una calificación más baja que el Ministerio Público, pero no puede perderse de vista que esa policía es parte del propio Ministerio Público. En este rubro parece que son muchos más, y de mucho mayor gravita-ción, los datos fácticos que las noticias. Son muy conocidas las deficiencias que padecen los órganos de la acusación en México. El bajísimo porcentaje de presuntos responsables puestos a disposición del juez, incomparablemente más bajo que en los países industrializados, pone de manifiesto lo anterior. No se ha difundido suficientemente el hecho de que la queja más numerosa ante las comisiones públicas de derechos humanos es por la lentísima tramitación o por las irregularidades en la integración de las averiguaciones previas. El Ministerio Público y los cuerpos policíacos son dos de las más importantes asignaturas pendientes en nuestro sistema de justicia. En otros países la policía es una institución altamente respetada, incluso admirada (puede citarse, por dar un ejemplo latinoamericano, el caso de Chile). En México en cambio, los frecuentes episodios de abusos en las detenciones, de corrupción y de simbiosis con la delincuencia, por no mencionar la patética falta de profesionalismo, son factores determinantes de la desconfianza ciudadana en sus cuerpos policíacos.

 

 
 

Empero, tampoco puede dejar de mencionarse que las dos policías federales, la Agencia Federal de Investigación (AFI) y la Policía Federal Preventiva (PFP) obtienen notas mucho más altas que las policías locales. Es verdad que los ciudadanos tienen mucho menos contacto con estas dos policías que con las de su entidad o municipio. Aun así, no puede negarse que la formación de los elementos de ambas corporaciones federales es más sólida que las de sus homólogas locales. Y esto lo reconoce la población

Nota de los autores: La percepción que se describe en este documento corresponde a la del momento del levantamiento de campo y no a la percepción actual de la población residente de las zonas urbanas de estudio. No sabemos si dicha percepción haya sido alterada por la ola de ejecuciones que hemos vivido durante 2007.

1 Los resultados de percepción de la ENSI-4/Urbana corresponden al levantamiento realizado entre el 21 de febrero y el 15 de abril de 2006 con una muestra total de 26 mil 428, distribuidos en 16 zonas urbanas del país.

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