martes 25 junio 2024

Trump, trumpismo, trumpitis

por María Cristina Rosas

Las grandes potencias también llorany cometen errores, si bien a veces sus sociedades no asumen la responsabilidad de sus acciones. Así, no tiene la culpa Trump, sino los que lo hicieron presidente. Claro que también Barack Obama tiene su parte de responsabilidad. ¿Cómo se le ocurre proclamar que su país ya no es el poder supremo sino “el primero entre iguales”, no el único país indispensable sino “el principal socio”? Que el primer presidente afrodescendiente en la historia de Estados Unidos hiciera semejantes aseveraciones exacerbó el racismo, polarizó a la sociedad y dio armas a Donald Trump para que culpara al oriundo de Hawái de poner fin al excepcionalismo estadounidense.

Trump basó su campaña presidencial de 2016 en el “rechazo a la otredad”, lo que a su vez fue música para los oídos del supremacismo blanco. Los cambios que experimenta la demografía estadounidense llevarán a que los blancos-anglosajones-protestantes (WASP) sean minoría en los años por venir. La llegada de los Obama al poder así lo corrobora. Perder los privilegios económicos, políticos y sociales que poseen los WASP los llevó a respaldar a un personaje que representa posiblemente lo peor de la democracia estadunidense pero que, presumiblemente, da voz a sectores que siendo WASP —viviendo en condiciones de precariedad— consideran que les han arrebatado el “sueño americano”. Cuando Trump culpaba del desempleo a los tratados comerciales que Estados Unidos tiene con el mundo, en especial el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y a la economía china, se ganó el aplauso de sus seguidores. Cuando afirmaba que la migración de mexicanos era responsable del auge de la criminalidad y de muchos problemas sociales en la Unión Americana, se ganó el aplauso de sus seguidores. Cuando habló de crear un muro en la frontera con México, se ganó el aplauso de sus seguidores. Cuando señaló que la República Popular China (RP China) era la principal responsable del déficit comercial de Estados Unidos con el mundo, se ganó el aplauso de sus seguidores. Cuando dijo que los mexicanos son ladrones, violadores y maleantes, se ganó el aplauso de sus seguidores. Cuando culpó a Obama de debilitar la posición internacional de Estados Unidos, se ganó el aplauso de sus seguidores.

Donald Trump no sólo navegó en las aguas de la repulsión hacia lo no-WASP. Se enemistó con sus aliados y socios comerciales. Interpuso aranceles a las importaciones del acero y aluminio prácticamente sin excepción a las naciones del mundo. Llamó “países de mierda” a naciones de África y Haití sin inmutarse. Despotricó contra la Organización de las Naciones Unidas y retiró a su país de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, de la Organización Internacional del Café, amenazando igualmente con denunciar la pertenencia a las organizaciones mundiales tanto de la Salud (OMS) como del Comercio.

Dado que a los enemigos de Estados Unidos —como Corea del Norte y Rusia— Trump les profirió un trato hasta cierto punto cordial, es entendible el énfasis que puso el controvertido republicano en el déficit comercial de su país con el mundo como la principal amenaza a la seguridad nacional estadounidense. El mensaje era claro: los enemigos de Washington no eran los tiranos, sino sus socios comerciales. Incluso, a propósito de una entrevista sobre Putin, Trump señalaba que “le gustaba” y que se “llevaba bien” con él. “Entre más malvados son, me gustan más”, sentenció.

Pero ¿cómo es que Trump, en el país que se presenta ante el mundo como un modelo de democracia, ascendió al poder? Para muchos, su llegada a la Casa Blanca es una prueba irrefutable de la crisis de la democracia liberal, la cual cada vez tiene más detractores porque se considera que no ha logrado satisfacer las necesidades de las sociedades.

En 2008 se produjo la quiebra de Lehman Brothers, la cual desencadenó la peor crisis financiera desde 1929 en todo el mundo. Se originó por la escasa supervisión del sistema bancario y la insolvencia de personas de bajos ingresos que recibieron créditos hipotecarios que no podían pagar, esto en el vecino país del norte. La caída del producto interno bruto de gran parte de las naciones fue estrepitosa y numerosas personas de pronto se encontraron en la calle —tema abordado en la película de la realizadora china Chloé Zhao de 2020, Tierra de nómadas. Las autoridades estadounidenses se negaron a rescatar los bancos. En Europa se produjo una dramática crisis de deuda soberana que llevó a dolorosos ajustes en las economías de los países. Los gobiernos apostaron por medidas de austeridad extremas que abonaron al descontento social, pues se consideraba que deprimían a la economía y el empleo en vez de estimularlo.

Esta desesperanza abrió la puerta a falsos profetas, personajes que fueron ascendiendo en el mundo de la política al despotricar contra el statu quo, ofreciendo soluciones fáciles y culpando al business as usual por los problemas existentes. Trump, un hombre cuya fama fue el resultado de un reality show que lo catapultó en el gusto de las audiencias, usó la letanía “hacer a Estados Unidos grande otra vez” como lema de campaña, enarbolando el proteccionismo, la guerra comercial y el nacionalismo económico como las herramientas centrales de su plataforma tanto electoral como presidencial.

Trump decía encarnar el sueño americano. A diferencia de los demás precandidatos a la Presidencia, tanto por el lado republicano como por el demócrata, el controvertido empresario señalaba que los recursos de su campaña eran propios, y una vez en el cargo dijo que no aceptaría más que un dólar como sueldo. Ello, naturalmente, fue una verdad a medias toda vez que, ahora se sabe, usó el poder que poseía para favorecer a sus empresas, evadir el pago de impuestos y otras tantas tropelías que hoy han salido a la luz. Es decir, su sueldo como mandatario fue de un dólar, pero se despachó con la cuchara grande del poder presidencial.

La pandemia puso a prueba su capacidad de liderazgo, la cual lo reveló como un mandatario negacionista, escéptico respecto a una enfermedad altamente contagiosa y potencialmente mortal que él mismo contrajo. Sus acusaciones recurrentes contra la RP China y la OMS, sugiriendo una conspiración global, lo alejaron de la necesaria concertación política con el mundo para responder a la pandemia. A Anthony Fauci, el médico más respetado del país, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, lo llamó “idiota” por “agobiar” al público con sus advertencias sobre las medidas para evitar contagios.

Para muchos, el que fuera derrotado por el demócrata Joe Biden en los comicios de noviembre de 2020 fue el castigo que recibió de al menos una parte del electorado por sus errores. Aun así, Trump mantiene muchos seguidores y pretendió violentar a las instituciones del país, al insistir en que había ganado la elección —cuando él sabía que no era el caso— y, tras bambalinas, conspiró contra gobernadores como el de Georgia, a quien pidió los votos del Colegio Electoral de ese estado para imponerse a Biden. Así, cuando el sistema electoral lo favoreció, funcionaba; el día en que el mismo sistema electoral que lo había encumbrado llevó a la victoria del demócrata, Trump señaló que lo habían “robado” y que era deficiente.

Las tropelías de Trump son ampliamente conocidas. No sólo se ha documentado su abuso de autoridad en el manejo de sus empresas mientras era inquilino de la Casa Blanca, o su conocimiento de la intervención de Rusia en los comicios presidenciales de 2016 y 2020. La lista de sus fechorías simplemente lo coloca como mentiroso. Al día de hoy, en plenas primarias de cara a los comicios presidenciales de 2024, Trump enfrenta seis juicios por distintas causas, a saber: la posesión de documentos clasificados que se encontraron en su mansión de Mar-a-Lago, con información de seguridad nacional sobre el programa nuclear iraní que, sobra decir, no debería tener en su poder; el pago con recursos de campaña a una actriz de películas para adultos, Stormy Daniels, con el objetivo de ocultar encuentros sexuales con ella; el abuso sexual contra la columnista E. Jean Carroll; la demanda por fraude fiscal que se ventila en Nueva York dado que, aparentemente, Trump y su familia sobrevaloraron sus empresas para obtener condiciones crediticias y primas de seguros más favorables; la querella que se le sigue por presionar al gobernador de Georgia en el marco de las elecciones de 2020 para que los votos del Colegio Electoral fueran acreditados a Trump, y la conspiración para declararse vencedor de los comicios presidenciales del mismo año, instigando a sus seguidores a tomar el Capitolio en enero de 2021, pisoteando a las instituciones electorales y, ultimadamente, el voto de millones de estadunidenses.

Paradójicamente, aun cuando en al menos tres de estas querellas existe la posibilidad de que Trump vaya a prisión, ello no lo inhabilita para contender por la Presidencia. Todos estos escándalos, de hecho, los ha aprovechado para figurar de manera prominente en el radar político del país, presentándose como un mártir, un perseguido, víctima de la conspiración de Biden y los demócratas. No sobra decir que muchos estadounidenses están de acuerdo con los dichos de Trump y que están dispuestos a apoyarlo en su pretendida nueva nominación a los comicios presidenciales del próximo año. ¿Tiene alguna oportunidad de éxito? En una sociedad tan dividida y polarizada, sí. Ninguno de sus posibles contendientes acapara los reflectores como lo hace él. Eso sí: los republicanos que han alzado la mano, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, han tomado nota de la “fórmula Trump” y mantienen una narrativa agresiva, divisoria y de odio contra la otredad, trátese de los no-WASP, entre ellos los mexicanos y los afrodescendientes, además de proponer el combate frontal de los cárteles de la droga, sea con fuerzas armadas estadunidenses, drones u otros artilugios. Greg Abbott, el gobernador texano, posible suspirante, también ha hecho del antimexicanismo, la migración y la lucha contra la delincuencia los temas duros de su agenda política. Ese es el trumpismo aun cuando Trump ya no pudiera participar directamente en los comicios. Su legado es claro y desfavorable para Estados Unidos, México y el planeta.

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