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Mi autobiografía, o la historia de mi relación con los medios -que a estas alturas es lo mismo-, termina hace 20 años con Merceditas patiabierta bajo el sol de Cuernavaca.

Desde muy joven desarrollé el hábito de abrir el diario apenas despertar, leerlo de cabo a rabo y salir al mundo armado de información, análisis y opiniones. A mediodía sintonizaba algún noticiero radiofónico y por la noche alguno televisivo. Creía estar enterado de todo y opinaba con una autoridad que sorprendía a muchos y me redituó buena fama entre gente que a su vez tenía buena fama y que hoy, a la luz de tantos años, cuenta con la peor opinión de mi parte.

Supongo que en esa época tenía sentido martirizarme de tal modo. Ahora no importa porqué hacía eso. El caso es que sin que disminuyera mi interés por el mundo, mi entorno, las rarezas de la gente y los extraños sucesos que componen la normalidad de un planeta desquiciado, paulatinamente fui desechando diarios, emisoras, canales, secciones, columnistas, etcétera, hasta que un buen día, dos o tres lustros más tarde, me di cuenta de que ya solo me interesaban la página de deportes y los obituarios. Unos por pasión y otros porque me daban ideas para escribir historias.

Después vino una época en que empezó a interesarme la sección de “Clasificados”. La leía con una devoción que no han merecido ni las más fascinantes novelas. Fui perdiendo interés, mucho más rápido, cuando concluí que me salía más caro buscar empleo que intentar pasar hambre con los flacos honorarios que pudiera ganar escribiendo.

La inmersión en Internet y los diarios en línea fue algo así como la mejoría que precede a la muerte. Primero me llamaron la atención los feeds de noticias nacionales. Tenían un efecto hipnótico, y sobre todo me permitían ir siguiendo determinadas noticias en tiempo real, con toda su tensión dramática y sin conocer el desenlace. Lamentablemente esa afición consume demasiado tiempo. Después, gracias a algunos vínculos en esos reportes, fui dando con diversos medios internacionales. He notado que mis amigos, aunque conscientes, no tienen bastante claro el cambio que supuso poder leer El País , The Guardian, NYT, Le Monde, o Clarín , sin esos filtros diplomáticos pasados por las aguas negras de Gobernación. En todo momento me ha fascinado leer la actualidad de diferentes países en su idioma y desde el punto de vista de su gente. Me divierte comprobar que todos los pueblos y todas las sociedades del mundo tienen mentiras de consumo interno que solo para ellos son verdades. Contundentes verdades que cambian según sopla el viento. Así, me dio por enterarme de lo que pasaba en México por reportes de otros países. Lo mismo hacía con todo: acerca de USA leía en medios franceses, acerca de Francia en medios británicos, acerca de UK en medios argentinos, acerca de Argentina en medios españoles y acerca de España, como acerca de México, en todos los demás. Así encontraba las mentiras contrarias convertidas en verdades contundentes acerca de los otros y a la espera del giro de veleta. Los países son como la gente, eso es obvio; todos los núcleos y grupos sociales se comportan e interactúan con la misma vulgar grosería predecible.

Cuando me di cuenta ya no ponía la radio salvo para música mal llamada clásica, ni la TV salvo para futbol y cine. Ese vacío lo llenó temporalmente Facebook. La gente olvida, pero esta red fue un excelente medio de información y discusión. A veces lo es todavía, muy especialmente cuando se trata de apreciar el arte que se está haciendo en lugares lejanos, cuando se trata de discutir una obra o un suceso con gente de otra cultura, distinta religión, otra idiosincrasia, con otros problemas, otras preocupaciones y otros intereses. Lo que pasa es que llegó Tuiter, con esa dinámica como de zapping, esa oferta de satisfactores de la vanidad y muchas virtudes inteligentes de otro tipo. Muchos de los más participativos en debates y esas cosas emigraron. Dicha emigración puede explicarse más profundamente, pero no es el tema.

Como si se tratara de futbol o política nopalera, algunos tuiteros atacan a Facebook diciendo que ahí solo se ven fotos de mascotas y así. Yo creo que es gente que tiene contactos bastante imbéciles y así. O sencillamente no entienden que son plataformas distintas que sirven para cosas distintas y se usan de maneras distintas.

Tuíter, así, fue mi más reciente tentativa de relación con los medios como fuente de información. Todo esto de la libertad digital, de la ausencia de censura, de la capacidad crítica y la comunicación directa entre usuarios sonaba muy bien. Pero hay un detalle: la gente es la misma. Mienten, manipulan y censuran bajo distintos parámetros, en otra plataforma y con una dinámica distinta, pero es gente y actúa como gente. Si fuera un enemigo de esta red social patentaría el lema:

“López Dóriga y Carlos Marín también tuitean.”Perdería muchos followers pero me reiría mucho aunque casi nadie o nadie entendiera un pepino, como sucede con cualquier cosa medianamente compleja, es decir con casi cualquier sarcasmo.

Así como la gente es gente donde sea, el mexicano es de bandera: En los días durante los que escribo esto, el mundo está vuelto loco. Los debates en USA, la tentativa de Hollande de aumentar los impuestos a los más ricos, Artur Mas que canjea la “Independencia” catalana por el rescate europeo, masacre en Siria, amenaza nuclear en el medio y el lejano Oriente, elecciones en Venezuela y muchos otros temas internacionales parecen no interesar a nadie. Con los deportes es menos chovinista la cosa pero tampoco se salva. En asuntos de arte y literatura estamos mucho mejor. Parece que nuestros analistas políticos imaginan que la política nacional no guarda relación con la internacional, que los fenómenos sociales de nuestro país no se parecen en nada a los de otros países. Eso parece y sin embargo no es eso: los analistas políticos son buenos tuiteros con familia y bocas que alimentar.

La política nacional es amarilla, provoca debate, escándalo, fanatismo, “hurras” y “mueras”. Atrae seguidores. Los medios buscan a los que tienen más seguidores, les pagan más y mejor, porque es publicidad gratuita, porque se da un pacto de mutua promoción. La política internacional no se parece a un cadáver en la vía pública; la gente pasa de largo, no es negocio. Tampoco es negocio el análisis sereno; es como un cadáver arreglado para el velorio. No sirve, no vende. Tampoco en tuiter hay suficiente desinterés como para resultar más creíble e interesante que esos tabloides que hace ya varias décadas merecieron mis despertares. Puedo cambiar la zona geográfica y es lo mismo: Cada país se vende su propia mentira, y en tuíter, pese a todas las posibilidades que ofrece, se repite el esquema de los viejos diarios en papel revolución.

Tuíter, tanto como Facebook, es el lugar del ciberespacio donde durante el último año la gente descubrió boquiabierta, con ojos como de huevo frito y escandalizada que no se le puede creer nada a los noticieros, que los políticos son unos vivales de náuseas, que la sociedad puede unirse para cambiar las cosas y que la sociedad no va a hacer lo que puede, porque eso implica riesgos y sacrificios a los que no está dispuesto alguien que tiene acceso a banda ancha. Nada que no hayamos vivido hace tres décadas. Tuiter, lo mismo que Facebook, es el lugar donde los escritores no nos metemos con quienes reparten becas, contratan profesores, nombran funcionarios y dictaminan artículos o libros.

Durante muchos años, como tantos, lo primero que hacía al despertar era leer el diario de tal modo que podría decirse que me despertaba para leer el diario. Ahora pareciera que me despierto para leer el Time Line, y acaso tuitear un poco. Encuentro buenas fotos en una u otra red, buena o excelente literatura aquí o allá. Esas cosas. De noticias poco, obituarios ya no: tengo mi triste colección íntima. Fue encantador. A veces aun lo es. Pero casi todos los días desde hace muchos años, sea ante noticieros, diarios o redes, evoco ese mediodía en el jardín de Cuernavaca. Yo comentaba titulares en voz alta y mientras los iba pasando gritaba “¡también me vale madres!”. De pronto irrumpió la voz de Merceditas: “¿Y esto te vale madres?” Estaba tendida en el pasto, sudaba con los muslos separados y entre ellos la Vía Láctea ofrendándome su desinformado cosmos decidido a sacarme de este mundo reiterativo y pulcro.

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