Sin omitir o pasar por alto que haya graves y serios actos de corrupción entre los agentes de migración y, en general, en los cuerpos policiacos, es claro que unos y otros se la pasan entre riesgos profesionales y bajo condiciones laborales realmente desfavorables.
Hace algunos años, cuando se dejó venir una numerosa migración cubana, pudimos apreciar las grandes dificultades que tenían los agentes mexicanos para controlar y ordenar la situación.
Enfrentaban todo tipo de limitaciones, a las que se sumaba el hecho de que esa migración cubana era particularmente agresiva y hasta grosera. Vimos cómo aventaban la comida que se les ofrecía, porque la que querían era la de su país.
Esta situación se presentó en innumerables ocasiones. A los agentes no les quedaba de otra que hacerse a un lado y, en algunos casos, cambiarse el uniforme, siempre y cuando tuvieran otro. Los agentes no estaban armados y tenían prohibido tocar a los migrantes de no ser para guiarlos.
En el absurdo, se hizo creer en algunos medios que los agentes ayudaban a los cubanos a entrar al país. Lo que hacían era cumplir protocolos internacionales.
Algunos de ellos se nos acercaron pidiéndonos el anonimato para hacernos saber sobre las condiciones bajo las cuales laboraban. (En su momento las conversaciones fueron presentadas en MVS).
Más adversidades no podían cargar, como de hecho, hoy las siguen teniendo y viviendo. ¿Cómo cree e imagina que vivan y desarrollen su trabajo los agentes de migración y, en el camino, permítame sumar el de los policías?
Es público que los salarios están severamente castigados. En las entrevistas referidas nos hicieron saber que ganaban entre 4 y 6 mil pesos al mes, lo cual les debía alcanzar para todo, lo que incluía mantener a sus familias, las cuales no necesariamente vivían con ellos y ellas.
Por razones técnicas, las y los agentes son regularmente reubicados en las diferentes plazas del país y a menudo, poco o nada cuenta su opinión, lo que provoca dificultades previsibles para organizar sus vidas.
Los agentes saben que ésta es una de las condiciones de su chamba, nadie se queja por ello; es lo que es. El problema está en la forma en que se encuentra organizado el trabajo y, en muchos casos, cómo se crea un círculo perverso. Por un lado, los jefes se aprovechan y los obligan, bien se podría decir que más bien los extorsionan, a que “entreguen cuotas” por todo. Por la plaza, por el salario y por todo aquello que “hagan”; por otra parte, los agentes, en algunos casos, extienden la cadena, haciendo lo mismo con los migrantes; es un círculo perverso.
En la mayoría de los agentes existe una vocación de servicio que no ha sido considerada ni respetada. Están expuestos a las condiciones propias de su trabajo, con todos los vicios y virtudes que tiene, y el cual, sin duda, es de riesgo.
Están expuestos también al vaivén de los constantes cambios de directores de migración, los cuales, por lo general, son designados bajo criterios en donde prevalece lo político o la conveniencia, más que lo estrictamente profesional.
No se trata, ni tiene sentido, de hacer una apología de los agentes de migración. Lo que es importante destacar es que, si de por sí han vivido y están bajo condiciones adversas, ahora se encuentran en el centro y son los responsables de manejar y controlar una migración numerosa e inédita, con protocolos que se están viendo rebasados.
No pueden servir a plenitud y convicción, por más vocación que tengan, si no se les otorgan mejores herramientas para su trabajo y si sus propios jefes son los primeros que los señalan e intentan exhibirlos.
RESQUICIOS.
Cerca-lejos de nosotros. “He decidido entrar al puerto. Sé a lo que me arriesgo, pero los 42 náufragos a bordo están al límite. Los llevo a salvo. Espero que las autoridades europeas e italianas entiendan la situación”: Carola Rackete, 31 años, comandante de la nave “Sea Watch 3”. Fue detenida al momento de llegar a tierra.
Este artículo fue publicado en La Razón el 1 de julio de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.